Hoy: Sancho y el psicoanálisis

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

“Quién es el chico más blanco de la playa ahora.
Quién es el enlace más débil de la cadena ahora.
¿Soy yo?
Nena, podés decirme cómo comenzó el Universo.
Fue con un gemido y luego vino un estallido. ¡Vino un estallido!”

Fat White Family.

Salí temprano del trabajo y fui directo a casa antes de una serie de trámites. Hoy es jueves, mi día más largo y solo quiero recostarme un rato en la reposera del patio y cargar energía bajo el sol para continuar. Sancho se sienta a mi lado y me comenta que anoche tuvo una pesadilla en la que caía al infinito sin que nada ni nadie pudieran detenerlo. Le digo que es absolutamente normal y que no se preocupe, que solo es una manifestación de su temor a la muerte, algo corriente en todo ser vivo, hasta las plantas que nos rodean tienen ese miedo. ¿Sueñan acaso las plantas con caídas? El perro me pregunta con cierta ponzoña acerca del psicoanálisis como práctica terapéutica, ya que en alguna oportunidad le he comentado acerca de mi estadía en una clínica psiquiátrica. Conozco por demás esa mirada, el animal me observa como si yo fuera el mismísimo Stalin. Quedate tranquilo, le digo, no te voy a atacar con la tijera de podar, una vez te pegué cuando eras cachorro con un rollo de diario porque no podías entender que los desechos se hacían fuera de la superficie cubierta de la casa, y ya conocés de sobra mi teoría de que el papel de diario sirve para envolver los huevos, encender el fuego para el asado y pegarle a los perros desobedientes. Sancho me observa como si fuera Hitler. Quedate tranquilo, le enuncio, no fui sometido a una lobotomía, no salí de la clínica babeando y arrastrando los pies, mirá no tengo ninguna cicatriz en la cabeza, la única que tengo está aquí en el abdomen. Sancho manifiesta que no cree que yo sea violento. Oh sí, me internaron por violento, o porque interpretaron una actitud violenta, le respondo. El canino me pide que le cuente el por qué de mi permanencia en esa institución denominada de sanidad mental. Bueno, comienzo, una mujer había cortado relación conmigo, yo tenía veinte años y fui enviado amablemente por familiares y amigos a un psiquiatra buscando una solución inmediata como lo amerita ese tipo de situaciones. El médico me preguntó qué me pasaba y yo le contesté que quería estar con esa chica de la que le había estado hablando pero ella no quería lo mismo. Entonces el profesional me miró en silencio unos segundos y luego me dijo que debíamos trabajarlo sistemáticamente para poder sanar esa ausencia, y yo le respondí que eso estaba bien pero que quería estar con esa mujer. Él me dijo que eso no era posible, que estaba transitando una neurosis de abandono y que lo mejor era ocuparse de inmediato en ese aspecto, agregó además que me iba a recetar comprimidos para calmar mi ansiedad y bajar los índices de depresión en apariencia de años, porque mis sentimientos hacia esa mujer eran muy intensos y debíamos descubrir qué era lo que se escondía debajo. Le dije que todo estaba muy bien como él lo venía enunciando, pero que de momento yo quería estar con esa chica y que no había nada oculto debajo. El apego emocional no es bueno, porque crea un ahogo vehemente que solo concluye en la dependencia, me dijo con toda su sapiencia. Bueno, le respondí, es que yo quiero esa dependencia doctor. Está bien, cálmese muchacho por favor me dijo, pero creo que ya era tarde, porque había arrancado el matafuegos de la pared y comenzaba a expandir el polvo químico seco por toda la sala mientras sentía que todo se incendiaba a mi alrededor, pero desafortunadamente fui malinterpretado. Lo demás fue una escena perdida como en una atroz borrachera, porque apareció personal de seguridad, mientras sonaba una chicharra molesta e incisiva, y luego no recuerdo mucho más. Cuando me levantaron del suelo fui trasladado a la clínica psiquiátrica de la que te he hablado y me inyectaron una dosis intravenosa, y después vinieron unos señores de la Empresa Eléctrica, me colocaron unos cables de arranque en las sienes y me reubicaron en el pabellón de los psicóticos donde estuve tres meses hasta que los mismos familiares y amigos que insistían con el tratamiento lograron sacarme. El resto ya lo sabés, estoy en pareja, tengo un hijo, una profesión, un perro que habla, y tres psiquiatras más tarde la cosa funciona de manera medianamente aceptable. Qué fue de ese psiquiatra, inquiere Sancho. Ah, le digo, el galeno no hizo ninguna denuncia pero se negó a seguir tratándome, y añado que hace unos años lo encontré en una muestra pictórica y me preguntó muy amablemente cómo me encontraba y yo le respondí que bien, que fabulosamente bien, me preguntó además si había vuelto a ver a esa mujer y le respondí que ni siquiera me acordaba de su nombre. Sancho, que es un ser muy amable, afirma que a partir del estreno de la película dirigida por Milos Forman en 1975, “Alguien voló sobre el nido del cuco”, la terapia de electrochoques ha sido vista con malos ojos. No creo que sea un dato demasiado fiable, pero asiento como si estuviera de acuerdo. Bueno Sancho, le digo para ir concluyendo, en media hora tengo terapia, querés almorzar ahora o cuando vuelva. El animal me dice que no tiene hambre, que prefiere esperar. También se queda esperando algún acercamiento a qué es el psicoanálisis. No digo que las grandes tragedias de la humanidad me quiten el sueño, pero… En este mundo lleno de amor y abundancia, de soledad, tristeza, represión, faltas, desazón y melancolía, de atormentadores y atormentados, creo que el psicoanálisis debe tener alguna función en mejorar las relaciones interpersonales. En tanto sigo analizándome, excedido de temor al abandono, de que mi actual analista me abandone, por eso prefiero llegar quince minutos más temprano a cada sesión.

 

+Sancho y todo lo demás