Hoy: Sancho, The Beatles and Jesus Christ

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

“No me importa si el lunes es triste.
El martes es gris y el miércoles también.
El jueves no me preocupo por vos.
Es viernes, estoy enamorado.
El sábado espera.
El domingo siempre llega tarde.
Pero el viernes nunca lo dudes…”

The Cure

Las estridentes melodías a las que Sancho es sometido durante esta mañana no laborable son: lala, she loves you yeah yeah yeah, come on baby, help, twist and shuot, que lo aturden de alguna amarga manera, pero no es mi intención flagelarlo. Dicha audición viene al caso porque el can ha leído hace días una vieja declaración de John Lennon en la que el músico afirmaba allá por el sesenta y seis que la banda de Liverpool era más popular que Jesús. Esas palabras desataron una serie de eventos miserables entre los detractores que comenzaron a abominar a los músicos más afamados de ese tiempo. Al can no le interesan ni Los Beatles ni Jesús. Algo meramente cuantificable, me dice Sancho mientras finaliza el LP Please, please me, solo hay que pensar en la cantidad de población de hace más de dos mil años, y luego cotejarla con la cantidad de personas de hace algo más de cuarenta años. ¿No se maneja así la estadística acaso?, pregunta de forma retórica. Por eso, continúa, la desafortunada frase no es para nada revolucionaria, sino puro infantilismo trastornado. Miro al perro y pienso en que hay gente que ha ido a la universidad para llegar a esas conclusiones, y no hago otra cosa más que admirarme mientras echo humo por la nariz. Sancho me dice que aborrece a esos cuatro muchachitos portuarios hijos de una clase trabajadora del Primer Mundo que inauguraron esa histeria generalizada y enervante entre los jóvenes del planeta, rodeada de inaudibles giras, álbumes y modas, y por ende de canciones que encerraban en toda esa inocencia y esa insolencia de ser tan jóvenes y saber que el mundo era totalmente de ellos, un novedoso fenómeno cultural. Sancho calla durante unos minutos y se va al patio a tomar agua. Creo que lo desconozco, por momentos habla como un burócrata de la Administración Nixon en contra de las drogas y el hippismo. Bueno, tampoco hay que ir tan lejos, nuestros burócratas hablan así, todos los burócratas y políticos del mundo hablan así. Está bien, para qué discutir si estamos de acuerdo, todo termina siendo una cuestión de números, le digo al perro mientras me dirijo al patio, porque él sabe que me gustan los Fab Four y solo quiere hostigarme ante nada mejor para hacer en su día o su vida, entonces me doy a explicarle la génesis de ese enunciado. En una entrevista que  John Lennon dio a la periodista Maureen Cleave en el periódico británico London Evening Satandard apareció esa locución que no tuvo mucho revuelo en Gran Bretaña, pero sí en Datebooks, una revista norteamericana para adolescentes cuando el texto fue reproducido tres meses después. Allí no tardaron en darse a la luz los escraches del Ku Klux Klan y las amenazas de cancelar conciertos, los discos clavados en cruces, las intimidaciones y protestas en el Cinturón Bíblico Norteamericano, la quema de discos y los boicots en las estaciones de radio, los fervientes creyentes hablando a diestra y siniestra de blasfemia, y un petardo estallando en el escenario durante el último show de esa gira norteamericana. Presumo revolucionarias las palabras de Lennon (o al menos revoltosas o revulsivas) porque en Hamburgo, cuando la banda estaba integrada por cinco músicos, estos descarados e irreverentes adolescentes que no tenían profesión ni dinero y que recién habían terminado la escuela para ser directamente un beatle, reptaban por esa ciudad vestidos de cuero negro, comenzando así una larga serie de recitales en un contexto donde abundaban las drogas duras, los proxenetas, las anfetaminas, el alcohol a bajo precio, los prostíbulos, la sífilis como moneda de intercambio y los delincuentes. Fue allí donde estos jóvenes inauguraron la atractiva triada de sexo, drogas y rock and roll. Mientras los rioplatenses Shakers tomaban grapa con limón (según textuales palabras de Hugo Fattoruso), Paul, John, Ringo y George consumían el mejor LSD de la historia, por lo tanto esas mentes navegaban a velocidad luz de disco a disco, esos liverpulianos estaban literalmente turbinados, pero no le digo nada de eso a Sancho que descansa patas arriba absorbiendo los tibios rayos del sol con el pasto como colchón. La postura de Lennon no es errada ante esa pregunta en la que no sabe si caerá primero el rock and roll o el Cristianismo, claro que él no vio la caída de ninguna de esas dos industrias, ni siquiera vio la suya al momento del disparo de Mark Chapman. Siguiendo la lógica que le adjudica al guitarrista, Sancho afirma con los ojos cerrados que Los Simpson son más populares que Los Beatles. Shhh por favor, emito nervioso, y luego le pido que abdique de inmediato, porque las paredes oyen y los vecinos aún más, y no quiero una horda de fanáticos de The Beatles haciendo escraches al mejor estilo KKK en la puerta de casa, quemando las treinta temporadas en soporte DVD de los Simpson con película incluida, con un enorme muñeco de Bart en llamas, ardiendo entre latas de cerveza Duff, gaseosas Buzz Cola, y paquetes de cigarrillos Laramie. Entre bufidos, Sancho me acusa de maniático incurable y al rato, exactamente a la hora y cuarenta y cinco minutos, los dos nos dirigimos a buscar un pedido de dos docenas de empanadas de vigilia a una panadería ubicada a dos cuadras contando desde la esquina, caminando despreocupados, totalmente reconciliados, y dejando en paz a los muertos.

+Sancho y todo lo demás