El 26 de julio de 2017 se recordará desde hoy como uno de los días más transcendentes desde el retorno de la democracia. Los genocidas a las jaulas y a otro escalón del infierno.

Texto: Richard Quevedo
Ilustraciones: Andrés Casciani *

Esta crónica empieza con un pájaro negro, pequeño, quizá merodeando tribunales federales. Mendoza aparece como siempre, casi ajena ante un momento histórico y paradigmático como el del 26 de julio de 2017, cuarenta y un años después de la irrupción de las fuerzas armadas, del golpe de Estado, de un golpe a las almas.

Ese pájaro pequeño que abre esta historia se forja solitario entre la música, los ruidos de los colectivos que resuenan en la calle España. Hay voces alrededor: ¿Qué pasará? ¿Cómo seguiremos? ¿Nos abrazaremos de dolor o de bronca? (cosas que quedan en el pasado de este teclado y de la sonoridad de la sentencia). Seguramente de olvido nunca, pero es importante que nos abracemos de algo y por algo.

El sol avizora una jornada plena de utopías que esperan, gente que espera, pañuelos que esperan desde hace años, sin dejar que puedan estorbar los velos de la mentira y el negacionismo, de ese horror que sigue escribiendo a los costados con sangre, sin arrepentimientos. Hay un grito atrás nuestro en las gargantas, una razón que se cierne y torna posesiva, la de entender la historia, una larga lista de demonios por combatir, de pájaros que han achicado su contextura hoy, pero que no dejan atrás la muerte, ni los pensamientos que conducen al terror y al caos, al infierno mismo de los que entraron ahí.

Entonces, aquel pájaro negro se alejaba de a poco al escuchar la palabra SENTENCIA, la palabra MEMORIA. Comenzaba a emular el desastre, la caída, el silencio hermético de los genocidas que padecen la justicia sobre el estrado. El mundo ahora empieza a ser de VERDAD, un poco menos injusto.

En medio de los bocinazos, a la hora que empiezan a padecer las bestias, resuena la palabra PERPETUA, la voz que surge de nuestras entrañas, en un grito revuelto de lágrimas que pintan los rostros de amor por los que ya no están, esos que ahora ríen por los que quedamos luchando por una causa que nos perseguirá hasta el fin.

Insisto en el pájaro que vi al entrar a tribunales, porque los símbolos nos hablan todo el tiempo y acomodamos nuestras cabezas acordes a los hechos que preexisten. Esa misma ave me lleva al poema oscuro de Edgard A. Poe, aquel pájaro decía “Nunca más” muchas veces para aplacar un sufrimiento que aquejaba al amante que pierde el amor. Nosotros lo venimos diciendo hace más de cuarenta años, por las profundidades de las diferentes causas, los amores que no están, hermanos, compañeros, hijos, nietos, padres, madres, abuelos, ABUELAS.

No existe tal venganza en los escondites de la memoria, hay justicia; las únicas jaulas que se cierran para estos pájaros que sin arrepentimientos nos siguen merodeando también en estos finales, en estos principios. Romano a la jaula, Miret a la jaula, a las jaulas tantos otros. Acaso sean estos los únicos pájaros que estén creados para habitar ese infierno que cada vez será más eterno, hermético y verosímil.

Muchos siguen sueltos, anidados por una complicidad que también continuará. Pero, desde hace mucho viven huyendo, o con la intención de evadirse inútilmente, pues muchos ya no somos los mismos, somos pájaros blancos de pañuelos, blancos de sentido de pertenencia, también negros de horrores vistos, de vivir con la tristeza de los 30.000.

Se va el pájaro, despavorido ante tantas voces cantando NUNCA MÁS, al ver los abrazos, que seguimos en marcha caminando, corriendo, arrastrándonos. Continuaremos la historia, ellos tienen miedo de que perdamos el miedo. El infierno se abrió nuevamente, no hay arrepentimientos, la sangre de los que son condenados se hiela, se hace piedra. Los años nos traerán a nuestras mentes las preguntas de cómo será estar en tal lugar. Ahora saben, con más claridad, que a donde vayan los iremos a buscar.

 

* Ilustraciones realizadas en vivo en las audiencias de la Megacausa. Retoque digital posterior.