Después de cuatro años de esfuerzo artístico e investigación, Juan Ignacio Sagristá muestra al mundo “Don Zoilo, 40 naipes argentinos”. La baraja autóctona será celebrada en Mendoza con un “Gran Torneo de Truco Gran”.

Fotos: Seba Heras

“En tiempos de olvido, de desidia y de jueguitos virtuales, hemos dibujado, pintado y fotografiado 40 naipes de truco para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, pero sobre todo para las manos y los ojos de los que piensan como el viejo Antoine de Saint-Exupéry, que una vez escribió estas palabras: ´Conoces lo que tu vocación pesa en ti, y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula´”.

Con estas líneas escritas en mayo, el aviador de sueños Juan Ignacio Sagristá anunció la llegada, desde Buenos Aires a nuestra provincia, de la primera baraja argentina, o por lo menos, la primera gauchesca.

Con la buena nueva, hasta su casa fuimos y esperándonos estaba el flaco de las manos inquietas, quien inmediatamente nos hizo pasar hasta el borde de una mesa sin pretensiones, aunque repleta de pilas de cartas criollas.

No es para nada común ver una quimera sobre una tabla. Imaginamos cómo habrá sido la primera vez que Thomas Alva Edison encendió la lamparita, mientras compartimos la luz que brota del rostro alegre de Juan, ante la alucinación real de los naipes.

Descorcha una botella el creador, y nos comparte el vino y su relato: “A mí me venía gustando hacer dibujos, estaba tratando de hacer, no sé, un conejo o una planta, pero que me saliera bien. Me puse a estudiar, leyendo libros, hablando con gente que sabe y, mientras estaba haciendo un gaucho en tamaño natural que me había pedido mi viejo, empecé a pensar en la idea de hacer varias figuras de la cultura argentina que pudieran formar parte de una baraja de truco”.

En una “explicación” impresa, que acompaña a los naipes ya listos para la venta, Juan describe el proceso creativo que lo llevó a la composición de los protagonistas de la baraja: “Dibujadas a lápiz con un poco de acrílico blanco, sobre tela, en bastidores de 122 x 75 cm (y basadas en fotografías de personajes históricos, habitantes todos ellos del suelo argentino hacia el año 1900 aproximadamente) las figuras encarnan lo que entendemos como arquetipos de la argentinidad”.

Cuando la taba se da vuelta

La estructura social medieval de la baraja española, donde las figuras de mayor peso simbólico están encarnadas en el rey, el caballero y el señor, fueron atacadas en estos pagos, hace más de un siglo, por la subversión engendrada en el truco. El juego argentino permitió reducir los valores nominales y convertir a los seres poderosos en vulnerables, ante la amenaza de un ancho de espadas o el garrotazo del basto.

La baraja Don Zoilo, especialmente diseñada para dar un paso más en la irreverencia, agita la aristocracia tradicional con una vuelta de rosca clasista. A cada palo del mazo de Sagristá le corresponde una comunidad que hunde sus raíces en la identidad sudamericana. Pueblos originarios, africanos, gauchos e inmigrantes conviven. Caciques tehuelches reemplazan a reyes blancos, bárbaros ocupan lugares de civilizados, militantes anarquistas dinamitan las sotas, y afros se apoderan del oro comercial. En tanto, caballos criollos aparecen desmontados y sin más ataduras que las trenzas de sus cabestros.

Bajo el seudónimo “S. Artigas”, Sagristá especifica: “En cuanto al resto de los naipes, es decir, los números que van del 1 al 7, solo deseamos aclarar que la madera utilizada (tanto en el as como en el resto de los bastos) es el algarrobo; que el as de espadas es una cruz o asador criollo; que los cuchillos tienen en el mango una incrustación de plata que representa una chakana (símbolo de las culturas originarias de los Andes); y que la moneda utilizada para los oros es una moneda acuñada en 1913, como homenaje conmemorativo en el centenario de la acuñación de la primera moneda argentina”.

