El intendente Omar De Marchi anunció recientemente un proyecto para “erradicar” cinco barrios de Luján de Cuyo. Mientras la Municipalidad planea el traslado de 800 familias en situación de vulnerabilidad social, un grupo de vecinos de El Bajo se organiza para resistir los posibles desalojos. Crece la versión de futuros negocios inmobiliarios y la instalación de un hotel con casino en esos mismos terrenos.

Fotos: Seba Heras

Mediodía soleado de domingo. En una de las esquinas de El Bajo, mientras los pibes se hamacan en los subibajas, sus madres, padres y otros/as vecinos/as intentan ponerse de acuerdo para enfrentar el miedo a que un día aparezcan las topadoras y los policías para voltear sus casas.

Desde hace un mes que se vienen organizando. Primero fue una versión, luego la palabra oficial. Desde el área de Vivienda de la Municipalidad de Luján de Cuyo, que conduce el intendente del PRO Omar De Marchi, les confirmaron que proyectan “erradicar” cerca de 800 viviendas de los cinco barrios de esa gran hondonada, limitada por la margen del Río Mendoza, la Ruta 15 y el Acceso Sur.

San Cayetano, Patrono Santiago, Juan XXIII, Costanera Sur y Jardín Costero son las barriadas que integran el popular “Bajo” de Luján. Algunos vecinos se ilusionan con la posibilidad de la casa propia que les permita salir de la situación de precariedad en la que se encuentran. Otros, los que se autoconvocaron en semicírculo en esta esquina, no quieren irse del barrio en donde criaron y vieron crecer a sus hijos, en tanto construían y reconstruían sus casas, ladrillo por ladrillo, esfuerzo sobre esfuerzo.

Pedro Venegas, preside la Unión Vecinal de los barrios San Cayetano, Patrono Santiago y Jardín Costero, y conduce esta asamblea de domingo que recibe a EL OTRO con absoluta cordialidad. Venegas nos explica cómo las intenciones de la Municipalidad se fueron aclarando poco a poco. El año pasado les hicieron un censo para “tantear” qué harían los vecinos ante la posibilidad de un desalojo, y a la altura de este 2017 se encuentran frente a una suerte de ultimátum para que se anoten en los planes de vivienda –fuera de El Bajo– que la comuna promete para ellos.

De acuerdo con Venegas, las autoridades municipales –que nunca accedieron a darles una audiencia- les transmitieron informalmente la decisión de “limpiar” El Bajo para realizar allí un espacio verde, y una especie de “playita 2” de veraneo. Sin embargo, en los últimos días empezó a sonar fuerte la versión de un posible negocio inmobiliario y la construcción de un hotel con casino, en esas mismas tierras ribereñas cada vez más cotizadas.

“Un tumor que quieren sacar”

La asamblea avanza, Venegas pide a sus vecinos que hagan circular casa por casa unas planillas con las firmas de quienes no quieren abandonar los barrios. Pone énfasis en que hay que explicarle a todos cuáles son las opciones, para que cada familia tome la decisión que más le convenga.

“Nosotros no queremos obligar a nadie, respetamos lo que decida cada uno, pero tampoco queremos que nos obliguen a nosotros a irnos de acá. No es que estamos peleando por algo que no nos corresponde, estamos defendiendo lo nuestro, queremos seguir viviendo en El Bajo”, aclara el dirigente barrial, quien además estima que la mitad de los vecinos –que llevan años viviendo aquí- ya tienen tomada esa misma decisión.

Una señora, que se sostiene de pie estoicamente con la ayuda de un bastón de tres patas, nos relata orgullosamente parte de sus 30 años de vida en este lugar y afirma, como quien toma un  juramento, que “de aquí no me va a sacar nadie”. Otros nos muestran papeles que documentan las décadas de posesión de terrenos; un dictamen de la Fiscalía de Estado de 1998 que consigna la donación de 12 hectáreas de parte de Marón Abihaggle a favor de los vecinos; el acta de apertura de sobres de una licitación pública de 2014 para levantar 107 viviendas; recibos viejos de cuotas de asociaciones barriales; también fotos recientes –en celulares- en las que vecinas exhiben sus dignas casas “de materiales”, como las de cualquier barrio.

Son hombres y mujeres con temor a perder lo mucho -o lo poco- que lograron, después de largos años o décadas de lucha contra la adversidad, en una comunidad con grandes dificultades y la solidaridad como costumbre. Tienen ansiedad por demostrar que son portadores del derecho elemental a una vivienda digna, y a que se respete su identidad barrial, su origen, su cultura, más allá de los prejuicios del “afuera”.

