El sábado se llevó a cabo en todo el país la marcha por la Verdad, la Memoria y la Justicia. El 24 de marzo es una fecha que hace 42 años marcó la historia argentina: en 1976 comenzó la última Dictadura cívico militar que torturó, asesinó y desapareció a miles de personas.

Texto y fotos: Vera Jereb

No es este un hecho histórico olvidado en los libros, la historia la seguimos construyendo y así seguirá inevitablemente. Los procesos de análisis y crítica de nuestro pasado significan, luego de 42 años, una reflexión acerca de la violencia, la impunidad, un sistema judicial corrupto, la fuerza de la represión, el papel cómplice de la iglesia católica, las miles de personas perseguidas por motivos ideológicos.

Muchos y muchas de los/as protagonistas de aquellos años aún están en las calles, tanto víctimas de la represión y la tortura como genocidas que la ley parece omitir en sus procesos, abuelas que todavía buscan a sus nietos y nietas, testimonios que siguen circulando con la crudeza de una época fundada en la imposición y el miedo, silencio obligado, toque de queda, palabra maldita, pensamiento hegemónico, tortura física y psicológica, asesinato impune, robo de bebés, manipulación mediática, guerra sin sentido, fervor de un nacionalismo como herramienta de distracción de masas y un mundial que ganamos y del que fuimos sede para mantener al pueblo espectador de un circo, mientras fuera de la pantalla la masacre se realizaba.

 

Treinta mil personas desaparecidas. Profesores/as, estudiantes, artistas, gremialistas, sociólogos/as, periodistas y cualquier persona que haya estado por fuera de los límites de un régimen autoritario, que haya fomentado el pensamiento crítico, que haya representado un activismo. Así como también pasó con las personas LGBTTTI (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transgénero, transexuales, intersex), cuyos relatos hoy ayudan a reconstruir cómo fue para ellxs vivir en esa conflictiva realidad de ocultamiento, en una época donde existió el Comando Cóndor y de Moralidad encargados de perseguir y asesinar identidades sexuales, criminalizando las elecciones de vida.

En la marcha emergen los rostros, aquellas caras con nombres y apellidos, quienes fueron alguien y lo son, aunque hayan intentado que desaparezcan tras los cuchillos sobre nuestras memorias. Aún se lucha por ellos y ellas. Abundan los rostros en blanco y negro, no son un mito, no es una mentira de la democracia. No hay límites generacionales en el caminar, se aclama por la Memoria que nos quisieron robar, por la Verdad de los hechos que hoy se grita sin miedo y por la Justicia necesaria que no perdona ni olvida. Manos ancianas y jóvenes se levantan.

Resignificarnos, volvernos a mirar, reconocer las diferencias y lograr interpretarlas. Los hechos ya fueron y solo queda aprender a mirarlos, realmente vernos a los ojos, preguntarnos qué es la libertad.

Acabar con quienes piensan es estrategia, asesinar es balear a un chico por la espalda, es la policía abusando de su poder, el gatillo fácil es un crimen -el poder siempre estuvo manchado de sangre- no es justicia matar a quien robó, no es justicia tener balas, disparar y normalizar por estar uniformado. Nos quieren llenar de miedos, que naturalicemos la violencia, que nos acostumbremos a que no haya proceso judicial. Por eso en la marcha también se levantaron retratos a color, son las víctimas de la violencia institucional, de la policía, de la gendarmería. El Estado es culpable, nos sigue llevando vidas. Lo importante es no olvidar lo que sufrimos alguna vez y que no deja de pasar.

Si la historia es aquello que jamás dejaremos de construir, nunca cesará la lucha. Por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Hoy y siempre. El rebaño sumiso no se levantará si no siente la pelea desde el principio hasta el final.

 

 

 


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