Por Julio Semmoloni

El asombro, la fascinación es tan grande que involuntariamente produce una especie de hesitación culposa. Ganas de replantearse todo lo que ha sido ya pacientemente sopesado. El detonante sería la confidencia o el desliz o el exabrupto de alguien profesionalmente muy idóneo y culto que deschava su profunda e irredenta condición de gorila político. Tras la hiriente sorpresa, es de buena gente, aun con talante crítico, atenuar el avieso impacto mediante verosímiles justificaciones. La mayoría de las veces abruma tanto disparate.

Por supuesto que se puede entender ese odio pertinaz (activo o residual) del gorilaje argentino. No tolera, por ejemplo, que desde el poder formal legítimo, el populismo recorte algún privilegio naturalizado en los sectores sociales acomodados. Pero hay gorilas y gorilas. Aunque el agrietado país sangra por la herida a diario, estremece a la interioridad calmada (y en algún instante resignada) que aflore cierta incontinencia verbal en boca de quienes intentan hacer un culto de la moderación y la presumida neutralidad.

Significa que si esxs tipxs también son gorilas, nunca más habrá desatención y descuido ante otra remota posibilidad de resurgimiento populista en términos similares a lo acontecido en 2003. Al contrario, este enemigo visceral y ladino está preparándose para evitar, siquiera, el germen de una eventualidad por ahora insospechada, que a su vez deberá sortear desde la raíz el actual asecho feroz incoado.

El deschave paradigmático al que se alude, entre tantísimos que son moneda corriente en los grupos mediáticos dominantes, surge con una naturalidad que apabulla del extenso y laudatorio reportaje que Luis Novaresio le dispensa a Hermenegildo Sábat, difundido en Infobae. El periodista colmó de elogios al dibujante, quien los acepta dócil dejando de lado la modestia característica de su origen uruguayo. No solamente no maltrató a Sábat como sí pretendió (y no pudo) hacerlo con Cristina, sino que abandonó todo atisbo de imparcialidad para convertirse en un fan privilegiado por la mera aquiescencia del otro.

La entrevista camina por lugares comunes sobreentendidos que a la vez permiten destacar a la figura y complacer la descontada empatía del que pregunta con fingida agudeza. Aunque no se conocían, resulta claro que se pusieron de acuerdo enseguida. Acuerdo tácito que nace de compartir de manera recatada, nada desafiante, arraigadas inclinaciones. En otras palabras, ambos son gorilas porque piensan y sienten como tales, no por una conducta exterior estentórea o políticamente incorrecta.

El asombro, la fascinación está en que conspicuos gorilas reservados como estos, dan cuenta de la inexorable existencia de una legión subrepticia con capacidad para establecer acciones preventivas de reaseguro antipopulista. Puede parecer una deducción proveniente de otra obvia visión conspirativa de la sociedad. Tal vez. Por ahora que sigan hablando los hechos un tiempo más.

Con la parquedad y la sugestión que lo caracteriza como el dibujante emblema de Clarín, Sábat se soltó al contestar dos o tres preguntas cortas y directas que buscaban su complicidad para anatematizar al kirchnerismo. Insinuó que durante el gobierno de Cristina “en algún momento yo me sentí peor que en la época de la dictadura militar”. Previamente, inducido por Novaresio, admitió enfático que “nos salvamos raspando” (del riesgo de perder la democracia). La respuesta fue lacónica, imprecisa para Novaresio, quien pidió una conclusión definida: “Estamos hablando de los Kirchner”, lo ajustó remarcando con ese apellido, el periodista. “Estamos hablando de lo que pasó”, sentenció Sábat innominadamente, en inequívoca referencia al gobierno anterior.

El título de la nota publicada por Infobae fue “Sábat: en algún momento me sentí peor con el anterior gobierno que en la época de la dictadura militar”. Fue el excluyente objetivo de la entrevista. Hacer incurrir en gorilaje explícito a una personalidad del “arte periodístico” (si cabe denominarlo así), con el fin perverso de justificar la indiscriminada persecución judicial de todxs lxs funcionarixs kirchneristas, incluida la expresidenta. Pero Novaresio no es Lanata, ni Sábat se parece al ultra reaccionario autor de Gaturro en La Nación. Ah, no… Perdón. Se parecen en que todos ellos fueron galardonados con el premio Konex.

Banalizar el terrorismo de Estado y demonizar al gobierno nacional y popular no mereció ni una mínima reconsideración por parte de ambos en el suculento diálogo entre fervientes repúblicos. Y para que no quedaran dudas de que era la oportunidad, ahora sí, de sacarse por completo la careta de “demócrata que cree en el respeto por los demás”, Sábat reconoció que en el reportaje no se refiere a Cristina por el nombre (sino como “esta señora”) porque le “molesta” nombrarla. Por ende no quiso hacerle un “favor” nombrándola, pues cree que “parte de la notoriedad de ella es porque todo el mundo se ocupa de ella, nada más” (sic).

Este pelambre oscuro y erizado por tanta aversión manifiesta en gente refinada mete un poco de cuiqui a quienes vislumbraron en 2015 que se venía una impiadosa revancha contra el populismo (tal como lo previera el Papa Francisco, semejante a la de 1955). Un par de años más tarde se comprueba que no se trató de un exaltado pronóstico paranoide.

Detalles del episodio que dio lugar a la ignominiosa comparación de Sábat en detrimento del gobierno presidido por Cristina dan la pauta de la enormidad proferida. En 2008, el peor año entre sus ocho de mandato, la expresidenta afrontó una severa crisis política como consecuencia de la sediciosa protesta de las patronales agropecuarias, que bloqueó el transporte de carga por la red caminera troncal y secundaria y desabasteció de alimentos a la población.

En medio del destituyente contexto, Sábat caricaturiza a Cristina dibujándola con una cruz en la boca, en obvia indicación que debía callarse. Ella reaccionó de manera destemplada contra la permanente embestida de Clarín, y ante un multitudinario auditorio interpretó que se trataba de un mensaje cuasi mafioso. No amenazó a nadie en particular, se victimizó descarnadamente, pero Sábat consideró que la jefa de Estado lo ponía en un aprieto público, aunque la única derivación de dicho episodio fue que no aceptó la invitación de Cristina a tomar un café, trasmitida a él por un periodista acreditado en el Congreso y con llegada directa a Presidencia.

Sábat tiene todo el derecho de calibrar subjetivamente como una exageración desmedida la actitud de la expresidenta, lo cual puede repercutir inhibiendo el ánimo de un profesional de su talla. Pero si la anécdota contada a Novaresio por primera vez tras un prolongado mutismo no pasó de ahí, cómo cuadra dicho malestar pasajero y habitual en conflictos de esta índole, comparado con la horrorosa experiencia de lesa humanidad que propone el dibujante, hasta el punto de darle simetría emocional con los tiempos del genocida Videla.