Por Julio Semmoloni

Durante un viaje de pocos días a la provincia de San Juan, el visitante vuelve a tener la sensación de que no vive en el mismo país, pese a que su procedencia es de la vecina Mendoza. Por lo menos, que algunas costumbres no se llevan del mismo modo. Delata a San Juan la intensidad de su devoción católica, por ejemplo, tal vez asimilable a la de otras provincias norteñas.

Sus habitantes saben muy bien qué celebra la feligresía cada 8 de diciembre. La parroquia se nutre de fervor espiritual, contingencia que parece adquirir el mayor significado en el lugar propicio que dispone la ciudad: la única catedral de moderna concepción edilicia en todo el país. Ese jueves del último fin de semana largo, hacia el mediodía aún lluvioso, presentó una concurrencia que la abarrotó, con numerosas personas que debieron permanecer en el atrio y la vereda.

Años antes, este visitante andaba por esos alrededores céntricos, como tantos paseantes que reconocen lo que ya han visto en espaciadas visitas anteriores. El agnosticismo no fue óbice para decidirse a subir al magnífico campanario, mirador ideal que aprovechan todos los turistas. También entró a la catedral emplazada en el mismo terreno ocupado por la antigua, estropeada en 1944 por el terremoto, y que tanto tiempo demorase en ser inaugurada.

Su curiosidad periodística -mucho más incisiva que la turística o religiosa- lo impulsó a leer la placa recordatoria que lo alarmó hasta el punto de cambiarle el ánimo. Corría el primer mandato de Cristina, parecía que los esclarecedores tiempos políticos y judiciales habían esparcido suficientemente su impronta avasallante de infames evocaciones. Errática estimación, la de entonces como la de estos días: hay una Argentina cotidiana contumaz que nunca cede. Y puede que aguarde para volver a infligir.

Puesta en contexto, la catedral es probablemente el recinto público de mayor convocatoria popular para los sanjuaninos y sanjuaninas. La referencia no está en el número. Está en la trascendencia y el ascendiente propios de ese lugar sagrado para los feligreses. De nuevo por esos alrededores, más de un lustro después, el visitante quiso saciar su irrefrenable curiosidad periodística. Debía verificar si aquella placa seguía estando con el texto inalterado.

Es el dato contundente, el detalle pormenorizado de un desafiante símbolo de época. Resalta en penumbra contra el fondo blanco, persiste clavada en el lado interior del muro frontal, muy cerca y a la izquierda de la puerta central de acceso al templo. La cuadrada placa de bronce, de unos sesenta centímetros de lado, sumamente legible, está a la vista de todos desde hace 37 años. Y da cuenta en gerundio -con siniestro e inconmovible apego protocolar-, de la ceremonia ritual más importante cumplida en el sitio histórico.

La placa aún reza así:

placa-nota-semmoloni

 

El gerundio es la forma ambivalente, ambigua e impersonal del verbo, que implica una acción duradera, persistente, tenaz. En el caso de una acción emprendida por un conjunto de sujetos, es como si la participación de éstos se expresara más en la hipotética presencia del acto que en el involucramiento, y cuyos efectos perduran más allá de sus designios. El documento testimonial implícito en la placa recordatoria resulta extremadamente injuriante para el pueblo argentino, desde hace décadas, por su evidente condición anacrónica y en especial por violar los efectos penales de la sentencia firme de un tribunal de la Nación.

Videla fue destituido de su grado militar en 1985, inhabilitado a perpetuidad para el ejercicio de la función y condenado a reclusión perpetua por genocida. Usurpó el Poder Ejecutivo. El cargo que le adjudica la placa exhibida en la catedral de San Juan, no hace distingo con el título que también ostentó, de manera constitucional, Domingo Faustino Sarmiento, cuya casa natal, visitada por innumerables turistas, queda a no más de cinco cuadras del lugar.

La persistencia de esta transgresión puede explicarse por la influencia que debió tener la obstinada tarea pastoral de los prelados mencionados en la placa recordatoria. El arzobispo Sansierra, por un lado, contribuyó más que ningún otro a la campaña difamatoria de la Biblia Latinoamericana, iniciada en 1976 por la revista Gente y el diario La Razón. Prohibió su lectura por parecerle “apócrifa, sacrílega, izquierdizante, subversiva, satánica y mortal”. En esos días, la Conferencia Episcopal Argentina, presionada por la dictadura, analizó la obra y concluyó que la traducción, originaria de Chile, era sustancialmente fiel, aunque opuso algunas objeciones no tan categóricas.

Por su parte, el nuncio apostólico Laghi, quien consagró la flamante catedral, actuó en su condición de vicario papal. Durante los años que desempeñó tan elevado cargo, trató de invisibilizar el genocidio cometido por el terrorismo de Estado, ante el cual presentara sus cartas credenciales. Fue denunciado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo ante la justicia italiana como “cómplice activo” de la represión ilegal. En 1979, varios meses antes de visitar San Juan, Laghi admite en Puebla, México, haber tomado conciencia de la magnitud del horror provocado en la Argentina. Fue a raíz de una entrevista con las Madres.

No obstante su ferviente catolicismo, Cristina Fernández removió el avispero mientras hablaba por cadena nacional en junio de 2012, tan sólo por mostrar en cámara una foto en blanco y negro que confirmaba el sigiloso vínculo de la Iglesia con la dictadura. La anécdota presidencial refería un hecho ocurrido en San Juan tres meses antes, y que trascendió al país, cuando la Universidad Católica de Cuyo quiso sancionar a la alumna Micaela Lisola, a quien no se le permitió el 23 de marzo hablar sobre el Día de la Memoria.

cristina

La foto fue tomada en 1976 en el Auditorio Juan Victoria, a propósito de una visita a San Juan del genocida Videla. Por televisión, Cristina identificó a cada una de las autoridades sentadas en la misma fila que el dictador. A saber: María Isabel Larrauri (decana interventora de Filosofía en la Universidad de San Juan), la esposa del gobernador de facto Zamboni, Videla, el propio Zamboni y Luciano Benjamín Menéndez. El interés estuvo en desenmascarar a Larrauri, que en 2012 ya era rectora de la Universidad Católica de Cuyo, y quien censuró y quiso castigar a Micaela por atreverse a seguir la consigna popular Memoria, Verdad y Justicia.

Cabe inferir que al menos un tercio del largo tiempo que la placa recordatoria tercamente permanece en la catedral, transcurrió durante los tres mandatos consecutivos de José Luis Gioja, admirador de Néstor Kirchner y referente afín a los intereses del gobierno nacional simultáneo.