Por Julio Semmoloni

Cubrir el día a día abruma al periodista. Le quita perspectiva. Su sobreinformación puede ocultarle el objetivo central. Pero es el trabajo permanente del periodista: seguir de cerca -muy de cerca- lo que pasa. Ahora es peor que antes: se acortaron los tiempos de la novedad. De la mañana a la noche ocurre infinidad de hechos que modifican el perfil definitivo de una situación en desarrollo.

Por ejemplo: no fue lo mismo anunciar la renuncia que el despido de Alfonso Prat Gay. Tampoco informar que exigieron su renuncia, a que lo echaron sin consideración. Parecen sutilezas menores, resulta comidilla sabrosa para el paladar actual de la inmediatez. Hoy todos los hechos son noticias y se los presenta como tales. A menudo desconectados. Casi no tienen historia. Es la única forma de desmenuzar la sensación de presente absoluto.

Estamos más informados de todo que nunca y peor enterados de algo que antaño. No es una paradoja: el ser humano normal no tiene la capacidad de procesar múltiples datos con la instantaneidad de una computadora. El que trabaja a diario como periodista en los medios más veloces, al igual que éstos suele ser un deficiente esclarecedor de la realidad.

Si los visitantes de este portal comparten la visión que Página/12 es el único medio periodístico de alcance nacional que tiende a tomar cierta distancia de la vorágine informativa que obnubila, se advierte que el mismo día de la salida de Prat Gay quiso entender lo que pasaba preguntándole al ministro mejor preparado políticamente del gabinete. Rogelio Frigerio dio la explicación correcta sin decir nada, como corresponde a un funcionario clave al que se le encomienda aventar la crisis transitoria: “En esta administración es mucho más importante el equipo que las individualidades… Decisiones como ésta eran mucho más disruptivas en el pasado…”.

Tiene razón. No hay figuras excluyentes en un gobierno sin proyecto definido. Macri y los más destacados del actual mandato pueden ser referentes formales del poder real, aunque ninguno ejerce liderazgo. No hay cabeza pensante, prevalece la mediocridad y los intereses que los asemejan. Es posible que Prat Gay haya incomodado la intimidad del macrismo. Desde el principio aspiró a sobresalir entre pares anodinos, incluido Macri. La razón que más lo impulsó fue la de saberse “número puesto” en el gobierno antagónico al populismo.

“Numero puesto” como operador financiero oficial, comprometido antes del resultado electoral a resarcir la voracidad de los fondos buitre, tan postergada por el kirchnerismo. La principal tarea a cumplir en tiempo y forma era ésa. Todo lo demás que pudo acarrear errores de cálculo para el FMI (excesivo déficit fiscal, alta inflación), son daños colaterales. No hubo desvío alguno en la misión asignada al dócil economista formado en el exterior para tal propósito. El pago rápido y con creces a los “holdouts” fue la contraprestación del implacable hostigamiento de los fondos buitre, que desestabilizó financieramente al gobierno populista agudizando la restricción de divisas.

La misión fue cumplida en pocos meses. La fecha exacta fue el 22 de abril del año recién terminado, cuando el juez Griesa levantó las cautelares contra el país. Cumplimentado el trámite imperioso -pagarles cuanto exigieran y reanudar el endeudamiento-, tal vez sea posible que después haya querido “cortarse solo”, indisponiendo el ánimo astuto de la pandilla macrista.

No parece coherente deducir que Prat Gay fue despedido por la aceleración del gasto público no previsto en el presupuesto. Dicha enormidad deficitaria está siendo el justificativo recomendado para volver a endeudar fuertemente al país como está ocurriendo. Sólo un bobo puede creer que el macrismo contrae créditos leoninos para volcarlos en la ejecución de obras de infraestructura, pendientes por décadas a causa del subdesarrollo histórico.

La Argentina en 2015 era el integrante con menor deuda externa del G-20, el grupo de los países más importantes. Apenas diez años antes, estaba en la peor situación: cesación de pagos y el equivalente al 160 por ciento de su PBI en manos de acreedores. Medios económico-financieros hegemónicos del mundo evidenciaron el fenomenal desendeudamiento en tan corto plazo, poniendo en duda el desenlace operativo respecto de una ínfima cantidad de acreedores no satisfecha: los “holdouts”.

En uno de sus últimos actos, Prat Gay junto al “embajador” Noah Mamet Foto: Ministerio de Hacienda

 

Demasiada autonomía para un país de baja intensidad global. Un mal ejemplo, a criterio del sistema financiero internacional, que induce y necesita que todos los países activen sus carteras de crédito externo. Tras el arreglo inicial con los bonistas, debido a la apreciación de las materias primas, la Argentina pudo obtener repetidos saldos favorables en divisas, lo cual permitió autofinanciarse sin recurrir al acostumbrado endeudamiento de otras épocas. El sacrificio de los pagos anuales al exterior fue en disminución, y las partidas presupuestarias destinadas a requerimientos internos crecieron en una proporción similar al conjunto de la economía. El populismo expandió la bonanza.

Fueron las estratégicas decisiones de un proyecto político en cierne las que se aprovecharon de una contingencia internacional propicia, y no a la inversa como se ha pretendido menoscabar los grandes logros de los primeros años kirchneristas, tras afrontar la herencia catastrófica del colapso provocado por el neoconservadurismo en 2001.

Nadie suponía interminable semejante circuito económico virtuoso, pero como la Argentina redujo doblemente la incidencia adversa de la deuda (en cantidad, porque debía menos y alargó los plazos de pago; en calidad, porque casi el 90 por ciento del total fue nominada en pesos), cuando necesitase podía retomar una política de prudente endeudamiento con la banca internacional.

Una vez más, hacia 2012, la economía doméstica empezó a delatar los efectos de su crónica flaqueza: escasez de divisas como consecuencia de su estructura productiva desequilibrada. Cayeron las importaciones de bienes de capital, que implica el grado sustentable de inversión en la industria, lo cual frenó la creciente recuperación del sector productivo con más valor agregado y fuerte generador de empleos de calidad.

Aunque el equipo económico encabezado por Kicillof arregló sus cuentas con el Club de París, no pudo reinsertar al país en el mercado financiero porque un fallo del juez Griesa provocó el “default técnico”, impidiendo la obtención de créditos externos genuinos, a menos que se acatase la insania jurídica de la embestida buitre.

Queda claro que el lobby poderoso y siniestro de estos fondos fue un factor desencadenante de la derrota electoral del año 2015. De no haber mediado el acoso judicial de Griesa, tolerado por la Corte Suprema y el gobierno de los Estados Unidos, no obstante la repulsa casi unánime de los miembros de la ONU, la demostrada solvencia financiera argentina hubiese permitido salvar transitoriamente las dificultades de la vasta y grave crisis internacional.

Los exitosos canjes de deuda de 2005 y 2010 permitieron la oxigenación de la economía nacional. De la humillante postración se pasó a un derrotero de crecimiento y redistribución del ingreso. El populismo abrió un ancho camino de oportunidades: la ampliación de derechos incorporó asalariados y otros sectores sociales heterogéneos como nunca antes. El panorama se presentaba demasiado promisorio, cuando de pronto empezó a arreciar el asecho buitre.

Prat Gay hizo los deberes desde adentro para recibir la máxima consideración en caso de quebrarse la inaudita continuidad institucional del populismo, que parecía haber adquirido la condición de imbatibilidad. Después Cambiemos ganó por un pelo, y el ahora cesanteado obró en carácter de “número puesto” fungible para conceder sin chistar los reclamos de los depredadores enemigos del país.