Porque son conscientes de que esa “erradicación”, de la que hablan las autoridades y los medios de comunicación, está cargada de una alta dosis de exclusión, de odio de clase, de preconceptos injustos.

“Somos un tumor que quieren sacar. Gente que ni conoce El Bajo nos cataloga a nosotros como los ´negros´ del barrio, la delincuencia, la droga…”, se queja Venegas ante sus vecinos, señalando uno de los prejuicios que utiliza el gobierno para intentar dividirlos, en una pelea “de pobres contra pobres”, y sembrar además el miedo y la discriminación en el resto de la población. 

“Erradicar” en lugar de urbanizar

“La droga hoy está en todos lados, los chorros están en todos lados…” se escucha decir a una de las mujeres de la asamblea. “De Marchi nunca quiso a la gente de El Bajo”, refuerza otro, sabedor de que para muchos lujaninos “de bien” este es el lugar donde se lavan las manos y depositan todos los males del departamento. Son los mismos que creen que mágicamente se solucionará la violencia y la inseguridad “eliminando” esos barrios, o corriéndolos a lugares lejanos, donde no puedan verlos.

“Nunca nos convocaron (desde la Municipalidad) a las reuniones de vivienda, las decisiones sobre nuestro futuro se toman a nuestras espaldas”, nos dice Venegas y explica que la solución no es desplazarlos sino urbanizar: hacer acequias, traer todos los servicios, trazar las calles, ayudar a apuntalar las casas, “darnos las escrituras de lo que es nuestro”.

“Dicen que nos quieren llevar para arriba, para el (barrio) Costa Flores, otros a Ugarteche, otros a Perdriel, hasta dicen que nos llevarían a Almafuerte…”, cuenta un vecino que se opone a vivir nuevamente la historia del desarraigo. “Prometen casas, pero nosotros ya tenemos”, aclara.

La charla se va terminando, a unas cuadras circula un móvil policial, la única presencia del Estado en una barriada necesitada de políticas sociales, sanitarias, culturales, educativas, deportivas y de vivienda, que ayuden a ofrecer futuro a cientos de familias hartas de promesas, aunque esperanzadas en seguir resistiendo.

 


 

Desde el ´62

Esteban Gutiérrez era uno de esos mal llamados “obreros golondrinas” que migraban, año tras año, buscando supervivencia en nuestra provincia. En 1962 vino desde Jujuy para la cosecha de la uva, se quedó un tiempo más cuando hubo que levantar la papa y, casi cuando estaba por pegar la vuelta, decidió quedarse para toda la vida.

“Estaba en la Estación del Ferrocarril Belgrano, me estaba por volver pero un amigo me ofreció quedarme. ´¿Compadrito por qué se va, si acá Mendoza es lindo?´, me dijo. Consulté con mi señora y nos quedamos”, nos cuenta Don Gutiérrez con su hablar pausado y una mirada tranquilizadora en sus ojos diáfanos.

“Habíamos ganado bastante con la uva y la papa, nos ofrecieron un terrenito acá, yo averigüé en la comuna y me dijeron que, si me dejaban en El Bajo, me podía quedar, y ahí empecé a hacer mi casita. Yo no me metí, la comuna me autorizó”, rememora el jujeño de nacimiento y mendocino por decisión.

En 1962 había apenas 10 familias en lo que es hoy la populosa barriada. La población fue aumentando poco a poco, el gran salto –según recuerda Don Gutiérrez- se dio durante los años de la dictadura de Juan Carlos Onganía. “Era una crisis ´madre´, y la gente se empezó a meter y meter… fue cuando nos hicieron una orden de desalojo, vino el oficial de justicia con unos papeles para hacernos firmar. Nosotros nos juntamos y decidimos no firmar, después pusimos un abogado y no nos molestaron más”.

Frente a la actual posibilidad de expulsión, Esteban Gutiérrez recuerda y narra cómo resistieron otras situaciones, igual o más complicadas, como el aluvión de 1970 que se llevó puestas 14 casas del barrio.

“Yo no me voy por nada de acá, tengo 55 años viviendo en este lugar y siempre hemos pechado por nuestras casas”, reafirma quien durante décadas presidió la Unión Vecinal del barrio Juan XXIII.

 

Leer más:

Susana, la imprescindible