Por Juan Alberto Montaño

En la esquina, en algún rincón o en cualquier reducto de una ciudad que a veces retrasa. Vale decir, en la terminal, en el hospital y en la parada del micro.  Dichos bebedores ensimismados o en cola de espera, café en mano, parecen formar parte de un culto y el vasito, una extensión de la mano, donde el beber es deberse a la tortita siempre eterna. Aquí, sus congregados beben en pequeños sorbos un infinito. Casi una secta. Así, también, otros grupos parecen otras sectas, como los sindicatos, las secretarias, los artesanos y los zapateadores de folclore. Oh, folclorista de mí!