Facundo Merelo se hizo cargo de sus temas y grabó Menta Granizada, un EP con una impresión de color y sabor que se puede escuchar en la “libertad” de Internet.

Fotos: Seba Heras

Cerveza y maníes con Merelo en El Pardo de Capital. Facundo tiene 25 años pero una “larguísima” carrera musical colectiva que en el último tiempo empezó a tramar con proyectos personales y sus estudios de Cine.

Sonidos, primeras voces y letras, murga, los desafíos del estudio de grabación y cómo disparar imágenes con instrumentos y pantallas, en esta charla de EL OTRO con el hacedor de Menta Granizada.

Todo comenzó en la niñez… (risas)

Cuando era chico mis viejos me mandaron a la Escuela de los Niños Cantores de Mendoza, marcándome un poco el camino en base a lo que me gustaba. Después seguí tocando la viola, tomé más clases de piano, me compré una batería… Estuve involucrado siempre con la música.

Mi primer instrumento fue el piano, a los once años. Fui desde el Himno de la alegría al blues. Me acuerdo que en la primera clase mi profe se puso a tocar algo que me llamó mucho la atención y le dije “quiero aprender a tocar eso”, y el loco comenzó a enseñarme blues, que era bastante complicado pero muy divertido. Él me tiraba puntas de un tema para que lo escuchara y lo sacara para la próxima clase. Eso fue una práctica bárbara que me sirvió mucho para trabajar el oído.

¿Cuánto de técnica y cuánto de intuición comenzó a haber desde entonces?

Yo te diría que diez por ciento de técnica. Nunca fui muy constante con el estudio, de hecho dejé piano y no pude estudiar más. Ahí nomás, a los 12 o 13 años, agarré la guitarra y empecé a sacar temas solo.

¿Qué encontraste en la guitarra que no había en el piano?

Es transportable, fundamentalmente, mucho más transportable que un piano… (se ríe). Otra de las cosas que influyó mucho es que mi viejo –el Pelo Merelo-, mi tía, gente cercana, me podían enseñar.

Y apareció el folclore…

Sí, ahí nomás mi viejo me tiró chacareras, zambas… Pero también empecé a sacar muchos temas de La Bersuit, de Charly e intenté, y fracasé con todo éxito, con Spinetta. Yo creía que ya sabía sacar temas con la guitarra hasta que me topé con él y me di cuenta que no sabía nada, que había muchos acordes que me estaba perdiendo.

¿Ya te animabas a subir a escenarios?

No, al principio siempre fue para mí. La primera vez que hice música en público fue en una fiesta en mi casa. Pasó la típica de mi viejo: “miren, mi hijo toca”, y toqué, pero no me animaba a cantar todavía

En el año 2008, Mario Lombino, que era el director de la murga La Buena Moza en esa época, empezó a armar un proyecto que era El Semillero, murga de niños y niñas. Me convocó para tocar el bombo, estuve tres ensayos y me aburrí como loco, todo el mundo cantaba y yo ahí con la percusión… Entonces empecé a animarme a cantar. Fue mi primera experiencia artística de más exposición, de escenario, de tener ensayos y una banda.

Ahí estuve hasta el 2012 y me fui a la murga El Remolino hasta el 2016.

¿Y las palabras, las letras, cuándo fueron surgiendo?

Arrancó también con la murga, esa fue una buena escuela. Las clásicas presentaciones, alguna cosa humorística también traté de esbozar. Durante esa época también hice mis primeras canciones, pero lleno de inseguridades, primero una de murga y después una zamba. Cuando agarraba la guitarra me salía murga o folclore, es lo que tenía impregnado.

¿Cuándo dijiste “este tema suena a mí”?

Una vez hice una melodía que me gustaba, que era un tema para mi perro, y quise ponerle letra pero no me convenció, era un desastre. Se la hice escuchar a mi viejo, le expliqué de qué se trataba, le tiré algunas frases, y él la escribió.

Creo que esa fue la primera canción mía, pero en definitiva solo una melodía. Recién en el 2014 ya empecé a hacer más canciones, de las cuales no estaba muy convencido, pero salían más naturalmente.

Ya en esa época comenzamos a compartir con Nahuel Jofré y hasta ahora estamos en diferentes proyectos.

¿Y cómo fueron creciendo tus experiencias en el estudio de grabación hasta llegar a Menta Granizada?

En el 2012 mientras estaba en El Remolino, grabamos el disco Sueños de agua de mi viejo. Esa fue la primera experiencia de producción, arreglos y grabación. Mi papá me dio doce canciones con su guitarra y voz y me dijo: “tomá, fijate qué se te ocurre y producilo vos”. Me tiró una confianza bárbara, y a través de ese laburo es que conozco a Nahuel y él me convoca para trabajar sus temas.

Los dos estábamos en la Facultad de Artes, en Música Popular. Yo estudiaba la orientación en percusión con Pepe Sánchez y Quique Öesch, pero al poco tiempo me di cuenta que eso no era lo mío. Me gusta mucho más arreglar, producir, cantar incluso, y el cine, que es lo que estoy estudiando ahora.

Lo de Menta Granizada fue como un gran impulso de mi entorno, amistades a quien le había mostrado mis canciones y me fueron convenciendo que tenía que producir, grabarlas. Aunque finalmente ninguno de esos temas quedaron en el disco. El EP tiene seis temas, la mayoría muy recientes. Son canciones de las cuales me puedo hacer cargo.

¿Hay un cruce entre la forma en que armás tus canciones y lo cinematográfico?

Sí, sin dudas. De la carrera de cine me gusta mucho ese método de hacer y hacer, la organización, trazar un plan de trabajo, qué vamos a hacer, cómo, dónde, cuánto sale…. Mi disco se parece mucho a un plan de rodaje para un cortometraje. Fue hecho con la misma lógica, algo que nunca aprendí en otro lado.

Además, Menta Granizada tiene un color y tiene un gusto con solo nombrarlo, y eso está influido por lo visual, las imágenes, el cine.

Una de las excusas de este disco, además de poder difundirlo y salir a tocarlo, es hacer videoclips. La intención es ir tirando piedritas de a poco. De hecho, ya estoy pensando en una nueva grabación de solo un tema, hacer algo visual interesante, y largarlo para que vuele y rebote.

Ideas nunca faltan. La clave es hacer y hacer.

 

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