Texto: Luciano Viard / Foto: Jo Thomatis

A sus 33 años Marisa tuvo una experiencia paranormal.

En su oficio, los esquemas, bocetos y proyectos son la diaria del trabajo y esa mañana de primavera comenzó la jornada con la idea fija de un cubo.

Estuvo varios minutos mirando el papel blanco de su cuaderno de dibujo mientras saboreaba el jugo de naranja. El amanecer era tibio en el balcón del departamento que alquilaba en el Barrio Cano y el día se planteaba de buen semblante. Esbozó la figura en perspectiva que se enfocaba desde uno de sus ángulos con crayón negro.

Terminó de colorear lo que culminó siendo un cubo mágico y sobre su mesa cayó de la nada una placa plástica formada por cuadraditos de colores. El espasmo del espacio tiempo universal sufrido hizo que la muchacha quedara sin aliento, contenida en su cuerpo paralizado.

Una de las caras del cubo que acababa de terminar en su cuaderno había caído en la mesa de trabajo desde un no lugar. En su cuaderno esa cara del cubo –la principal- ya no estaba.

Hoy el rostro de Marisa muestra más arrugas y preocupaciones que hace dos años, cuando a los 33 le ocurrió por primera vez. Su creación imaginaria concurrió al mundo por propia voluntad.

Marisa ya no dibuja seres vivos pero suele deleitar al consorcio con exquisiteces en las habituales reuniones en las que se discute cómo hacer para que no falte el agua en el barrio.

 

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