Inicialmente tenías la idea de la primera moneda patria y los dibujos de tus cuadros; ¿cómo fue evolucionando el proyecto de la baraja?

Al principio, para los oros había pensado en sopaipillas, para las copas se me ocurrió el mate, pero después lo cambié por los vasos de vino y un ancho que es una damajuana. Cuando pensé cada palo dije, bueno, al as lo voy a cambiar… Todo fue mutando.

Lo único que está hecho como obra mía son los dibujos (de reyes, sotas y caballos), que son interpretación de fotografías bastante realistas. Lo quise así, de cierta forma, quizá por incapacidad mía para intentar figuras sin modelo.

¿Cuándo comienza la concepción de ruptura ideológica con el naipe tradicional?

La idea original parte del gusto de jugar al truco. Una o dos veces a la semana me junto con los muchachos a jugar, y siempre decía: “qué lindo sería que en lugar de tirar un rey rojo tiráramos una figura nuestra, representativa de lo nuestro”.

¿Y eso supone un cambio de la historia?

Claro. El diseño de las cartas españolas, que todavía usamos, es de un catalán. El tipo lo vendió, seguramente por muy poca guita, a Fournier, uno de los grandes fabricantes de naipes del mundo, quizá el más grande. Cuando fue la Exposición Universal de Barcelona, en 1888, se empezó a difundir ese diseño que, con algunas pocas alteraciones, llega hasta nosotros.

Del dicho al hecho

Después de años de investigar y laburar en los cuadros, ¿cómo encaraste el proceso de impresión de las cartas?

Los costos de la impresión fueron todo un tema. Acá en Mendoza me salía el doble de lo que me cobrarían en Buenos Aires. Fui tratando de juntar la plata. Rifé uno de los cuadros (el único en color que ilustra el lomo de los naipes), vendí 80 números a $100, cobré 40, y me fui con esas cuatro lucas, más cuatro que tenía yo, a Buenos Aires a ver si imprimía algo. Llego y me entero que la gráfica era un mundo que yo desconocía por completo.

Hubo un loco muy piola, que vio anteriormente cómo estaba hecho el trabajo, y me citó en su taller. Cuando llego, un chabón me espera en patas al lado de una vieja imprenta y me dice: “Loco, yo sabía que no te iba a hacer el trabajo, porque mi maquinaria no me lo permite, pero vi con el esmero que trabajaste, y lo que me escribiste, y me dieron ganas de ayudarte”. Me sentía Bambi en la jungla. El tipo me explicó que, entre la idea que yo tenía y lo que se podía efectivamente hacer, había un abismo. Él me dijo todo lo que tenía que hacer para lograrlo.

Después me encontré con otro chabón que, como ustedes y como yo, le gusta más lo que hace que la biyuya que puede ganar. Él me presupuestó el laburo, me imprimió los naipes y me fio la mitad del costo.

La carga simbólica en los juegos populares es enorme, esto no resulta para nada inocente en tus cartas.

Eso lo descubrí con el Tarot. Se dice que es el conocimiento de los egipcios. Ante el avasallamiento de su territorio y de su cultura, los sabios se juntan y resuelven que, como el vicio es mucho más perdurable que la virtud, se lo van a dar al pueblo en forma de cartas. Y es así como se populariza.

El naipe siempre fue un objeto muy del gitano, del judío, de los árabes. Son estos pueblos errantes quienes lo llevaron por todo el mundo.

Hace casi un mes, miles de naipes argentinos llegaron desde Buenos Aires a la casa de Juan Sagristá, para convertirse en 400 mazos. En el transcurso de este tiempo, Juan ya vendió casi todos y se alivió del peso del fiado del imprentero porteño.

El próximo 8 de julio, mientras pergeña la segunda edición, el creador de las cartas de nuestra identidad celebrará su obra con un “Gran Torneo de Truco Gran”. Dicen que festejará con amigos, vino, un costillar a las brasas, y una gota de saliva en la frente, donde quedará pegada la carta de Di Giovanni o el desquite del eterno cacique Pincén.