De la mano de EL OTRO, el escritor y músico Carlos Acosta acerca los cuentos que componen Casa de Amar, un libro/disco íntimo y lleno de poesíaLa bruja del amor es el cuarto texto de este libro sentimental.

Foto: Jo Thomatis

Tendría unos 45 años, de pelo largo y lacio, siempre con ojeras, de nariz bien formada y labios finos.

Alicia era sanjuanina, había venido a Mendoza a principio de los 70.

Usaba  un delantal celeste que le llegaba hasta antes de las rodillas, era su delantal de trabajo con bolsillos grandes y cuatro botones siempre prendidos, ella lavaba platos, atendía las mesas y limpiaba en un restaurante de la terminal de colectivos, su delantal escondía un cuerpo bien formado de esas personas que siempre trabajaron, sus dedos eran largos y tenia uñas bien cuidadas y un poco largas.

No hablaba mucho, siempre estaba seria, cuando amagaba una risa se le veían un poco sus dientes grandes y blancos, creo que su sonrisa era lo que me daba miedo, sus labios se movían hacia un costado en una mueca complaciente y fría .

Se podía ver por las hendijas y postigo de la puerta de su habitación que se alumbraba con luz de vela, me imaginaba esa luz amarillenta que daría sombras en las paredes y el techo de lienzo, sombras alargadas que se movían lentamente de un lado a otro por el aire que entraba desde la parte de arriba de su puerta, la única entrada de aire, la figura de esa mujer delgada de pelo largo lacio sentada en la silla que se extendía desde el piso de baldosas rojas, hasta la pared ocre y el techo blanco de lienzo flojo, haciendo de esa sombra la verdadera Alicia, una bruja.

Un domingo a la tarde, como pocas veces pasaba, no había nadie en la casa, me levanté de dormir una siesta calurosa de enero, vi que la puerta de Alicia tenía el candadito abierto, estaba puesto sin cerrar, pasé un par de veces para tratar de escuchar si estaba Alicia, si dormía o si realmente se había descuidado y dejó  la puerta abierta, de ser así, me tentaba saber qué cosas tenía, nadie sabía nada de Alicia, nunca ventilaba su habitación, y cuando la limpiaba, lo hacía de noche tarde.

Golpeé un par de veces llamándola:

-Alicia, ha dejado el candado abierto, Alicia, Alicia….

Indudablemente no estaba, había dejado abierta la puerta, y no había nadie en la casa, solo Yo.

Volví a golpear y baje el picaporte, si estaba durmiendo seguro esto la despertaría, y Yo  pidiendo disculpas le diría que no quería cerrar el candadito por miedo a que estuviera durmiendo.

Era la oportunidad de saber un poco de esa mujer extraña y solitaria: qué libros tendría, si leía, qué guardaría en su mesita de luz, qué habría adentro del roperito, quizás fotos o cartas .

Abrí la puerta lentamente y a medida que la luz entraba a la piecita salía un olor fuerte a encierro, un vaho denso que me hizo abrir de golpe la puerta, la pieza estaba vacía, la cama sin sábanas, la almohada sin funda, el roperito abierto y vacío, Alicia se había ido, sin avisar.

Abrí las dos puertas de la piecita de par en par, en la mesita había un plato lleno de velas derretidas, la cera sobrepasaba el plato y llegaba hasta una de las patas de la mesa, cuántas velas habría ocupado, una o dos por noche, durante meses, cuántas noches de luz amarillenta y encierro y sombras alargadas…

Cuando me anime a entrar, me acerqué hasta la cama, el colchón tenía una mancha grande y sentí olor a orina, la  mesita de luz de color marrón oscuro y un velador sin tulipa y sin foco estaba desenchufado, miré el techo y vi el portafoco que colgaba vacío. Fui a ver el roperito, lo revisé , el interior, los cajones, no había nada , solo estaba sucio con telas de araña, como si nunca lo hubiera ocupado. En ese momento me di cuenta que siempre Alicia estaba vestida con la misma ropa, su delantal celeste, quizás tenía dos y se lo cambiaba, o quizás siempre usó el mismo y nunca se le ensució, quizás su ropa siempre estuvo en su maleta de madera con la que llego el día que alquiló la piecita.

Fui hasta la mesita de luz, en la parte de abajo donde se guardan los zapatos no había nada, abrí el cajón, tenía cosas , lo saqué y  apoyé el cajón sobre la cama, acerqué la silla y fui sacando de a poco lo que había adentro, dos limas de uñas gastadas, una caja de fósforos vacía, boletos de colectivos, un carretel de hilo celeste con un aguja, un frasquito de esmalte rojo para uñas vacío, una cadenita de fantasía con varios nudos y las tapas de una revista, adentro había una hoja de cuaderno escrita con lápiz…

“Conjuro del amor  N° 6” , como título  en la hoja cuadricula…

Escribe en una hoja el nombre del hombre que vendrá a tu cama.

Escribe con esmalte de uñas.

Las cuatro puntas de la hoja deben estar quemadas a la media noche con fuego de velas.

Con una tijera se debe atravesar el escrito y clavarlo en la parte de abajo del colchón de tu cama. Si el hombre que deseas no será tuyo, sucederá que una noche cuando duermas mojarás tu cama con lágrimas, orín o sangre.

Levanté un poco el colchón y ahí estaba la hoja escrita atravesada por la tijera, el nombre escrito con esmalte de uñas rojo se había desvanecido por el líquido agrio derramado.

 

La bruja del Amor

Sola, con luz de vela está
sueña y pide que venga.
Deseo y pena, en una hoja
Pinta sus manos y espera.

Que venga, que venga…

Sube, su sombra lenta
amarilla hasta el techo.
Conjuros rojos, en una hoja
pasan las noches y espera.

Que venga , que venga…

Sola, en su piecita está
una valija sin nada.
En el ropero, dos delantales
solita pena y espera.

Que venga, que venga…

Nada, no dijo nada y se fue
ni una palabra y se fue.
De madrugada con su valija
ya no espera que venga.

Que venga, que venga…

 

 

Casa de Amar: Los cuatro

Casa de Amar: Juana de Lavalle