Por Julio Semmoloni
Foto: M.A.F.I.A

Pululan alrededor, próximos y no tanto, por todos lados. Aparentan no querer expresarse de ningún modo, aunque… ¡vaya si lo hacen! Parece que nunca dicen nada de modo ostensible. Apenas si oyen con indiferencia lo que otrxs tienen para decir en materia política, un debate tabú en la sobremesa familiar. Son muchxs, pero no sobresalen a primera vista. Muy difícil calcularlxs en una encuesta: “no saben, no contestan”, y se esmeran por pasar inadvertidxs.

Comulgan sin aspaviento con el criterio de “vivir y dejar vivir”. Se ofenden al oír un exabrupto; se alarman si alguien realiza un pronunciamiento categórico. Algún atrevido considera este fenómeno social tan extendido como la mayoría silenciosa y políticamente correcta. Ellxs no se atreverían a clasificarse así: lxs espanta definirse. Tampoco pretenden ser ecuánimes. Les cae bien parecer neutrxs.

Desde luego que este conjunto cuantitativamente inestimable, no resulta de la suma de individuos fraguados según idéntico criterio. También entre ellxs cunde una generosa diversidad, que puede comprender tanto analfabetos como intelectuales, aunque deambulen por ámbitos completamente dispares. En la proliferación espontánea de esta anónima membresía tal vez radique el voluble comportamiento electoral en las democracias liberales conservadoras.

Son reacixs a la militancia o cualquier tipo de adhesión más o menos notoria. La política sería solamente un compartimento estanco de y para los políticos; lxs fastidia que “la política” interpele sus vidas todo el tiempo. Y si van a votar, lo hacen conminadxs por la obligatoriedad de una carga cívica. Les incomoda la pregunta sobre el voto que emitieron, porque con el secreto preservan la presunta neutralidad que lxs tranquiliza. Creen ser apolíticxs.

No están eximidxs de pasión ni actitudes exultantes en otros menesteres, siempre que las emociones se expurguen en pasatiempos prejuzgados como ajenos a la política del gobierno o de los partidos. Jamás verán la política como una actividad inherente al ser humano que habita la polis. Ni aceptarán que su conducta de presumir asepsia ideológica es también una actitud política identificable.

Esta gente forma un sector social anómalo para esa lógica de antagonismo que caracteriza la grieta. No toman partido de manera definitiva. En la segunda vuelta electoral de 2015, no tuvieron más remedio que optar o votar en blanco. Y ciertamente el diferente caudal de sufragios en favor de una u otra tendencia decidió el resultado final. Cambiemos procuró atraer con mayor astucia que el Frente para la Victoria a ese ambiguo o neutro electorado. Tuvo la ventaja de oponer la expectativa de cómo sería su eventual gobierno, ante el paulatino desencanto del que estaba yéndose, cuatro años después de aquel ubérrimo 54 por ciento obtenido por CFK en 2011.

Nadie simpatiza con la indiferencia política. Si bien la derecha se aprovecha de esa falta de participación, prefiere a sus propixs servidorxs. Y la izquierda condena a lxs apáticxs porque nunca se comprometen. El anodino centro en este planteo disyuntivo pierde entidad, se confunde con lxs indiferentes o lxs ambiguxs o lxs neutrxs.

“Esxs que viven y dejan vivir” no sufrieron durante la dictadura genocida. Por lo tanto, no tienen la Memoria intacta de quienes aún cuarenta años después nunca podrán desmemoriarse. Son muchxs también hoy, como lo fueron antes, cuando formaban aquella mayoría silenciosa políticamente correcta. No es lo mismo silenciosa que silenciada. La mudez del silente no es lo mismo que la mordaza de la censura. Corrección política en dictadura significó naturalizar la subordinación a un orden impuesto desde el Estado, que fue terrorífico para tantxs compatriotas. “Esxs que viven y dejan vivir” nunca se preguntaron ni preocuparon in extremis por nada ni nadie. Prefirieron justificarse con la resonancia del “por algo será” o desentenderse mediante el atajo individualista del “sálvese quien pueda”.

