Literatura de acá

Texto: Juan Keller
Foto: Seba Heras

Al fin mi cuerpo va reencontrarse con el alma que quedó atrás, murmura el General. Está acostado solo. Es viejo y se siente cansado. Tiene fiebre. En la habitación contigua duerme su mujer. Es la madrugada y el velador ha quedado encendido. Escucha como el reloj avanza y se lleva sus últimos minutos. Siente que es apenas una sombra. Del que fue y ya no será. Sabe que en los años del exilio se comportó como un espejo donde muchos fueron para verse a sí mismos. Unos buscaban al líder de la patria socialista. Otros a alguien que iba a dar vía libre a venganzas y saqueos. Otros a algo aún peor. ¿Cuál es el rostro de un espejo cuando todos los reflejos se han ido?

Al anciano líder le duele la enfermedad que le devora el corazón, pero más le duelen las suturas. Las cicatrices en codos, muñecas, rodillas y talones donde le conectan los alambres con los cuales lo mueven. Le duele, también, la articulación mecánica de la mandíbula. Su secretario brujo, mediante un control remoto o magia (poco importa este detalle), le hace decir cosas que años atrás le hubiera avergonzado siquiera pensar. Este asistente es el peor de todos los miserables que lo circundan.

La medicación apenas puede contener el ardor del pecho. Lo sumerge en un sopor que le hace sentirse blindado por algodones. Flota en el éter y recuerda a su anterior mujer. Fue a la única persona a quien le permitió opacar su ego. Ella fue un huracán de solidaridad y odio de clase. Y entonces la ve. Flotando traslúcida frente a la puerta de la habitación. Viste de blanco (¿novia?, ¿enfermera?). El viejo suspira y sonríe. Ella se acerca hasta el lecho acomoda la almohada y apaga la luz. Él piensa que la mujer se acuesta a su lado. La cama no se mueve. Ella pesa nada. A su cuerpo se lo llevó el cáncer. A su espíritu lo agigantó el tiempo. ¿Qué diría esta mujer ahora que el veterano líder se prepara no solo para morir, sino para su segunda gran derrota?

La primera batalla fue honorable. En ella se enfrentó a su enemigo natural. La suma de las fuerzas del oponente se tornó inmanejable y, para evitar una masacre de sus hombres, el General claudicó. La vergüenza y el desprecio fueron la cosecha de los vencedores. Quizá debió ser ese su final. Convertirse en un mártir bajo las bombas. Quizá su espíritu realmente murió en ese momento. Las dos décadas de peregrinación posterior solo fueron el purgatorio que lo devolvió al poder y al hogar.

La segunda derrota será más dolorosa. El enemigo nace de las propias entrañas. Lo devora desde adentro. El adversario es un grupo de infames que dijeron compartir sus ideales. Se pegaron a él como parásitos. Tristemente, durante los breves lapsos en que su conciencia logra emerger de la fiebre, comprende que son ellos quienes gobiernan.

Alucina con diapositivas del exilio. Los viajes. Las múltiples residencias. La repetición de palabras necias. Los rostros de los visitantes mezclándose entre sí hasta formar una sola masa informe sin voluntad ni propósito. Hasta que una imagen cercana lo alcanza: la visita inesperada que recibió esta misma mañana.

Había que ser un espejismo para llegar hasta el General. Sus capitanes impedían la mayoría de los contactos: hablaban por él y le contaban lo que decían otros. Sin embargo, ahí estaba el hombre en su despacho. El más talentoso de los artistas populares. Músico y director de cine. Durante el convulsionado acto de regreso al país evitó que la tragedia fuera mayor. Cumplió un papel fundamental en ese punto de no retorno. El viejo lo recibió con una sonrisa.

El hombre le habló de sus proyectos, pero más se mostró preocupado por la salud del General. Su inquietud solo podía ser sincera. El militar minimizó los rumores, dijo que seguía fuerte como un toro. Entonces, el hombre se atrevió a hablarle con sinceridad. Le pidió cambios drásticos en la conducción. El anciano sabía que ni el tiempo ni sus oficiales le permitirían acceder a tales peticiones. El visitante lo miró a los ojos e hizo algo inesperado. Le pidió al líder que se pusiera de pie. Se acercó y le dio un abrazo fuerte y emocionado. El contacto duró cerca de un minuto. Después, el hombre más joven se alejó y se puso a observar las palmeras del patio. No quería ver el llanto en el rostro del maestro. Esperó un tiempo prudencial, giró y le estrechó la mano.

-Puedo comprenderlo todo desde el sentimiento –dijo y se fue. Se dedicó a transformar una mística contradictoria en simple belleza.

El General despierta del sopor. No hay nadie a su lado. Escucha los ronquidos que llegan desde el otro dormitorio. Se pregunta si la mujer será, en realidad, uno de los muñecos a los que el brujo insufla movimientos. Debe reconocer que tiene sentido del humor: un títere que ronca.

Se siente muy débil. Todavía es creyente. Desearía encomendarse a Dios, pero sus representantes en la tierra fueron sus enemigos más despiadados durante la primera batalla. En el futuro se convertirán en discípulos del Diablo.

Como militar, sabe que ninguna derrota es absoluta como ninguna victoria es definitiva. Es lo contrario de un proscripto, pero se sabe prisionero e incomunicado. Sus soldados son una realidad inalcanzable. No puede o no sabe llegar hasta ellos. Se pregunta si ha elegido el mejor final posible. Se siente apenas el reflejo de una sombra. Le cuesta respirar. Se desvanece. No imagina que ha abonado el camino para lo que vendrá.