Texto: Miguel Lisanti / Foto: Cristian Martínez

Hoy amaneció inestable, parcialmente nublado, chaparrones aislados por la tarde, y el reloj que late sobre mí funciona al revés, en el sentido opuesto de las agujas del reloj. La aguja menor anuncia las 18, la intermedia dice que son las “y veinte” y la mayor, la que marca los segundos, corre presurosa hacia atrás.

Nono, no conocí nunca tus arrugas, ni tu bigote siciliano, no conocí tu maleta de cuero con esquineros metálicos que te trajo a la comarca. No sé a dónde llegaste, dónde te alojaste, dónde fue tu primer trabajo, cómo conociste a Ana, tu mujer, o mi abuela portuguesa.

No conocí tus rodillas de abuelo para sentarme a escuchar cuentos, solo quedaron las palabras, las palabras que mi padre aprendió de tu boca.

Ellos las usaban para hablar en secreto, para que nosotros cuando niños no entendiéramos los ocultos mensajes de los grandes, tan solo recuerdo mi soterráneo mundo de estatura de niño, que desde un horizonte de rodillas me hacía mirar hacia arriba, observando los dobles ruedos de los pantalones, y desde allí divisaba el bigote a lo Clark Gable de mi padre Antonio.

Las escasas palabras y las risas me crearon un mundo enigmático que comencé a comprender cuando aprendí tu mundo de sonidos, la poesía italiana, novelas, películas… De ese modo descubrí tu Nonomundo.

Para la clase final elegí Sicilia, y un avión me dejó en Fiumicino unos meses después, con mi mochila. Aquella noche no pude dormir en el hostel cercano a la Estación de trenes por ser mayor de 28 años. A pesar de mi gorrita no logré simular mis sesenta.

Corrí de vuelta a la estación y la pantalla ofrecía un tren a Palermo. A las 23 hs. salió desde las vías, viajé con un militar a quién bauticé Capitán Corelli, venía de pelear en la Guerra del Golfo. En el gabinete con asientos de madera iban también unas señoras con quienes practiqué todos los tiempos verbales, los condicionales, el complemento objeto directo e indirecto, el auxiliar del verbo en movimiento… Contento me dormí feliz con el debut de mi nueva lengua. Me desperté y sonreía solo, recordando las palabras que usaba mi padre, ahora las comprendía.

En Palermo no fui a Rocapalumbo, donde habías nacido Vincenzo Lisanti, elegí un siciliano cualquiera con un traje negro con rayas blancas, esa espalda eras vos. Y viajé en un auto a conocer tu patria isleña, atrás ibas vos, Nono muerto, allí había más espacio para tus piernas cansadas. Tu hijo Antonio iba a mi lado, yo hablaba con ambos pero ustedes no respondían (uso y costumbre de muertos). Paré por el camino y compré un pan recién horneado, venía con una lluvia de harina, parecía ceniza. Guardé celosamente la bolsa de papel.

Llegamos a Agrigento dos días después. A la mañana siguiente partimos al Valle de los tiempos, una construcción del siglo VI a.C. de la Magna Grecia, había unas catacumbas griegas con la mejor de las vistas. Me agaché, hice un pozo en la tierra y dejé la bolsa de papel marrón con harina. Eran tus cenizas.

Desde esa loma se puede ver la casa de Luigi Pirandello, tal vez te hagas amigo de sus personajes, y si mirás más lejos al horizonte, un día claro, tal vez veas Lampedusa, y te den ganas de bailar como Burt Lancaster ese último vals mirando  cómo su vida se terminaba y sonreía ante el esplendor de Claudia Cardinale en “Il Gatopardo”.

Mirá lo que son las cosas, soy yo el que te cuenta historias.

Crecí soñando sin tus rodillas y te imaginaba soldado Garibaldino, o militante anarquista.

Tal vez nunca lo fuiste, y tan solo fuiste un campesino, un “vidani”, alguien que convocaba primaveras y pájaros en los ocasos, alguien que los miraba, pero que no podía volar como ellos.

 

El patio de los relatos #2: Las responsabilidades de Marisa