Un texto, enviado por personas privadas de su libertad en las cárceles mendocinas, analiza el funcionamiento de un sistema que no les da muchas respuestas, ni a ellas ni a la sociedad en general.

Fotos: UNCuyo

Carta abierta sobre el funcionamiento del sistema

Desde que le pertenezco al sistema penitenciario provincial he pensado en todo lo que se debe cambiar, pero siempre lo pienso como una acción externa, como una unión de voluntades para transformar este sistema tan cuestionable en un proyecto verdaderamente reinsertivo que ahonde en los problemas de base, pensando en individuos llenos de carencias, pero al mismo tiempo, llenos de futuro.

La cuestión es por qué no comenzar desde adentro, por qué no dar la lucha desde aquí mismo, donde todo sucede, vive y padece. Porque para ello debiera recurrir a los organismos  que reciben denuncias de este tipo pero estos están enfrentados a todos. Entonces yo denuncio en la Procuraduría de la Nación, que recibe la denuncia y da comienzo a un trámite que la enfrentará al mismo sistema hasta que el tiempo de lugar al olvido. Y si denuncio el actuar de la defensoría oficial me van a “recomendar” que no lo haga, porque no conduce a nada, solo a entorpecer.

Por lo que sigo hacinada, durmiendo con chinches, con una escuela aislada que no es incluida en ningún proyecto, con actividades sin futuro, en un edificio descuidado, sin derecho a embellecerlo, con unos móviles de traslado que te hacen soñar con ser una vaca, porque ellas tienen aire y luz, cosas elementales que yo no tengo. Sigo sin dentista, sin doctor, sin psicólogo, sin psiquiatra, porque lo que ofrece el sistema no necesariamente está disponible en la realidad.

Todo el sistema es carente. Pensado de forma tal que aplaque cualquier intento de reclamo fundamental que se realice desde adentro. No se permite la discusión de lo imprescindible, se anula la pelea colectiva porque solitariamente se tapa mejor, y principalmente, porque las personas privadas de libertad cargamos con una culpa de tal peso que nubla nuestros derechos. Se puede gritar, hasta patear una puerta, por reclamar algo tan básico como es un paracetamol, pero no hay real conciencia de lo que se padece.

¿Somos lo peor de la sociedad como suele decirse? ¿Somos una parte más? ¿Somos la consecuencia de una miseria violenta? ¿Cuál es la impronta con la que se proyecta el sistema penitenciario? La que haya sido, no importa. Lo inexorable debe ser la prontitud del cambio. ¡Ese que se precisa ya! Porque se puede, es una lucha que se debe dar. Por las y los jóvenes, casi niños que pueblan los penales de Mendoza. Por la oportunidad que no tuvieron, porque muchas veces ni supieron qué era una. ¿Cómo reconocer algo de luz si siempre se vivió en tinieblas?

No demos por perdido, ni por terminado, algo que ni siquiera se ha probado.

 


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