“Esxs que viven y dejan vivir” pretenden o aspiran a no meterse con nadie para que lxs demás no se metan con ellxs. Producen efectos similares al que señala el refrán “el que calla, otorga”. Si se amplía el significado, el dicho popular abarca un consentimiento tácito de situaciones de inequidad e injusticia condenables por la ley y la moral, provocadas por la oligarquía para beneficio propio y en perjuicio de las mayorías más vulnerables.

El recato modoso percibido en esta gente permite inferir su dócil adecuación a las pautas del sentido común imperante, el cual, desde una convencional perspectiva política, deriva en la conformidad con el sistema institucional vigente. En otras palabras, salvo que sientan el perjuicio de una circunstancia específica, viven tranquilamente la vida que dejan vivir al resto (aunque la de estxs otrxs no sea ni remotamente la vida relativamente piola que viven ellxs).

El expansivo kirchnerismo alteró la parsimonia de esa gente de “buenos modales” con su prédica ideológica incisiva. Para todxs ellxs, además de ser innecesario, resulta espantoso interrumpir la rutinaria programación televisiva por una Cadena Nacional, por ejemplo. “¡Cómo el gobierno le habla por TV de política a las personas que están en sus casas!” “¡Dónde se ha visto semejante atropello!” “En democracia, el gobierno debe respetar a la gente que quiere ver programas de entretenimiento que nunca se meten en política”.

El kirchnerismo indispuso gradualmente a toda esa gente, que después tuvo la misma capacidad que cualquier otro colectivo para decidir con su voto quiénes ganarían y perderían en la elección nacional que modificó drásticamente el derrotero político del país. El paulatino desapego inercial de este público, que se produjo luego del hegemónico triunfo de 2011, no guarda relación estricta con la obra de gobierno ni con el primordial designio del proyecto político. Tiene que ver con una manera de ser del populismo, cuya vital movilidad transformante lo aparta de la “corrección política” inerte, aparentemente inocua, que guardan las demás expresiones liberales conservadoras.

Esta inmensa platea de entretenidxs con pasatiempos masivos, no desea ser molestada ni mucho menos interpelada por transmisiones acerca de una realidad que contrasta con dicho apoltronamiento acrítico y anestésico. Ya lo explicó con elocuencia y hace más de cinco décadas Umberto Eco, cuando el conglomerado mediático tenía muchísimo menos influencia y no existía ni la simiente de las redes sociales actuales. “Esxs que viven y dejan vivir” son lxs “integradxs” a la cultura de masas fogoneada desde las matrices corporativas.

Cambiemos es una rama política de ese tronco cultural colonizado. Utiliza una estrategia frívola, sugestiva y penetrante para capturar y adormecer a la vez. Mientras perdure el clima de época vigente, parecerá que dispone a su favor de los contextos apropiados. Nunca competirá con Unidad Ciudadana, por ejemplo, en la arena de las ideas y las propuestas participativas. Su menú de seducción se ajusta al determinismo individualista del capitalismo global.

No menos del 30 al 40 por ciento de la población cabe cómodamente en el espacio amorfo ocupado por “esxs que viven y dejan vivir”. Aleatoriamente atraídos por una tendencia, condicionan cualquier resultado electoral. Ocurrió en la provincia de Buenos Aires, en 2009, cuando el arrogante marketinero De Narváez venció en las urnas al expresidente Kirchner. Esta gente lo hace posible. El kirchnerismo no puede soslayar, subestimar ni cuestionar tamaña incidencia, cometiendo el error reiterado de uniformar mensajes destinados a la ciudadana en general. Debe tomar nota del peso relativo que presenta este heterogéneo colectivo, para atender específicamente la voluble inclinación electoral de tantísimxs eventuales votantes.