La Grieta es el parámetro de cada decisión genuina, de cada acción meditada en contra de lo establecido sin el consentimiento mayoritario.

Por Julio Semmoloni
Fotos: Fabián Sepúlveda

Lo único trascendente y perdurable que dejó el kirchnerismo en sus doce años de hegemonía política fue la Grieta. Esta afirmación en principio espanta. Seguramente el politólogo tratará de rebuscar el costado sarcástico de la atrevida aseveración. No estaría de acuerdo con la presunta banalización de un intento crispado de corregir el rumbo del país dejado a la deriva por su establishment, hacia un derrotero emparentado con lo que espera de su futuro la aspiración nacional y popular.

No escapa a esta rotunda consideración que una aparente liviandad histórica estaría omitiendo la existencia previa y lejana del antagonismo ideológico argentino. Obvio, cabe decir con mayor exactitud que esa discrepancia no empezó a partir del kirchnerismo. Y en el afán de aclarar y precisar puede reformularse así: es la Grieta como reafirmación de la conciencia subsumida, que late más fuerte cuando se encuentra el sentido profundo y movilizador, rebelde, tal vez inexplicable, de la trillada conceptualización de lo nacional y popular.

Una vez reconocidos sus efectos, se expande el paradigma. La Grieta es ya un patrimonio cultural, la defensa contra la embestida alienante del restaurado sentido común antipopular. No trata de convocar héroes para salir en auxilio de tanto sentimiento arrebatado una y otra vez. Apenas (y nada menos) es la reacción comprometida de una vida política que se siente como pertenencia irrenunciable de identificación.

Qué vacuas suenan algunas palabras que no alcanzan ni de cerca a describir o nombrar lo que a menudo no es necesario mostrar o decir. Bastaría un grito, un recuerdo, un gesto para que aflore todo eso tan nuestro e indefinible. Pero la Grieta es la metáfora que unxs pocxs usan para estigmatizar y otrxs, más del lado de nosotrxs, para resistir. La Grieta no tiene dueñx excluyente. Es una entidad anexa a la voluntad hacedora del conjunto. Va construyéndose como constancia reveladora de una dualidad social arraigada. Es una oposición dialéctica intrínseca que problematiza el país, tal vez en la búsqueda hasta hoy infructuosa de una síntesis superadora que nos convierta en nación fecunda.

La mixtura indescifrable del nosotrxs, nutrió de sentido la rivalidad desigual y prepara a que la próxima vez, cuando sea el tiempo del retorno, el desafío de explicar y persuadir no sea una advertencia a otrxs sino el esclarecimiento de lxs propixs imbuidxs de la alegría de rehacer y mejorar. La Grieta está delante, al costado, detrás de todas y todos. Separa y atrae al mismo tiempo. Tiene una dimensión auténtica cuando las mayorías deciden respetar a las minorías porque son respetadas por estas.

El tiempo para vencer en una puja idónea y útil puede iniciarse en el momento decisorio, cualquiera sea, sin improvisaciones negligentes ni apuros ansiosos. Habrá que proponer y trabajar en la construcción de esa instancia propicia para proyectar una sociedad madura y consecuente. De una sola buena idea puede surgir el motivo que alumbrará el futuro. Pero si son más de una las ideas inspiradas, seguramente en la medida que armonicen y se complementen darán a luz un pensamiento transformado en causa liberadora de la sociedad que procura el Estado de bienestar.

El kirchnerismo reafirmó la Grieta en cuanto estímulo para reemprender el sostenimiento de una dedicación solidaria a los más vulnerables, la ampliación de derechos en general, la atención permanente de los derechos humanos, el renacimiento de la autoestima nacional, la perdurabilidad de las conquistas laborales, etc. La Grieta no es negociable ante ningún chantaje de quienes hipócritamente pretenden soslayarla en busca de una unidad insulsa, acrítica y voluntarista. De ser posible alguna forma de unificación ciudadana, sería a costa del adormecimiento o la resignación de derechos por parte de mayorías que siempre actúan en flagrante desventaja.

Mantener la Grieta es también el acicate para proteger a los desatendidos por este victorioso modelo de profundización desigualitaria. Indigentes y pobres, al igual que los ricos, no están demasiado inquietos por la consolidación de la Grieta que decantó el kirchnerismo. Es en la veleidosa clase media donde prosperan los desencuentros familiares, las porfías entre amigos y las rencillas vecinales. El kirchnerismo hizo posible esa especie de catarsis colectiva: sacó a relucir las pasiones reservadas tras la medrosa conducta de que no sirve ni es conveniente discutir a fondo sobre política. Reinstaló un marco racional y accesible para el libre debate de las tendencias militantes.

La Grieta no perdura ni se afianza sólo porque se alienta la hostilidad entre partes claramente diferenciadas. La Grieta tampoco resulta más evidente cuando se interpela estentóreamente al que está por criterio propio del otro lado. Patentiza su existencia a diario como consecuencia del convencimiento y la distinción, la elección y la fidelidad. La Grieta es el parámetro de cada decisión genuina, de cada acción meditada contra lo establecido sin el consentimiento mayoritario.

La vigencia de la Grieta persiste en tanto alerta de la peor desigualdad social y en la medida que su connotación movilice fuerzas aún inoperantes del mejor y más inclusivo kirchnerismo, el que se reconoce ocupando la izquierda del espectro ideológico, superando y alejándose del restablecimiento pejotista y de un progresismo anacrónico.

¡Claro que hay países con sociedades sin grietas! Países cuyas sociedades están unificadas, uniformadas detrás de objetivos en apariencia comunes. Suele apelar el discurso políticamente correcto a ese propósito de alcanzar la unidad para fortalecer la soberanía y facilitar el camino de la prosperidad. Pero el dilema se plantea con mayor intensidad cuando se trata de sociedades en las que imperan estructurales desigualdades.

En esos casos el antagonismo se explicita en la medida que es verificada con seriedad y sin ulteriores especulaciones, la crónica y dramática situación de muchos que no tienen casi nada y pocos que acaparan casi todo. Por ejemplo, en los Estados Unidos actuales la desigualdad se ha pronunciado y convierte a ese país en el menos equitativo entre los desarrollados. Sin embargo, no parece que la sociedad estadounidense evidencie la clara manifestación de una grieta política similar a la de nuestro país.

Los cantos de sirena que abogan por la unidad de lxs argentinxs, además victimizándose por las secuelas de una Grieta fomentada por el kirchnerismo cada vez que intentó neutralizar el imperio de las desigualdades, responden al mezquino interés de quienes se afanan por conservar sus privilegios.