Hoy: Sancho y la última lata de Coca-Cola

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

 

“Propongo un brindis por mi autocontrol,
ya lo verán arrastrándose indefenso por el suelo.

Algún día habrá una cura para el dolor.
Ese será el día en que tire mis drogas”.

Morphine

 En ese esfuerzo idiota por buscar el fin práctico a cada uno de nuestros actos, hemos decidido con Sancho, luego de largas elucubraciones, salir a caminar hacia el oeste esta mañana relativamente fresca de domingo, con el firme propósito de tomar algo de aire puro y de hacer ejercicio que nada malo le produce a mis rodillas cansadas, ni a mis pulmones corroídos por la nicotina, ni a mi incipiente grasa abdominal. Pero todo fin premeditado como versado concluye siendo ultrajado debido a su carácter netamente estructural. Así es que en ese caso, luego de bajarnos del auto, nos detenemos bajo la copa de un gran árbol a apenas unos metros de haber iniciado nuestra caminata y entonces decidimos figurarnos un posible fin del mundo como tantos que hemos visto en el cine y leído en libros. Para cuando se acabe el mundo y solo quede una lata de Coca-Cola en todo el territorio conocido, vamos a destaparla tranquilamente para degustarla entre los dos con un solo sorbete, mientras el mundo se cae a pedazos, mientras los hielos se deshacen y los bosques se incendian, mientras los edificios caen y destruyen las ciudades y los animales mueren en el campo, mientras la lava cubre el suelo y se cuela entre las grietas, mientras las personas corren desesperadas hacia ningún lado, porque no habrá lado seguro. Esas ideas apocalípticas o postapocalípticas o distópicas o como quiera llamárseles vienen a mi mente de manera regular y se las comento casi confidencialmente a Sancho, ya que con mi pareja no puedo hablar de eso porque comienza con su perorata de que no tengo los pies sobre la tierra y de que vivo en la completa ficción. En cambio con el perro a veces pensamos en la vida que puede haber después de todo esto, en la desaparición total del Homo Sapiens y en el flujo de energía que continuará generando vida tras vida, sin el hombre ya como centro de la existencia. Parafraseando a Claude Lévi-Strauss, Sancho sentencia que el mundo empezó sin el hombre y por ende acabará sin él. Ahora bien, ¿qué autoridad tenemos como seres pensantes en creer que con la desaparición del hombre desaparecerá la vida? Ciertamente no lo sé. ¿No estaremos viviendo una distopía y aún no nos hemos dado cuenta? ¿Qué fue entonces la Gran Guerra, o la otra que le siguió y que tuvieron que bautizarla como Segunda? ¿O las hambrunas, o las pestes? ¿Muere de hambre la gente, o es que existen otros dispositivos para controlar a la población y no tenemos la capacidad cognitiva de distinguirlos? ¿No será que cada generación crea su propia distopía y su propia edad de oro para que ambas se vayan intercalando como en una ruina circular? ¿La edad de oro es la edad de siempre?, mientras pienso esas cuestiones fumando un cigarrillo, Sancho levanta la pata derecha en un árbol próximo y hace lo suyo. ¡Al diablo con tanto Estructuralismo y tanta visión distópica paranoide!, le grito al perro mientras se acerca a mí y poco entiende mi enunciado porque parece que tiene ganas de caminar y explorar. Vamos a comer un asado a casa y a convivir en familia, después de todo hay que prepararse para comenzar la semana, le exclamo mientras miro mi reloj y le digo que todavía estamos a tiempo, que debe haber alguna carnicería abierta, total qué importa, la vaca ya está muerta, y la carne y las vísceras refrigeradas en alguna heladera de seis puertas. La vaca no nos da leche ni cuero ni carne, todo eso le es arrancado de la manera más cruel y humana, continúo. Sí, es mejor llegar a casa temprano querido Sancho, reafirmo, sino el Big Brother sentado en su confortable Panóptico se va a enojar con nosotros y es posible que nos castigue. Esta es nuestra distopía y nuestra edad de oro al mismo tiempo, nuestro espejo negro y nuestro espinoso y aromático jardín de rosas. Está bien, me dice él, pero no te olvides de comprar Coca–Cola, puede ser este nuestro último día antes del fin del mundo conocido. Es infructuoso luchar contra la tendencia del canino de convertirse en el mejor alumno. Pero qué tanto, yo le creo. Yo no me creo. Nunca nos vamos a dar cuenta cuál es la distopía que nos toca vivir. De todos modos, una temporada en el infierno nunca viene mal.

 

+Sancho y todo lo demás