Entrevista con Roly Giménez, autor del libro “Aún sigue cantando. 55 años de rock mendocino”.

Fotos: Seba Heras

Es frecuente. Tal vez sea obra de la distensión final. La cuestión es que minutos antes o después de darle stop al grabador, el entrevistado suele contar la anécdota más rica, o dar “la” definición de una charla.

Estamos en el viejo café del Automóvil Club Argentino. Restan 2 minutos, 18 segundos para que el celular deje de retener la voz del protagonista del diálogo, tras casi una hora de interesante conversación. Traga un silencio, nos mira entre el largo del pelo blanco que le enmarca la cara, y precisa conceptualmente un rasgo definitorio de la cultura popular, en el contexto actual de creciente y saludable politización. “A la vuelta de la democracia el rock se tocaba en las calles. Hoy en día la sociedad ganó la calle, el rock la perdió”, nos dice el investigador y escritor lasherino, antes de acomodar el vaso de cerveza vacío junto al platito con las migas de sal de los maníes.

Fueron imprescindibles esas palabras para ayudarnos a comprender el espesor gigante –físico e intelectual- de “Aún sigue cantando”, el libro del Roly Giménez en el que abraza trabajosamente una historia “total” de 55 años de rock mendocino.

La lectura de ese valiosísimo volumen –de ZERO editorial-, nos disparó las ganas de conocer al outsider que dedicó media vida para narrar el devenir cuyano del género, al margen de la historia oficial del llamado rock “nacional”, en el cual las provincias existen en tanto y en cuanto algunos de sus músicos migren hacia la meca del palo.

En las primeras páginas del texto –ilustrado por Andrés Casciani- Giménez evoca una imagen genética de su compilación: “Comencé a trabajar en la confección de este libro, hace más de veinte años, precisamente la última semana de diciembre de 1994. Ese día fue el elegido para hacer mi primera entrevista, que el azar determinó que fuera Fernando Barrientos y Daniel Martín, a quienes vi una calurosa tarde tomando un café en la vereda del ACA”.

En el preciso lugar de la piedra basal de “Aún sigue cantando” le pedimos a Roly que nos esperara. En el ACA estamos, 22 años después. El escritor nos señala dónde sorbían su café los músicos de Caín Caín, y así comenzamos la charla.

A mediados de los 90 vos ya tenías la idea de hacer una historia del rock mendocino…

Sí, porque yo ya me había devorado la historia del rock nacional, me había leído todo y me preguntaba por qué no había nada acá.

¿En esa historia nacional “lo mendocino” no existía?

No había nada, los Enanitos Verdes solamente. Ni siquiera Los 4 planetas que fue la banda más popular de los años 60. Antes no era como ahora, mil kilómetros eran mil kilómetros, y si no existías en Buenos Aires no te daban ni bola. Los Enanos porque triunfaron, fueron grupo revelación en La Falda (Córdoba), y ahí pudieron grabar y hacerse conocidos.

Nos interesa mucho destacar el aporte que has hecho con tu libro a la historia mendocina y argentina, pero a la vez nos intriga pensar cómo resolviste metodológicamente encarar un objeto de estudio tan amplio, sin fuentes previas.

Yo también me lo pregunté muchísimas veces, porque no estudié ni periodismo, ni literatura, ni historia, nada… Yo soy un amante de la Historia y mi única fuente es haber leído cientos y cientos de libros desde chiquito. No tenía idea cómo hacer, yo me largué a investigar, a hacer muchas entrevistas y a revisar los archivos de los diarios. Siempre el enigma mío era cómo iba a empezar a escribir. Ese era mi problema. Cuando yo comencé el libro sólo había escrito algunas notas en la revista Diógenes. Me costó mucho.

¿Ya desde el comienzo te habías propuesto escribir una historia “total”?

Al principio yo iba a llegar hasta los 90, después la historia se hizo mucho más larga. Además había tomado como inicio los 70 pero, al ir investigando, me fui como diez años más atrás.

