Actriz, dramaturga, escritora; su compromiso social lo despliega en el teatro popular. El secuestro de gran parte de su familia en dictadura y la posterior búsqueda la llevaron a integrar la comisión de Familiares de detenidos y desaparecidos por razones políticas de Mendoza. A sus 68 años mira a sus nietes y recuerda a la niña que fue y el diálogo constante que aún mantiene con Marcelo, su hermano desaparecido. Luchadora, profunda, el remanso necesario para respirar y salir al escenario de la vida. Así es María del Rosario Carrera, “La Mariú”.

Por Mariana Olguín
Fotos: Cristian Martínez
Fotos archivo: Gentileza Mariú Carrera

Foto: Cristian Martínez.

La Plaza de las Artes y las Flores de El Bermejo estaba repleta de familias, todes expectantes porque la obra estaba a punto de comenzar. De repente, una mujer se apuesta en el centro del escenario improvisado y con calidez y respeto dedica su obra a las Madres de Plaza de Mayo. Era un unipersonal en el que solo su cuerpo hablaba. Fue un momento de conexión mágico, la piel se irisaba, los sentidos y suspiros se expandían por el aire. Era la Mariú con su serenidad, su amor, su entrega, sus pocas palabras fueron melodías que sonaban en el corazón.

“Yo siempre me siento actriz, aun cuando escribo, lo hago desde ahí. Es el espacio desde donde vivo muchas cosas, donde reflexiono sobre la vida y donde he aprendido mucho. El cuerpo es nuestro instrumento”, nos dice al recibirnos en su casa en El Bermejo, una tarde que se tiñe de otoño con mate de por medio, donde nos disponemos a tener una hermosa y profunda charla en un tiempo que parece detenerse.

La niña Mariú

La actriz recuerda su infancia como un juego que perdura hasta hoy. Su madre les permitía jugar a todes sus amigues en una casa antigua en la calle Paso de Los Andes de Ciudad, donde ella creció 19 años de su vida. “Toda esa etapa está directamente relacionada con Marcelo, mi hermano. Marcelo fue quizás el primer hijo que tuve cuando tenía 5 años, era un muñeco de verdad”, recuerda Mariú con una mirada que intenta atrapar para siempre esas imágenes. Nos cuenta que la relación con su hermano era profunda y divertida, eran muy amigos, compartían charlas y momentos al punto de que ella no iba a ningún lado si su hermanito no podía estar.

Desde ese juego la actriz se despliega hasta hoy, en el teatro y la enseñanza: “Debemos alcanzar el juego profundo, que podemos alcanzar si queremos. Allí es el espacio donde te podés conectar con otras partes tuyas”.

Martina, Valentino, Meki y Gino son les amores que la llevan a pensarse y recordarse de niña. “Hoy me marcan mucho los nietos, me despiertan cosas de la niña, de la nena Mariú. El juego, la no calificación, la libertad”.

El camino de la actuación

Hizo la secundaria en la escuela Martín Zapata. La recuerda como “muy horrorosa” porque no tenía nada que ver con ella. Ese fue quizás el trampolín que a los 18 años la impulsó a Estados Unidos, con una beca de intercambio, y volvió luego de un año decidida a hacer teatro. Así fue que empezó a realizar teatro infantil y se abrió una etapa de gran oposición de sus padres. Ingresó a la Universidad de Filosofía y Letras para darles el gusto, pero abandonó rápidamente para dedicarse de lleno al teatro popular.

“Hay algo a lo que me ha llevado la vida: necesito saberlo todo por mi propio cuerpo, necesito aprenderlo por mí, necesito probar, por eso digo que soy actriz”. Así compartió enseñanzas y aprendizajes con Ernesto Suárez, Jorge Lira y Rafael Rodríguez, entre otres.

“Empecé a descubrir que el teatro debía denunciar cosas, injusticias”, sostiene Mariú quien comenta que con Osvaldo Zuin se quedaron a vivir en Villa Itatí, en Buenos Aires, de un momento a otro y ahí pudo comprobar lo inhumano de esas vidas. Así crearon el Grupo de Teatro Testimonial. “El teatro ya no puede ser puro divertimento, pura cosa superficial, nosotros viajamos a Buenos Aires para triunfar y llegar a Estados Unidos, pero, bueno, la vida te propone otras cosas y por suerte las abrazamos”.

De vuelta en Mendoza, formaron el grupo “La Pulga” con Rubén Bravo (su primer esposo), Osvaldo Zuin y Raquelita Herrera, quienes fueron luego desaparecidos por la dictadura cívico militar. “Todo lo que hicimos en el grupo La Pulga, que fue de mucha investigación y exploración, a mí me sirvió para profundizar la forma de dar actuación, de hacer llegar a la actuación. Toda esta propuesta del juego profundo la fuimos descubriendo ahí en ese poco tiempo”.

También su regreso a Mendoza los hizo plantearse la situación de les actores como trabajadores: “ya veníamos militando en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y empezamos a organizar la Asociación de Actores”. Por entonces Mariú estaba embarazada de su primer hijo, Nazareno Bravo.

El equilibrista

– ¿Nunca se cayó?

-Mirá, fue muy rara en eso su historia porque cuando otros miraban opinando que él se había caído, en realidad, estaba ascendiendo. Todos se mortificaban al verlo desparramado en el suelo, pero para él eso era parte de su oficio: caerse, levantarse, sacudirse un poco la tierra y volver a empezar.*

En octubre de 1976 la dictadura desaparece a su esposo Rubén, antes habían matado a su amiga Raquel y a su marido. En noviembre de ese año se llevaron a su hermano, y solo unos días después, en diciembre, a su cuñada Adriana Bonoldi. En ese momento Mariú decidió no seguir haciendo teatro y se dedicó de lleno a tratar de encontrarlos. Así fue que empezó el largo camino búsqueda que no cesa.

