Día a día, unos 45 cafeteros se ganan la vida vendiendo cortados, tortitas y facturas en las calles de la Capital. La temperatura a cielo abierto en el café al paso.

Fotos: Apprentice

 

Los cafeteros de EL OTRO

Las mañanas de la Capital suelen ser más templadas que las de Malargüe o La Paz, pero gozan de la circulación de los cafeteros. Ellos reparten el refrigerio caliente que, a media mañana, acorta la jornada.

Fabián trabaja “de esto” hace 25 años, y no “se ve” haciendo otra cosa para vivir porque este laburo le da libertad. Sus clientes lo saludan con afecto aunque con aires de rutina. Comparte el café y la diaria; las expectativas y los tropezones de la vida.

Ángel lleva más de una década en el oficio y disfruta haciéndolo. Comenta que con la gripe “A” los controles sanitarios comenzaron a formalizarse, hasta lograr que todos los cafeteros compren sus productos en empresas habilitadas.

Ambos perciben un ingreso mensual que oscila entre los doce y los quince mil pesos luego de descontar los costos de la mercadería. Cada cual decide si realiza algún aporte jubilatorio, o si se vincula con una obra social o empresa de medicina prepaga.

Los dos agradecen el tener un trabajo que los ayude a salir adelante.

Del oficio y las calles de Mendoza

Tanto el experimentado como el más joven tienen lugares fijos en los que, de común acuerdo con otros colegas, circulan todas las mañanas. Tres o cuatro puntos de la ciudad son los que cada trabajador recorre desde temprano, aunque las mayores ventas se registran a partir de las diez de la mañana.

Nos cuenta Fabián que no podría estar en una oficina u otro trabajo en el que debiera recibir órdenes, tampoco concibe cambiar un salario por parte su libertad. La vida la hizo en la calle. “Cuando el cuerpo no me de -afirma- ya veré que hacer”. Hoy por hoy, pelea la diaria.

Si bien cada invierno, con la llegada de los primeros fríos firmes, salen a la calle muchas personas que no están habilitadas por la municipalidad de Ciudad, los inspectores suelen incautar los termos y alimentos, llegando en algunos casos a vivirse violentas escenas policiales, como si estos trabajadores fuesen delincuentes.

Años atrás, Ángel fue uno de esos “independientes”. Había decidido “abrirse” de la empresa que lo proveía de mercadería, pero el arribo de la nueva normativa lo obligó a volver tras sus pasos y reincorporarse a la empresa que otrora dejó.

Previo a ese momento, trabajó en distintos lugares de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El acceso a la cultura y esparcimiento lo deslumbró, pero las jornadas laborales de catorce, dieciséis o diecisiete horas hicieron que un fin de año de principios de siglo decidiera no retornar a la CABA y establecerse en Mendoza.

El calor de un café

Nuestros cafeteros nos sorprenden con la primera afirmación económica del entorno: “vendemos más café en verano porque la gente está más suelta”.

Sin embargo, seguidamente, muestran su preocupación por lo difícil de la situación del país. Ángel entiende que “la comida es lo último que uno deja de comprar y por eso seguimos vendiendo más o menos normal”.

Fabián sirve café casi todo el tiempo. Cuenta sus experiencias mientras cobra.

Uno de los clientes da testimonio de las dificultades que tiene, luego de 15 años contratado por una empresa que terceriza sus esfuerzos. Otra compradora destaca la diferencia de precios del café al paso y de los negocios del centro. Fabián grafica el ejemplo: “A un señor por lo que yo le cobré ochenta pesos, en un café le pedían trescientos”.

El frío pasa, café mediante, con el sol del mediodía que empieza a calentar. Los cafeteros disfrutan este solcito. Son optimistas por naturaleza, más allá del enfriamiento económico.