Por Julio Semmoloni

Posverdad es el método político victorioso y dominante de los últimos años. Lo usa la derecha inescrupulosa para doblegar el racional relato progresista. Intenta convertirse en hegemónico. Como una plaga, se expande sin control y aún no se halla el antídoto que lo neutralice. Inmunizarse y resultar airoso en la pugna ideológica es el desafío. Hace falta una vacuna cuya dosis sirva para contrarrestarlo, evitando el daño ético intrínseco.

Fotos: Fabián Sepúlveda

El Diccionario Oxford admite posverdad como neologismo incorporado a la lengua inglesa. “Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. La posverdad puede ser la mentira tomada por verdad y también la mentira tomada por mentira, pero ya reforzada como creencia o como suceso que la sociedad comparte (sentido común).

Intimida el raciocinio la sensación que produce. Desarticula la concatenación lógica argumental por los efectos que causa en la gente. Al crear y modelar la opinión pública apela a las emociones, desconectándolas de cualquier discusión que verifique los hechos. La patraña de la posverdad está encubierta por una terminología que la vieja propaganda desechaba porque aparecía como puerilmente demagógica. La posverdad es chabacana y degradante del lenguaje. Analizada en profundidad desde la sensatez, estremece que prolifere impune y avasallante por doquier.

Las jornadas de reclamo y protesta del 6-7-8 M no tienen antecedentes en la profusa historia nacional, dada la magnitud conjunta de su prolongación, diversidad, demostración y masividad. Docentes, trabajadorxs en general y mujeres dieron prueba fehaciente que el malestar provocado por la inequívoca política de Macri y su pandilla alcanza dimensiones peligrosas. Desencanto, oposición y bronca tronaron vociferantes en todo el país hasta quebrar el cerco engañoso del blindaje mediático y la “pesada herencia”.

Ya no hay manera de tapar el desastre preanunciado minuciosamente hace un año y medio. El pueblo salió a la calle con entusiasmo para gritar que se hartó mucho antes de lo que estimaban los que pulsan la realidad. Pero la expresión popular no resultó del todo unívoca, interpretada de una sola forma: categórica y elocuente. En la multitudinaria marcha del 7, mientras se oía las apresuradas palabras de cierre del trío (no da para triunvirato) convocante, hubo incidentes que malograron el final por la carencia de representatividad dirigencial.

Se esperaba que el trío diera la fecha del primer paro general a un gobierno que perjudica notoriamente a lxs trabajadorxs, en beneficio de las patronales a las que obedece y privilegia. Como se anticipó en La dócil CGT reacomoda su perfil, el rol sinuoso desempeñado por la central sindical quedó de manifiesto. La ausencia de liderazgo y la incapacidad para asumir la representación de tan contundente protesta impidieron la coronación exitosa de otra jornada popular histórica en defensa de las conquistas sociales.

A partir de ahí comienza el relato que se bifurca. Quien examine los hechos con la ecuanimidad de la experiencia, esclarecido por referencias que cotejan circunstancias similares de otras épocas, deducirá que los tres días de reclamo y protesta dieron cuenta de un malestar general que excede el partidismo o el mero oposicionismo a un gobierno, porque traduce una situación social que no podrá sostenerse, a menos que se reprima con ferocidad. La mirada objetiva, basada en lo razonablemente palpable, revela que el horno no está para bollos, y que este dato es el verdaderamente relevante de las tres jornadas.

El sesgo correspondiente al relato oficial, en cambio, proclama lo subalterno para menoscabar el impacto en propios y extraños, y desviar (confundir) la atención de los dependientes de la interpretación ajena de los hechos. Otra vez echa mano de la posverdad, que tanto rédito le ha proporcionado. Un tumulto menor, registrado al pie y arriba del escenario del masivo acto, ocurrido por la inconsecuencia de los oradores y no por una belicosidad partidista del público, sirve para acentuar la victimización de una gestión falsamente dialoguista, ante el supuesto atropello manifestante que desordena la ciudad y la torna intransitable para los confortables vehículos particulares.

El desapego y la tirria a las movilizaciones populares refuerzan la penetración de la posverdad que cuenta el oficialismo. Los timoratos y veleidosos sectores medios de la sociedad, con esa negligencia gregaria y acrítica característica, enseguida toman por cierto el relato mendaz que tan bien se adecua al sectario hedonismo de clase.

El peligro mayor que se cierne ahora sobre la gobernabilidad del país, parte de la evidencia que ninguna organización participante está en condiciones de conducir tamaña fuerza expresiva, transformando la energía desplegada en las calles en un propósito coherente, dirigido a modificar la adversa realidad.

Esa patente orfandad política es un saldo de connotaciones ambivalentes. Por un lado, es preferible que esta CGT, amoldada en la cercanía del oficialismo, parezca inoperante para liderar la rebeldía social implícita en el malestar expresado. Empoderarla tras semejante fiasco sería nefasto.

Pero también perturba la sensación que el creciente descontento no pueda ser canalizado hacia un objetivo superador, mediante una conducción propositiva e idónea para asumir la cruda interpelación popular. El liderazgo de Cristina perdura aunque por ahora desactivado. Si bien adhirió a la protesta y exhortó a participar de la misma, ella siente que no están dadas las condiciones para tomar las riendas de inmediato. Sería una imprudencia, un arrebato funcional a los más viles propósitos del macrismo, inherentes a la posverdad de su relato.

Cristina, quien según las encuestas primerea en el voto bonaerense, atraviesa momentos de vulnerabilidad. Doblemente acosada por el partido judicial y la posverdad anti K, deberá emplearse a fondo para reconstruir su vínculo con las mayorías y entonces sí propiciar su incomparable talento para conducir. La frustración y el enojo de los manifestantes desairados por el trío irresoluto, convienen a la recuperación del vigor contestatario disperso, que bien reunido y mejor estructurado debería pasar de la protesta a la propuesta.

El 6-7-8 M podría ser la piedra de toque para la fundación de un nuevo frente progresista. En medio de esta incipiente debacle del plan macrista (léase FMI) contra lxs trabajadorxs, queda en evidencia que la única oposición fecunda posible es aún esta especie supérstite de kirchnerismo en estado latente. Del resto, puede desbrozarse la irrupción de una mezcolanza derechosa, cómplice hasta no hace mucho de la escalada legislativa oficialista, y la izquierda inviable de siempre.