Opinión | Por Ramiro Leguizamón*

Fotos: Fabián Sepúlveda

 

Miro por la ventana y veo tormenta. Veo ramas caídas y barro que nos llega ya a las rodillas o quizá un poco menos. Observo edificios con décadas de historia y memoria inundados, con sus puertas abiertas pero sus muebles bloqueados, pasillos tristes e intransitables, antes abarrotados de gente, de risas y de palabras, tan antiguas como contemporáneas.

Ya muchas veces me quedé callado y cómodo en casa, muchas veces tuve de enemigo al objetivo equivocado, demasiado tiempo creí las palabras del que decía ser un meteorólogo experto, que repetía que era una nube pasajera que el anterior programa no había revelado. Ya basta, voy a salir al diluvio, no me importa lo que digan ni los que me critiquen; salgo y sin paraguas.

La lluvia cae de manera estrepitosa sobre las calles y sobre la gente, la poca gente que veo caminar por el barrio. Estoy ya empapado y lejos de mi casa y siento ganas de volver y sentarme cerca de la estufa, olvidando todo lo demás, como para algunos resulta tan fácil. Me quedo quieto en el punto inicial, donde sólo veo autos yendo rápido a ningún lugar, y en la inmensidad de una ciudad adormecida me siento solo. Ya no sé si lo que moja mi rostro viene del cielo o sale de mis ojos, que se cansaron de mirar indiferentes pero que duelen al ver tanta realidad. Gente abandonada a su suerte y algunos riendo en restaurantes caros, sumados a los otros muchos encerrados en sus casas, con grandes estufas y cortinas cerradas, ciegos y ensimismados, que creen saber lo que es el sol cuando aún son presos de la caverna.

Doy vueltas y no la encuentro, no veo la libertad que busco, ni llego a divisar el fin de la lluvia. Me siento en el cordón, empapado, con las manos tapando mis ojos, ya desesperado. Me pierdo en el problema, en mis pensamientos y en lo mal que está todo, perdiendo la atención a lo que sucede a mi alrededor. ¿Cuándo llegará la paz y ese héroe que todo lo va a mejorar?

De algún modo vuelvo en mí, despierto otra vez de mis pensamientos y pesares, y noto que en la calle ya no cae lluvia, pero aún no paró de llover. En eso levanto la vista, al tiempo que exclamo un ”¿Cómo puede ser?”. Al verlo me quedo mudo y con los ojos abiertos de par en par, con un nudo en la garganta y la mente silenciada. Veo a mi alrededor a mis amigos con grandes paraguas, mirandome con compasivas sonrisas; me ayudan a levantar y me dan una toalla para secarme. Al ponerme de pie me sentí asombrado, pues a la redonda, donde mirara, había gente que salió a la lluvia igual que yo. ”Que vea que no nos espantamos con su caer ni con su fuerza” repetían algunos, otros reían, y otros satirizaban el momento recordando un episodio de no sé qué serie, en una escena que ya no recuerdo. Un ambiente que parece anacrónico y contradictorio: Un conflicto y una risa se encuentran bajo la lluvia y su causal cielo gris.

Comienzan a caminar todos juntos hacia la nube más negra y cargada de agua, a pesar de lo amenazante, a pesar del barro, a pesar de los indiferentes. El movimiento repica como rulo de redoblante, retumba como bombo de guerra y detona como platillos que chocan. La constancia y firmeza atraen las miradas indiscretas de algunos que sonríen y de otros muchos que quieren hacer que tengamos miedo, nosotros, mientras, rompemos esquemas y quebramos la rutina.

No tengo frío ni miedo, no siento la lluvia caer ni escucho los relámpagos. Me encuentro aturdido en la belleza de la marcha pacífica de la gente que ya es consciente, que se cansó de cuentos y promesas sobre el bidet. Algunos usaban el enojo y lo volvían canción, algunos carteles expresaban, en su brevedad, lo que ningún discurso hubiera podido. El arte en su máxima expresión. ”Sacar belleza de este caos es virtud” decía aquel, y es que ahí lo comprendí mejor que nunca. Entendí que los que luchan son artistas virtuosos que enseñan y dan cátedra de justicia. Vagos son los simples que se conforman y esperan que todos seamos iguales de pasivos y básicos, indiferentes a la injusticia y al dolor ajeno. Comprendí que ninguna cámara HD ni el más fuerte micrófono podía reflejar ni de cerca lo hermoso e inabarcable de la realidad, ni tampoco la peor malicia podía desdibujar este hermoso y contundente cuadro.

Veo que ese héroe que esperaba habita dentro de cada uno, pero cada cual decide si hacerle caso, y me alegra decir que los presentes en la marcha lo tenían tatuado a fuego en el alma, con una imponencia que ni el mejor Súperman sabía imitar. Ya no busco la paz indiferente y empíricamente silenciosa que tantos intentan vender, sino una ruidosa y armónica que ahí pude ver por primera vez.

Al caminar, luego de un rato, veo las calles secarse y veo que el cielo se despeja; me sorprendo gratamente, pues veo que no hay lluvia que inunde, ni oscuridad que opaque a la luz de los treinta mil luceros que ahí había. El grito se escuchó, el mensaje se vio y a pesar de cualquier diluvio la luz no se apagó y el fuego no se ahogó. Todos unidos por lo que es de todos, a pesar de todo y todos seguimos igual de dispuestos a peregrinar, cantar, gritar y escribir lo que haga falta. Pero, por sobre todo, estamos dispuestos a luchar, porque la única lucha que se pierde es aquella que se abandona. Si no preguntales a ellos, a los docentes y maestros de todas las profesiones, que contra todo viento y en todo momento, a pesar de los desaires y las faltas de respeto, siguen siendo mecheros que buscan compartir su luz y su fuego con las velas de todos y todas a lo largo y ancho de todo el país, para que éste, gracias a ellos, sea lo que ilumine, atraiga y dé energía a todo lo demás en el mundo.

Gracias queridos mecheros, gracias por encender en nosotros la luz del saber y el poder luchar. ¡Juremos con gloria morir, y con esa gloria luchar y vivir!

 

*Estudiante de Comunicación Social

El texto fue leído por el autor en la clase pública realizada el martes pasado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo, en el marco del plan de lucha universitario en defensa de la educación pública.

Las fotos fueron tomadas el viernes 31 de agosto, durante el histórico “estudiantazo” en la Ciudad de Mendoza.

 


 

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