P.U.T.A. cumple su primer año sobre las tablas y lo celebra esta noche en La Colombina. Sin el ropaje de su personaje, charlamos con Romina Iacovetta, actriz de una propuesta teatral autogestiva que problematiza la violencia machista.

Fotos: Coco Yañez

“Matar a la madre”, decimos casi al unísono en un momento de los primeros diez minutos de grabación de la charla. La corta oración que suena como mandato o antimandamiento necesario, si se quiere, nos remite a P.U.T.A. (Por Unión de Todas Aquellas), la puesta teatral que protagoniza Romina Iacovetta, nuestra entrevistada.

“No es la muerte literal, es una cuestión de amor-odio que tiene Adriana con su madre, claramente. Pero sí, hay muchos mandatos maternos, y ella está convencida de que su vida no va por ahí”, aclara Romina, Adriana en la obra.

Tu personaje desafía un destino generacionalmente impuesto.

Adriana, una hija pobre, una madre pobre, empieza a hacer su búsqueda de independencia de distintos laburos, hasta conseguir uno que logre sacarla de la casa donde viven y trabajan abuela, madre e hija. Una abuela de unos 60 o 70 años, una madre de unos 40 y mi hija de unos 15 o 16.

Viven y trabajan para un “Señor”, que nunca se nombra de otra manera que no sea esa, con quien tenemos una relación laboral-familiar, cruzada por una violencia que se expone y oculta en la obra.

Un Señor omnipresente pero ausente físicamente…

Exacto, con cierta referencia a lo religioso también: el Señor jefe y El Señor, que no es tangible pero que siempre está.

Hay como una fuerza determinista que atraviesa todo el tiempo la obra, y que también se traduce en la reiteración de la violencia como una costumbre de la que no se puede escapar.

La violencia circula no solamente en el Señor, sino también en el discurso de una mujer que es machista, patriarcal, y lo sostiene. Mi madre me golpea, me descalifica… Yo la paso como el culo en la obra, todo el tiempo, porque si no me está pegando mi madre, me maltratan en una entrevista de trabajo, mis compañeras de trabajo también me cagan a trompadas, hay situaciones de abuso… No está presente el Señor, pero está el discurso machista y la reproducción de ese discurso en boca de las propias mujeres.

El feminismo no es una cuestión de mujeres contra hombres, sino la lucha contra un sistema que se ha instalado, que nos ha atravesado y bañado a todes. Nosotras también somos capitalistas, nosotras también somos machistas, patriarcales, también algunas tratamos de tirar un poco o hasta intentar hacer otra cosa ante la tripa que te enerva la injusticia. Quizá el varón no ve la injusticia tan vívida, no la siente en el cuerpo. A las mujeres la injusticia nos pasa por el cuerpo, es física, nos duele en el cuerpo.

El escenario del conflicto

En P.U.T.A., escrita y dirigida por Jonathan Maza, se tejen hilos de una de las claves de los modelos o sistemas de dominación: las víctimas son portadoras de las herramientas, los símbolos, el lenguaje, que reproducen la violencia. “Lo cultural” aparece como una excusa para justificar la naturalización del sometimiento social, económico, político.

La reiteración de mandatos aparecen en la puesta como si fueran refranes cínicos aunque indiscutidos. En la hospitalidad del hogar de Romina, empezamos a pronunciar esas frases hechas, mientras avanza el diálogo. Nosotros traemos aquello “del que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”. Ella nos replica: “La curiosidad mató al gato”, y se abre su sonrisa amplia poblándole la cara.

Es terrible ese refrán…

Es tremendo, porque la curiosidad es lo que nos lleva a conectarnos con el conocimiento, con la experiencia, con aprender, es la curiosidad la que mueve a un niño a explorar el mundo y a empezar a desarrollarse.

Vos también estás explorando como actriz, estás con esa curiosidad vital, venís de otras experiencias actorales. ¿Cómo ha sido encarar este nuevo desafío?

Me he encontrado con el naturalismo, con el reto de encarar un tipo de actuación muy diferente a lo que yo venía haciendo. Estuve cuatro años en otro elenco, al cual renuncié el año pasado, donde la formación y el entrenamiento tenían que ver con actuaciones como animalizadas, rupturistas, más relacionada con la vanguardia.

