Hoy: Sancho y una pequeña disputa entre narradores

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

 

“No tiene que ir a trabajar, pero tampoco quiere quedarse en la cama porque ha dejado de ser algo cómodo para pasar a ser otra cosa.

Esta cama lo ha visto todo, desde el primer día hasta el último, 
los silencios de hoy y los buenos momentos de ayer.

Ahora cada noche juega un triste juego llamado haciendo como que no pasa nada”.

Pulp

Arriba, el majestuoso cielo respira con todas sus estrellas. Abajo, un gran perro negro duerme en la comodidad de su catre, en el patio de una casa familiar. Sus amos, hacen lo mismo en una cama grande y de apariencia confortable. Un niño descansa en otra habitación y sueña que conoce a Mickey Mouse y van a vivir una aventura colosal para rescatar a Goofy de los malvados. Los ronquidos propiciados por la sinusitis del hombre despiertan a la mujer. De un momento a otro el hombre comienza a rechinar los dientes. La mujer le acaricia la frente y lo interpela. El hombre despierta confundido, besa a la mujer en la mejilla y se dirige al baño. El canino oye el leve ruido de la mochila del inodoro del piso de arriba y para las orejas. El hombre desciende desvelado al patio, arma un cigarrillo y se sienta a pitar bajo la presencia de la luna y del can. En esta madrugada confusa me he despertado rebalsado de pesadillas siniestras mientras hay un tipo en mi cabeza y no sé quién es. Sancho se acerca lentamente a mí estirándose, oigo ruidos extraños mientras me dice que hay un hombre desde hace tiempo dando vueltas por el patio. Tomo la pala dispuesto a partirle la cabeza al intruso y le grito al perro por qué no me avisó antes. El animal, intentando cubrir sus genitales con su rabo cercenado, me contesta que hace un rato un individuo se presentó como el narrador y que estuvieron hablando de cómo contar una historia. Perro idiota, ha venido por nosotros ¿no te das cuenta?, atino a decirle, mientras me ato una toalla a la cintura dispuesto a la batalla para echar al indiscreto. Comienzo a encender luces y a preguntar intimidatoriamente quién anda ahí. Buenas noches, me dice una voz amable que no reconozco, soy el narrador omnisciente, de ahora en adelante yo voy a tomar las riendas de esta narración. Hey, hey, yo soy el narrador. / Desde este momento no más, hay que darle un toque más objetivo a estas crónicas. / ¿Y quién ha decidido eso?, ¿acaso somos objetos? / No puedo informarle absolutamente nada por el momento. / ¡Váyase de mi casa! / Qué modales tan poco refinados, ¿de qué me habla?, ¿de este espacio físico?, esta casa es una enorme ficción y usted lo sabe. / Todas las casas lo son, todas son una jaula de cristal. / Demasiada petulancia en una proposición, demasiada jactancia para un simple narrador en primera persona. / ¿Y quién es usted para hablar así de mí? / Ya le dije, soy quien se va a encargar de narrar las historias del perro parlante. / A mí solo me parece que usted es el fisgón de Lady Godiva, ¡fuera de mi casa o llamo a la policía! / Eh amigo, baje esa herramienta. Escuche Manuel García, no actúe como un idiota ante la aparición de lo extraño en medio de su noche… Si no me equivoco ese es el nombre de una calle. / ¿Y qué importa el nombre?, también es el de un diplomático del Río de la Plata que tuvo una actuación secundaria en el empréstito que contrajo Buenos Aires con la Banca Baring Brothers & Co. / También puede ser un futbolista latinoamericano o español, o un cantante pop de cualquier país hispanohablante. La mujer pregunta desde el cuarto al hombre qué es lo que sucede. El hombre exacerbado intenta calmarla diciendo que hay un gato dentro de la casa y que el perro está furioso. Le pide por favor que no baje. Amor, no bajes por favor, hay un gato en la cocina y Sancho está como loco. El hombre queda aún más aturdido cuando una tercera voz irrumpe en el desconcertado diálogo. Más silencio, yo soy el perro que habla, por lo tanto voy a contar esta crónica. No, no y no, Sancho, le digo, aún no entendés la dialéctica del amo y la mascota, no te das cuenta que este narrador extraño solo busca que nos alborotemos entre nosotros. Mejor es que nos calmemos, alguien tiene que contar algo, les digo al perro y al hombre semidesnudo. El fluir de las nubes ha tapado la luna durante unos minutos y Sancho muestra los dientes en la oscuridad, no distingue ni a uno ni a otro. Es posible que me ataque, dice Manuel. Es posible que me ataque, dice el inoportuno narrador. Comienzo la arremetida sin distinguir quién es quién, a largar mordiscones en la penumbra. El de la pala golpea al suelo, y el otro se aleja unos metros. ¡Basta de quijotadas ya!, dice el narrador a Sancho y a mí. ¿Quién va a contar entonces la historia?, pregunta Sancho. Deberíamos hacer un sorteo, dice el intruso que poco a poco se aleja de nuestro ángulo visual, y  posteriormente desaparece. Se ha ido, le digo a Sancho, pero es demasiado tarde, hemos malgastado palabras en vano, habrá que ordenar las cabezas por unos días. Habiendo expulsado finalmente al enemigo, nos juramos lealtad de por vida con Sancho y a no tergiversar por nada del mundo nuestro pacto didáctico y ficcional. Pronto va a amanecer y algo me dice que el resto del día va a ser largo y tedioso y sin nada nuevo que contar como todos los demás, pero con menos horas de sueño.

 

+Sancho y todo lo demás