En esa época escribía como un filtro, volcaba sus pensamientos en cuadernos que se convertían en la descarga necesaria ante tanta impunidad y desolación. Ese espacio de ella, solo de ella, le permitía y le permite hasta hoy comunicarse con sus seres queridos. “No todo lo puedo hablar –dice-, o no todo lo puedo actuar, escribo como un filtro”, y esa es la semilla que da vida a varias de sus publicaciones.

La búsqueda siguió y la actriz fue encontrando en el teatro las respuestas que no podía encontrar en otro lugares: “por ese caminito he podido sobrevivir, con alegría, con optimismo, con esperanza real de la vida, comprender la muerte, la desaparición, la herida constante, pero a la vez reflexionar sobre eso, por ese caminito sutil, como un camino entre sombras, que a mí me permite constatar que la vida es más que esto que uno ve”.

Luego de la experiencia en la Pulga, y ya en democracia en el año 95, Mariú emprendió un nuevo desafío junto a Lorena Pereira, y así convocaron a otras personas para formar la Escuela de Teatro Popular.

Lágrimas contenidas de una lucha inevitable

La charla continúa y cada momento se vuelve más intenso, mientras Mariú calienta el agua para una nueva ronda de mates nos dice: “Es inevitable”, hace un silencio y sigue “para cualquier persona, te llevan lo que vos amás y vos salís a buscarlo”. Así comienza la interminable lucha, “estar con otros, nos permitió sostenernos, de una manera muy especial, engañándonos de distintas maneras, siguiendo ilusiones sin poder llorar entre nosotros, porque teníamos que mantenernos firmes, teníamos que sostenernos, no hablábamos las cosas personales”.

Aunque el cementerio fue el último lugar al que fueron a buscar, sostiene que “pasaron cosas muy extraordinarias en el Cuadro 33”. Mariú recuerda que allí sus compañeres empezaron a ser más reales, cada uno comenzó a contar sobre sus familiares. “Empezamos a sentir lo que se vive en un velorio. Ahí recién hablamos y lloramos también. Es otra cosa, es la vida. Eso nos permitió hacer el duelo, para muchos significó eso. Yo ya lo había hecho desde el arte”.

Justicia reparadora

Es difícil imaginar qué siente cada persona cuando llega el momento de la justicia, un suspiro profundo antecede al relato de Mariú. “Fue conmovedor para mí llegar a escuchar los distintos testimonios desde personas muy preparadas hasta personas sencillas que decían cosas extraordinarias, que contaban trozos de la vida, de la historia argentina”. Sin embargo, el momento más difícil fue el de su testimonio, en este caso como testigo de contexto, donde tuvo que reconocer entre los imputados al represor Eduardo Smaha, quien participó en el secuestro de su ex marido Rubén.

“A Rubén se lo llevaron de nuestra casa en calle Corrientes, como a las 10.30 de la noche, fue muy duro, fue muy violento, algo inesperado. Entraron por la ventana, uno de ellos nos apunta y yo lo veía con miedo y nervioso, nos tiran contra un sofá. Y yo le decía: ‘por qué nos hacen esto’. Me queda grabado su rostro y sus ojos, yo durante los años de la dictadura soñaba con eso y me despertaba muy sobresaltada”. Una respiración profunda le renovó el aire que por un momento se llenó de horror y tristeza. “En el juicio no me quedó otra que mirarlo, y fue a volver a sentir esa sensación de terror”.

En nuestra provincia se desarrolla el Sexto juicio por delitos de lesa humanidad, pero Mariú nos cuenta que el juicio de los jueces genocidas fue el más significativo para su vida: “Sentí algo que se me sanó. Esto es lo que quería. Esto era la justicia. Yo sentí algo en el cuerpo que se me calmó”.

Seguir, siempre seguir

Las políticas de derechos humanos del macrismo y el cornejismo han significado un claro retroceso respecto de los avances obtenidos tiempo atrás por los Organismos de Derechos Humanos y la sociedad. Sin embargo, para quienes lucharon en las peores adversidades, el objetivo es seguir. “A nosotros nos tocaron en lo sagrado y de ahí no hay vuelta, es inevitable, seguís”, reafirma Mariú dejando un silencio que estremece.

“El 24 nos volvemos a llenar de entusiasmo, porque hay muchas tareas, todo se discute, se hacen reuniones, juntadas”, nos dice la actriz que espera ansiosa llevar a cabo las actividades que culminarán con la histórica marcha del 24 de marzo por el “Día de la Memoria”. Allí estará junto a su esposo Pablo Seydell, ex preso político, y con quien tuvo a su segunda hija Celeste.

“Yo tengo la sensación de que nosotros conseguimos marcar que hay que seguir, seguir y seguir pero que además fueron floreciendo cosas. Son puntos de fortalezas de la sociedad. Los Organismos marcamos que hay que seguir, que hay que resistir, que no va a durar para siempre la suerte de ellos, yo lo puedo decir hoy con total tranquilidad”, concluyó esta gran mujer, mientras la noche casi otoñal nos sorprendió en medio de un pequeño bosquecito.

Con el cuerpo lleno de palabras, miradas, sensaciones, nos despedimos de Mariú con un abrazo y la sonrisa cómplice de reencontrarnos y, por qué no, animarnos a caminar por la cuerda del equilibrista.

 

*Fragmento de una de las tantas charlas que la actriz mantiene hasta hoy con su hermano desaparecido y que publicó en su último libro “El equilibrista”, sobre el que realiza presentaciones junto al elenco Cuatro de corazones.