En P.U.T.A. colaboraron muchísimo el elenco y el director en ubicarme en este tipo de actuación, donde la postura del cuerpo es natural para el personaje, gestos de voz, algunos tics… Mis trabajos anteriores tenían que ver más con las metáforas de acción. La obra cumple un año, pero yo hace cuatro meses que me incorporé, luego de la salida de quien hacía el papel de Adriana. Tuve que acelerar el proceso de creación del personaje con un lenguaje totalmente nuevo.

Yo había visto la obra, me había parecido muy buena, genial, es muy clara, apunta a sensibilizar a un público no militante y eso me parece maravilloso. Rompe cierta endogamia que suele darse en los ámbitos de militancia. Esta es una obra para todo el público que, más que bajar línea, pretende problematizar.

¿Esa problematización, cuando termina la obra, la refleja el público?

Absolutamente. Me ha pasado con gente que no conozco que viene extremadamente emocionada, llorando. En una de las funciones se acercaron dos mujeres de unos 40 años, muy emocionadas, muy compungidas, para agradecerme la obra, no podían decir otra cosa más que gracias, por ponerle el cuerpo a esta situación tan de mierda. También me ha pasado con pibas más jóvenes que nos han pedido que llevemos la obra a los barrios.

Para vos, que además de actriz sos psicóloga, esto de poner el cuerpo tan descarnadamente, ¿te moviliza de modo particular?

Yo lo voy viviendo, metabolizando, desde la emoción. Cuando me convocan para la obra, empiezo a ensayar y la primera sensación que tuve es que me cayó toda la gente muy mal, pero no sabía bien por qué. No había nada que yo pudiera identificar específicamente, era una sensación de rechazo muy grande que me generaron al principio. Hasta que un día tuve la claridad de darme cuenta de que ellos no eran los que me caían mal, era que yo no conocía a nadie, llegamos a las seis de la tarde y a las seis y cinco ya me estaban cagando a trompadas, y desde esa hora hasta las veinte treinta ¡me están tratando como el culo todo el tiempo! Me cayó la ficha: a la que le estaban pegando era a mí, porque yo no había creado mi personaje, y ellos estaban actuando muy bien. (Se ríe a carcajadas)

Cuando elaborás el personaje te salís de vos misma, entonces soy Adriana, con la ropa de Adriana. Yo, cuando termino la obra, lo primero que hago es sacarme toda esa ropa de Adriana, toda, toda, la saco, la guardo y me pongo la mía, y ahí salgo a saludar yo. Ese ritual lo conservo siempre, para salir del personaje.

Es terrible pensar que puede haber mujeres del público que se sientan representadas con Adriana pero, a diferencia de la actriz, no se pueden sacar el ropaje violentado…

A las que se han acercado llorando, cuando termina la obra, creo que les ha pasado un poco eso. Ahí no hay personajes, son ellas mismas.

 


 

Sinopsis: Tres mujeres, tres generaciones. Un trabajo en común y una realidad sistemática que las estructura, llevándolas a tomar decisiones para transformar sus vidas o adaptarse a ellas… Entre danzas, comedia y drama, transcurren escenarios abrumadores y otros con una mística particular.
La obra expone la cotidianidad de muchas mujeres de bajos recursos económicos, que viven una doble opresión; los abusos que viven por ser mujeres y los abusos que viven por ser pobres. Se intenta ofrecer al espectador estas experiencia vividas por miles de mujeres en el mundo y sensibilizarlo sobre estas realidades históricas y actuales.

Actúan:
Daniela Barros
Romina Iacovetta
Rocío Vargas Imazio
Yanina Gino
Franca Amato
Kia Mackenzie
Jonathan Maza

Música: Gustavo Murua.

Vestuario: Adrián Di Carlo.

Dirección y dramaturgia: Jonathan Maza.

Entrada General: $100.

Fecha y lugar: Viernes 06 de octubre – 22hs. En el centro cultural “La Colombina” (calle Balcarce 220 Godoy Cruz).