En la búsqueda del infierno y del paraíso de la escritora descubrimos su profundidad, un abrazo en la palabra, reafirmando lo que hay que decir y contar. Entrevista con Mercedes Fernández.

Entrevista: Richard Quevedo
Fotos: Juan Guajardo 

El espacio para esta aventura es poco, siempre es poco cuando estás frente a una de las plumas más geniales y comprometidas de Mendoza, sobre todo porque hay cosas infinitas e inagotables en la maravillosa carrera de Mercedes, que todavía tiene mucho por decir.

¿Cómo te definís personalmente y cómo te definís en lo profesional?

Siempre he sido impiadosa conmigo misma, la piedad es un sentimiento innoble. Me considero la persona más vieja del mundo, lo he hecho todo: “Nada me debes vida,  Nada te debo, estamos en paz” (sic) No sé si soy exitosa; sí, con mucha suerte, mis trabajos me permiten tener muchos amigos, gente relacionada al arte, es un gran puente de humanidad. En ese sentido sí tengo éxito, vivo sola pero no soy solitaria, el arte siempre me salvó la vida, sobrevivir a las injusticia y poder superar lo mediocre de la realidad.

¿Cuál es la conexión que existe entre tu familia y la literatura?

Siempre le digo a los que me rodean: hay que buscar para leer el lugar donde el alma duela menos, y donde me dolió menos siempre fue junto a la biblioteca de mi padre y mi abuelo, sin esos libros no hubiese sido nada. De niña comencé escondiéndome y descubriéndome en un libro y aprendiendo a pensar, ellos me enseñaban eso y a escuchar buena música.

En mi familia aprendimos a manejarnos con mucha libertad, entonces yo pude acceder a todo tipo de literatura. Siempre me han gustado los techos altos, hay que soñar, hay que tener siempre al lado ese material onírico y mi familia ha sido parte de ese sueño. Por otro lado, mis hijos son mi faro, mi sostén, mi marco, mi referencia, han respetado mucho mi quehacer. Si hubiese tenido otra familia, no sé si hubiese podido lograr lo que he hecho. He dedicado muchas horas a la literatura y he sido de escribir mucho tiempo en la Olivetti que hacía ruido en las noches (Se ríe). Mi más hermosa asociación es la literatura y mi familia.

¿Cómo fue el proceso de tus primeros libros de contenido tan fuerte?

En Los caminos del silencio había una propuesta de realismo mágico; en el segundo, Las tejedoras del tiempo aparece todo ese encuentro con la gente humilde del hospital Emilio Civit, ahí descubrí que el dolor tiene olor. Yo volvía llorando todos los días a mi casa, era terrible, me encontré con la miseria, el dolor, la tristeza, la pobreza estructural, gente que tiene mínimas posibilidades de salir de eso. Después viene Con olor a tinta donde aparece toda la parte de la dictadura militar y los Derechos Humanos, ese tópico siempre aparece y va a aparecer hasta que me muera, es una marca en nuestra historia y no podemos desdecirnos de eso; y El jardín del infierno fue una bisagra, viene a cuestionar el tema de la libertad y la responsabilidad nuestra como sociedad. Fue una quijotada la novela, pero libertaria. La libertad es una construcción, hay que trabajarla y conseguirla.

¿La literatura es entonces comprometerse a mirar más allá?

Los escritores y escritoras que no tenemos la posibilidad de entrar en esa maquinaria del negocio tenemos la ventaja de hacer una literatura de compromiso, ahí está el punto, no tiene que entretener tiene que abstraer para permitirte pensar. En la literatura siempre se aplica justicia, el lector sabe que se va a aplicar porque no existe en la realidad tal justicia. Ahí está la responsabilidad de hacer entender a la gente que hay que pelear por eso, es la única manera en que nos podemos sentir garantizados como seres humanos, la filosofía y la metafísica, son claves para entender, todos esas mutaciones de dioses, de mitos, religiones, derechos, eso te ubica y te referencia.

¿Qué es Borges? ¿Quién es Di Benedetto para vos?

Borges es un gran maestro, el mejor que he podido leer junto a otros grandes maestros que tengo, es un escritor al que siempre voy, me enseñó a pensar porque Borges te permite eso: entrar en el texto, buscar esas referencias que nombra, el sentido de todas sus obras. Y Di Benedetto es un gran amigo, y sin dudas ha sido uno de los mejores escritores junto a Borges que ha habido en el país, ojalá se lo reconozca como tal.

¿Qué son para vos el miedo, la vida y la muerte?

El miedo es algo paralizante, he sentido muchas clases de miedo pero hay que elaborarlo para que no te impida avanzar, trabajar ese objeto, para que eso no sea un escollo uno tiene que influir. Si te quedás con ese nudo, tu río interior no fluye, no podés hacer nada bien. Y la vida es algo maravilloso, hay que vivir plenamente, con un presente gozoso, constante, tenerlo como una marca.

Yo siempre tuve a la muerte ahí sentada en la esquina del dormitorio de mi madre porque ella estuvo enferma muchos años, murió muy joven. Yo aparte de ver eso, la veía muy fuerte, hermosa, muy dinámica, muy vivaz y hablamos siempre de eso. Creo que desde ahí la muerte es una parte de la vida. Nunca le tuve miedo, es más, siempre la he estado esperando.

La percepción en primera instancia te lleva a reconocerla en las páginas memorables, revolucionarias, certeras, escritas con la sangre de la calle. Historias de injusticias, pero también de esperanzas. En todos sus libros está el alma, el camino atroz con la muerte en las esquinas, con el infierno enfrente de la mirada, con ese paraíso imperfecto vivido en el día a día. Después de todo ese viaje, Mercedes nos regala fragmentos de El niño roto y Grietas en el paraíso, su último libro y primero de una trilogía de thrillers, mientras nos cuenta que se incuba en la imprenta el segundo La marca. Siempre hay entonces un después de Mercedes, porque sus palabras ya son inoxidables en esa amenaza que es el tiempo y el espacio.