Empecé a hacer entrevistas y a la vez un relevamiento de diarios en la hemeroteca de la Biblioteca San Martín. Lo que hacía era revisar los diarios, desde los 60, día por día, en las dos paginitas de espectáculos. Ahí buscaba las bandas que iban apareciendo y las anotaba. Revisé los diarios de treinta años.

Una de las cosas interesantes que tiene tu libro es que no has tenido un prejuicio como filtro para sentenciar esto es rock y esto no.

Yo me guiaba por lo que ya había leído, si vos agarrás la Enciclopedia del Rock Nacional te ponen hasta Facundo Cabral. Para mí fue más complejo en los diarios de los 60, porque ahí había muy poca información y había miles de bandas acá en Mendoza, pero el 80, 90% eran bandas de lo que se llamaba “música complaciente”, todas hacían covers, no eran rock. Yo fui definiendo un criterio personal, me guiaba por los nombres, y también me ayudaba mucho a través de las entrevistas. Entrevisté a muchísima gente de los 60 que me iban diciendo qué música hacía cada banda.

También fuiste creando tu propio método de investigación a medida que avanzabas…

Sí. Además de todas las anotaciones que hacía de los datos de los diarios, grababa entrevistas, las desgrababa y las juntaba en una carpeta. Después partí las entrevistas en párrafos y las fui ordenando, según la época, para armar una estructura básica. Esto lo fui haciendo durante cinco años hasta que empecé a asociar la información de los diarios con las entrevistas, e iba armando el relato. Esa estructura básica tenía como quinientas páginas y la cambié mil veces. Era como un pino de Navidad al que yo, a través de los años, le fui colgando cosas.

Tenía un método muy empírico, muy mío: una bolsita del (supermercado) Vea colgada al lado de una compu, de esas viejas 386, donde iba metiendo papelitos. Donde iba siempre andaba con una lapicera o con un grabadorcito. Siempre con el libro en la cabeza, una obsesión todo el tiempo. Entonces, escuchaba la tele, salía uno hablando de rock mendocino, y yo lo anotaba en un papelito, lo hacía un bollito y cuando llegaba a mi casa lo tiraba en la bolsita. Eso lo hice durante años. Un día, cuando dije “voy a completar el libro”, di vuelta la bolsa sobre una mesa que se llenó de bollitos de papel, y fui separando la información en unos ficheros de unas mil fichitas cada uno. Ese fue el inicio del ABC de las bandas y solistas, papelito por papelito.

¿Vos eras consciente de que estabas haciendo un estudio histórico que eludía los métodos de la “academia”, o tu metodología era parte de un plan de aprendizaje propio que vos te habías propuesto?

Yo quería hacer mi libro, yo no soy academicista y me importa muy poco lo que piensen los demás. Pero sí quería hacer algo bueno, por eso me tardé tanto tiempo. Mis únicas fuentes eran los libros que leía y ver cómo escribía, cuál era mi estilo, cómo lo armaba… yo mamaba de ahí. Yo soy muy poco orgánico, me dedico a la construcción, estudié, hago planos, pero no puedo encarar una facultad, toco la guitarra porque lo aprendí yo, y todo lo hago porque lo voy aprendiendo…

Es la filosofía del rock llevada a la investigación…

Sí, es un libro de rock con métodos de rock. No es una tesis. Es más entretenido. Se trata de contar una historia.

 

“Aún sigue cantando” es eso, nada más ni nada menos que una historia de cinco décadas del rock mendocino, contada con formas y contenidos propios. Relato y compilación insoslayable que devela desde los 60 hasta los coletazos del languidecer noventoso, desde aquellos años de identificación de una forma de vida colectiva con la rebeldía social y política, hasta los días en que el rock dejó de sonar en las calles.

 


 

“La idea de Roly se transformó en un libro de 800 páginas, con detalles exclusivos, documentación sobre 1.300 grupos musicales y una cobertura informativa que va desde 1960 hasta 2015. Todo realizado sin ningún tipo de apoyo oficial, y con un rigor periodístico asombroso. Algo de semejante magnitud y voluptuosidad sólo se puede explicar a través de la pasión”. (Alejandro Crimi, en el prólogo de “Aún sigue cantando”)

 

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