Es difícil pensar que dentro del penal de Almafuerte pueda vivir una escuela. Sobre todo a partir de la imagen que devuelve desde afuera, con sus alambres de púas en la aridez del pedemonte, sus torres de control con escopetas, sus guardias anchos al pie de la represión. Desde afuera, nada indicaba que el miércoles, ahí adentro, se estaba celebrando un acto de colación, el del CEBJA 3-218 que funciona en la cárcel.

Crónica: Lucas Debandi
Fotos: Fernando Carrizo

La escuela es un elemento imprescindible del paisaje de cualquier pueblo, pero es raro pensarla allá en Almafuerte, porque es raro pensar ahí cualquier rasgo habitual de la vida en libertad. Y eso se recuerda cuando vamos entrando en el ecosistema de fierro y pasillos compartimentados, y empezamos a sentir el olor penetrante de los basurales vecinos: siempre las cárceles están en los mismos lugares que los basurales. Y eso habla mucho de nuestra idea social de (no) rehabilitación.

Es difícil imaginarse una escuela dentro de un penal, pero cuando uno por fin la ve no es tan extraño: parece algo bastante natural. Las directoras dando discursos protocolares, la decoración a tono, los alumnos intentando formalidad para recibir su diploma, nada que uno no haya visto en algún otro colegio secundario. Y es que la arquitectura de la cárcel no es tan distinta a la de la escuela, con sus resabios institucionales del siglo XIX, sus patios cerrados para formarse en filas y su diseño para el control de la conducta.

Arranca el acto y se iza la bandera. El mástil corto topa con la reja que enjaula todo el techo. Desfilan los abanderados y escoltas entrantes y salientes, se suceden las palabras alusivas de las directivas, algunas muy parecidas a esas usadas en los actos de tradición interminable de la Escuela Pública argentina. Se repiten los mismos mensajes que no pudieron retener a esos mismos hombres en su paso por el sistema educativo, que las vuelven a escuchar atentos, tratando de que esta vez no se les escape nada.

Crear o errar

Pero los estilos educativos tradicionales conviven con otras estrategias, más creativas, más heterodoxas, que surgen allí como una necesidad básica para abordar realidades que están bastante lejos de lo habitual. La iniciativa de los docentes que sostienen el espacio del CEBJA (Centro de Enseñanza Básica de Jóvenes y Adultos) es fundamental en esto: ellos llevan adelante los talleres socioculturales de batik, macramé, Informática y Comunicación. En el marco de este último taller los internos publican su propia revista, Demoliendo Fronteras, una de las pocas herramientas de expresión de personas que se encuentran en un aislamiento casi total.

Facundo López, jefe de Educación del Servicio Penitenciario, valora la revista como el instrumento material de los internos para ejercer su derecho a expresar su propia voz, a ser escuchados, entendiendo a ese espacio como un acercamiento hacia la libertad.

Dentro de la particularidad de Almafuerte, Facundo cuenta que al principio los estudiantes usaban el espacio de la escuela para conseguir constancias que les pedían los jueces, o para ajustar cuentas con bandas enfrentadas que no tenían otro punto de encuentro más que el CEBJA. Se perdía el sentido educativo de la escuela. Chicos que pelean en la escuela, que solamente quieren un certificado y no quieren aprender: parecen problemas de cualquier escuela pública del país. Pero en la cárcel las condiciones son extremas, y eso exige que las respuestas de los profes sean más creativas y comprometidas.

Folclore alternativo en Almafuerte

Una de estas iniciativas fue invitar para este acto de colación a Nahuel Jofré, el trovador sancarlino que no ha dejado escenario de Mendoza sin deslumbrar en el último tiempo; y a Leo Martínez, de la poderosa Estanzuela Sound System, con su arsenal de dispositivos sintéticos de sonido. Con el mismo esmero artesanal con el que improvisaron con un lampazo un pie para el micrófono, fueron mezclando canciones cuyanas con pistas de otros ritmos latinoamericanos y la magia sonora de la batería electrónica y los sintetizadores. Disparaban música y despertaban preguntas en las miradas y los oídos de los internos. Preguntas que se materializaron en una charla en una de las aulas, seguramente plasmada en la próxima Demoliendo Fronteras.

Pienso en las personas que pasan por la ruta 7, ven el cartel del desvío a Almafuerte, levantan la vista por la ventanilla y alcanzan a ver las torres, los alambrados, quizás la punta de algún pabellón. Y se crean una fantasía de cómo será una cárcel por dentro, con las historias que les han contado, con las que han visto en la televisión. Pienso en personas de clase media, de esas que no van presas, pienso en mí antes de pisar un penal. No se imaginan que ahí adentro hay gente enseñando y aprendiendo. Mucho menos se imaginan que hay dos artistas, creando música, eligiendo ese lugar para jugar por primera vez juntos.