Por Julio Semmoloni

Esta columna se escribe antes de las elecciones legislativas nacionales del 22 de octubre, para ser publicada en EL OTRO al día siguiente, es decir, hoy lunes 23, de manera que el conocimiento del resultado electoral no puede incidir porque alea jacta est. Se nutre de sensaciones confusas, premonitorias y alarmantes que dan contenido emocional, sensible a la entrega puntual de la colaboración periodística, que renuncia a priori a la verificación cabal exigida por el rigor profesional.

Trabajar permanentemente sobre determinados temas de su especialidad le permite al periodista arraigar una memoria patente para dar un relieve mucho más preciso que el común de las personas a ciertas circunstancias. El paso del tiempo conspira contra el grado de fidelidad que puede tener una hipotética comparación basada solo en sensaciones; sin embargo, apelando a que nadie posee la verdad absoluta sobre nada, no sería prudente descalificar un enfoque de la realidad así planteado, pues emanaría de la constatación de perdurables entripados.

Por una simple cuestión de madurez política más y mejor extendida, durante el apogeo de los populismos sudamericanos que se dio hacia 2010/2011, los argentinos teníamos buenos motivos para estimar que el kirchnerismo era sin duda el movimiento que más eficazmente evolucionaba en la región. La sola razón de haberse acunado en esta tierra la precoz aparición del peronismo como fuente inspiradora, de por sí otorgaba un hándicap considerable, pues ese primigenio proyecto político aún podía añadir sustento histórico.

Por esos años, que ahora impresionan como transcurridos hace tanto debido al dichoso “clima de época” vigente, ni el más agudo observador hubiese podido pronosticar con qué rapidez cambiaría la situación. Con datos inequívocos en la mano, puede sostenerse en la actualidad que Venezuela, Bolivia y Ecuador (en este orden) ratifican la prolongación más o menos airosa de gobiernos orientados hacia la causa nacional de procurar un Estado de bienestar general.

En Brasil, si bien se desguazó ilegítimamente el predominio populista, tal vez hoy luzca más posible la eventualidad de un próximo mandato de Lula allá que de Cristina acá. Y tanto en Uruguay como en Chile, donde el populismo nunca fue hegemónico, se dan situaciones de continuidad institucional que no implican, como en la Argentina, un retroceso y una derrota espeluznantes de reciente consumación.

Adjudicar la evolución de este imprevisto fenómeno a uno o dos factores sería subestimar la complejidad aleatoria y causal de la política argentina. Nuestro país adquirió un perfil ideológico a veces indescifrable para propios y extraños a partir del alumbramiento peronista de 1945. Además, por lo que se dijo al comienzo de esta columna, de ningún modo incluye esta vez el propósito de ahondar demasiado en la racionalidad argumentativa.

Habrá que caer nomás en la alusión estelar de quien probablemente haya sido (y continúe siéndolo) el político-no-político más desacreditado de la historia, teniendo en cuenta el privilegiado grado de exposición que tuvo su figura desde joven. “¿Te lo imaginás algún día de presidente de la nación?”, supo ser por aquellos años la pregunta retórica en las filas progresistas, cuando ya provocaba un escozor preventivo su paulatino encumbramiento. Aquel figurado interrogante tenía una connotación burlona y traslucía un presagio agorero.

Después de estos casi dos años de mandato, se confirmó que nunca antes hubo en el máximo cargo entre quienes acceden por el voto, alguien con menos o peor formación política que él. Ya demostró con creces que era nomás un Isidoro Cañones bastante haragán para el estudio y el trabajo. Ni siquiera está dotado, como sí lo estuvo Menem, de esa cualidad innata denominada carisma. En efecto, su presencia fastidia, su palabra es burda y su personalidad, insustancial. Al igual que el español Aznar o el yanqui Trump, su trayectoria triunfal deja más en evidencia el talante numeroso de quienes lo eligieron que el individual mérito abstruso del elegido.

La sensación confusa, premonitoria y alarmante indica que esto va para largo. O por lo menos para más largo de lo que se creyó en un principio, cuando el optimismo voluntarista de algunxs ilusxs pronosticó un rápido regreso a las fuentes ideológicas desairadas por la mayoría. Entre pálpitos e impresiones difusas, el panorama que presenta esta votación de medio término parecería condicionar el futuro del kirchnerismo a partir de una especulación bien o mal intencionada sobre el aleatorio y exiguo resultado electoral de una sola candidata en un solo distrito entre veinticuatro.

Aun divagando en el terreno de las sensaciones, un reduccionista analítico vinculado al fútbol diría que la situación del kirchnerismo es muy parecida a la que afrontó la Selección en el partido ante Ecuador. Nunca dependió tanto del buen desempeño de un solo jugador, quien finalmente fue el artífice de la trabajosa clasificación. Cristina es como Messi, qué bueno es tenerla del lado populista, pero esa dependencia unipersonal que ha generado con su talento impar puede resultar aciaga.

El periodismo deportivo amigo suele ser más incisivo en esta consideración que el periodismo político partidario. Hay periodistas deportivos que no se privan de señalar y reprochar el bajo rendimiento de los compañeros de Messi cuando las papas queman. De ese modo, también preservan los antecedentes admirables de Lío para eximirlo de culpa en actuaciones flojas del equipo. En cambio, el periodismo político allegado al kirchnerismo nunca da cuenta de la soledad dirigente de Cristina, como secuela de la falta de suficiente enjundia militante en los integrantes del equipo que la rodea.

En suma, el destino de la recuperación kirchnerista pende de un ajustado escrutinio expuesto al fraude. Parece inconcebible dada la cantidad de años no aprovechada para hacer posible el proclamado esclarecimiento de las masas. Con un relato antagónico pueril y engañoso, Durán Barba se acopló al surgimiento exitoso del referente de la “patria contratista”, para convertirlo en un candidato inmune a los avatares del debate político. El asesor no tuvo empacho en describir a su pupilo como un cabeza hueca programable para lidiar sin complejos en cualquier campaña proselitista, por trascendente que esta fuere.

Hoy es el día después… La suerte está echada, pero apenas se trata de un resultado momentáneo que no debería decidir para los tiempos el destino de todas y todos. No obstante, permanece una sensación transida que rememora cuando comenzando 2015 Durán Barba admitía (pour la galerie o tal vez íntimamente) que Cristina por entonces era imbatible.