Hoy: Sancho, sus marchas y contramarchas

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

 “De nada sirve actuar como si fuéramos mamá y papá,
ya  hemos hecho demasiado de eso, 
buenas y malas impresiones,
simples imitadores escarbando en nuestra basura.
Los problemas vienen de a tres y así los derrotamos,
son nada cuando los comparamos 
con las resacas que hemos compartido.”

The Growlers

 

Este lunes por la tarde llegué corriendo a casa, besé a mi hijo en la frente, besé a mi compañera a las apuradas, le hice un guiño a Sancho mostrándole el pulgar derecho y me dirigí rápidamente a una protesta salarial del gremio al cual pertenezco. El martes llegué a casa, almorcé, esperé a que llegaran mi pareja y nuestro hijo, y nos fuimos los tres a una marcha en contra de una nueva normativa ciudadana con características implícitas (y explícitas) por demás represivas y como calcadas del Tribunal de la Santa Inquisición. El miércoles hice lo mismo, pero no recuerdo a qué marcha fui. El jueves asistí a una protesta por la liberación de cinco compañeras detenidas durante una de las marchas anteriores. Hoy viernes descanso, y se lo dedico enteramente a Sancho y a la lectura. El canino me mira con cara de desconsuelo preguntándose retóricamente cuándo voy a dejar de concurrir a protestas sociales. Tomo fuerzas, enciendo un cigarrillo, dejo el teléfono sobre la mesa del comedor para desistir de las informaciones y desinformaciones de los distintos grupos de Whats App (que por momentos adquieren una entidad propia y pretenden una revolución electrónica e inmediata desde la comodidad del uso de los dígitos), y me dispongo a pasear con Sancho por el espacio verde de Godoy Cruz. La gente se ve triste en esta tarde otoñal, esos rostros denotan cansancio y rabia a la vez, pero creo que es una sensación. El perro me pregunta para qué sirve esa acción directa en la que muchas personas se juntan con banderas, con cánticos, con rabia y alegría y sudor y lágrimas; en fin, me pregunta para qué sirven las protestas sociales. ¿Cómo es eso que la unión hace la fuerza?, concluye Sancho, quien no entiende que solo unidos podemos al menos torcer algún aspecto de lo que no nos gusta en torno a las ejecuciones que realizan quienes nos gobiernan. A veces yo tampoco lo entiendo. Pero soy terco, e insisto. Sancho dice que la dirección en mi acontecer protestante versa en los siguientes tópicos: por el bien público, por el bien nuestro y por el bien de ellos, y que por lo tanto estoy hablando por los otros, y eso es altamente indigno. Agrega que yo creo que el subalterno no tiene voz y que mi visión intelectualoide me ubica en una vanguardia que se cree redentora y conductora de esa supuesta voz ausente. Conozco por demás esa expresión hermosamente cínica del animal y ese discursillo recalcitrante (el animal está hablando por mí y además tiene razón). Me doy cuenta de qué va la cosa. Sancho continúa indagándome, pero como firmando una tregua, y me pregunta por el sindicalismo, por el anarquismo, por el anarcosindicalismo, por el comunismo, por el socialismo, etcétera y etcétera. Le contesto indiferente mirando al cielo que lo busque en los libros de la biblioteca si tiene tanta curiosidad. El animal se pone un poco más atrevido y me pregunta si creo que entre todos vamos a torcerle el brazo a este gobierno. Mirá, le digo, opino que hay chispazos efímeros en los que podemos redireccionar ciertas políticas, a veces se logra y a veces no. Finalmente el perro me consulta si quiero cambiar el mundo. Respiro hondamente, lo miro fijamente a los ojos durante unos segundos y le contesto rotundamente que no, que me encanta este mundo fastidioso y sublime, que no soy el dueño de ninguna verdad y que apenas soy una pequeña e insignificante migaja en el Universo. Añado que adoro este mundo suicida y maravilloso a la vez, y que no osaría cambiarle siquiera un ápice a este planeta circular y en movimiento permanente. Le expreso que no soy ni un demiurgo ni un estadista, y que por lo tanto no quiero un mundo a mi medida (tengo mi pequeño gran mundo interior y con eso me basta). Esa quimera de querer cambiar el mundo que me rodea puedo haberla experimentado a los quince años, cuando tenía la cara plagada acné y la cabeza llena de sueños, ahora, a esta altura del tiempo, ni siquiera puedo cambiar el modelo de mi auto, así es que si tengo algo de sueño simplemente me voy a dormir y ya. Ambos nos quedamos viendo el transcurrir de las nubes, pensando en la forzosa metáfora del cambio y los sueños, mientras la brasa del cigarrillo se apaga como la tarde.

+Sancho y todo lo demás