Por Ana Navia

Una mañana con garúa gris, ventosa. Un óbito de la madrugada, otra en la mañana. Un grupo de hijas que lloran.

En días como estos no quiero trabajar más acá. Salgo a fumar y me encuentro con la ronda compungida… me alejo con el humo.

¿Qué hacer con este dolor que no es mío pero es tan familiar? ¿Cómo llevar este cotidiano de lágrimas ajenas?

Mientras escribo una de las hijas me exige hablar con el médico, porque quiere saber por qué el cuerpo de su madre aún está tibio. ¿Usted cree que ella está viva?, le pregunto. ¡Sí!, responde ella. Llamo al médico a cargo. Pasaron a verla y en ese momento se les anunció que luego no iba a estar permitido ingresar al sector. Pese al aviso, cuando más tarde llegaron otras mujeres, quisieron entrar. Tomaron la negativa como la confirmación de aquella hipótesis: su madre está viva, y la muerte es una invención, un complot hospitalario.

Formas de aferrarse a la vida

Hoy es también el cumpleaños de un compañero, sin querer quedo a cargo de juntar dinero y comprar el fiambre para los sanguchitos.

Copetín y muerte, todo a la vez.

Sí, estoy aprendiendo, ocurre de forma caótica e inesperada, no hay un tiempo o espacio especial y aislado para morir, nacer, llorar.