Hoy:  Sancho y sus variaciones no patológicas de la percepción

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Queremos que vengan. Queremos que oigan. Queremos que bailen. Bailen toda la noche, pero cuando empiece la música no se queden ahí como tontos: rompan todo. ¿Nos escuchan?, rompan todo.”

The Shakers

 

Es de noche, y cada vez que veo las estrellas huelo el pasado. Virus, hongos y bacterias viven en nosotros, le enuncio a Sancho al momento que caminamos pausadamente por el espacio verde, mientras que nosotros vivimos dentro de un enorme ser vivo. Eso es lo real, me dice el animal mirando al cielo. ¿Y vos podés definir lo real?, le pregunto. Ambos detenemos nuestra marcha por unos segundos. Ver, tocar, oler, degustar, oír, le digo, pueden ser entendidos como mecanismos fisiológicos de la sensación que nos permiten adquirir información de lo que está a nuestro alrededor, son simples señales eléctricas que interpreta nuestro cerebro. Ahora bien, continúo, para poder darnos cuenta de que la realidad es un conjunto de apariencias que condicionan nuestras percepciones, debemos entenderla como una gran mentira que se puede manipular. Salir de la Matrix, ladra categóricamente Sancho. Ah, esa es una frase cada vez más sobrevalorada, le contesto, prefiero pensar en hombres encadenados dentro de una cueva que ven la proyección de las sombras, y que cuando tienen la posibilidad de escapar de esa prisión para la mente, sus ojos arden ante tanta realidad soleada. El mito de la caverna de Platón, me dice el canino. Llamalo como quieras, alegoría, falla del sistema o mecanismo de ilusión y proyección, mirá Sancho, los distintos modos de producción, ya sean el feudal o el esclavista o el capitalista siempre sostienen la misma tesis: la desigual relación entre dominados y dominadores. ¿Entonces nunca vamos a salir de la Matrix?, pregunta inocentemente el animal. Está en cada uno de nosotros, le respondo, buscar la manera de no alimentar al sistema por medio del arcaico juego del gato y el ratón, si finalmente todos somos una pila, controlados y distraídos en el misterio y la conspiración, porque habitamos la realidad de maneras muy distintas, hacemos caso de unos aspectos e ignoramos otros. Los filtros que ponemos en nuestra apreciaciones cotidianas determinan en qué clase de mundo vivimos o creemos vivir o queremos vivir. ¿Y cuáles son esos filtros?, pregunta la mascota. Pueden ser el lenguaje, le contesto, las creencias, las drogas, los recuerdos y por supuesto los cinco sentidos de los que hemos hablado, esos dogmas que definen nuestras realidades. ¿Los sentidos son traductores de la realidad?, me pregunta Sancho olfateando un arbusto. No lo sé, le respondo, sí puedo afirmar que mediante ellos podemos percibir los riesgos que nos rodean, cómo podemos liberarnos de algo si no sabemos que estamos atrapados, porque en el fondo es el objetivo lo que nos define, es esa meta que elegimos lo que nos hace aproximarnos a la felicidad, pero cuidado con eso, porque en nombre de ciertas seguridades no debemos perder las libertades. Ambos nos sentamos al pie de nuestro árbol favorito al amparo de la luna. Enciendo un cigarrillo. Suave como el silbido de la medianoche en primavera, entona el animal mientras ve un móvil policial que transita lentamente. Guau, le expreso, no sé si afirmar en este momento que sos un poeta o un ser sinestésico. Sancho me mira, y el reflejo de la baliza policíaca crea un aura violácea a su alrededor atravesada por una bocanada de humo. Sí, le digo, sinestesia. Si-nes-te-sia, silabea el animal. Claro le explico, esa variación no patológica de la percepción, que no tenés que confundirla con una simple mezcla de sentidos, en la cual se experimenta de forma automática e involuntaria la activación de una vía sensorial o cognitiva adicional en respuesta a determinados estímulos. Ah, responde Sancho poco convencido. Claro le explico nuevamente, siempre te pasa que ves toda la casa de color azul cuando escuchás el piano de Bill Evans. ¿A vos te pasa eso?, me pregunta. No exactamente, le digo, lo mío es un fenómeno similar producido por otro tipo de condiciones psicológicas, como alucinaciones o estados de conciencia alterados, pero ese es otro tema. Nos levantamos lentamente y emprendemos el regreso a casa. Yo puedo ver un hilo rojo atado en cada dedo meñique de las personas, me dice Sancho desenvueltamente. ¿Estás hablando de esa leyenda oriental, que no recuerdo si es china o japonesa, que afirma la existencia de un hilo rojo que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, a pesar del lugar o el tiempo o las circunstancias que los rodean? Sí, responde el can, es un hilo que a veces se dilata, que a veces se enmaraña, pero que nunca se corta. Mirá que interesante, le digo, no conocía ese atributo oculto en vos. Dos amantes se besan en un banco. ¿Podés decirme si esa pareja está atada con el hilo rojo?, le pregunto poniéndolo a prueba. No, para nada, me responde, sus hilos apuntan a direcciones opuestas. Mirá que interesante, le digo de nuevo. ¿Querés que te diga hacia dónde va tu hilo?, me pregunta. Vamos que se hace tarde, le indico. Hace tiempo que he dejado de preguntarme si estoy en la ciudad correcta a la hora correcta, simplemente dejo fluir los sentidos para creer firmemente que el fracaso no existe, que solo hay resultados. ¿Y?, me pregunta Sancho, ¿no querés que te diga cuál es la dirección del otro extremo de tu hilo rojo? No, le respondo, me gusta habitar los falsos sueños como imágenes residuales de la realidad, siempre y cuando sean mis sueños. Cuando llegamos a casa, Sancho señala con el hocico mi habitación aludiendo al otro extremo de ese hilo invisible. El miedo paraliza, por eso entro con los ojos cerrados, caminando lentamente, y luego de golpearme la nariz contra la pared mis manos tocan un frasco de perfume. Clara no se encuentra en ese cuarto, sino en el contiguo, llevando a cabo la noble tarea de hacer dormir a Max. Mientras me palpo la nariz, pienso en la posibilidad de una falla en el GPS del animal, debido a la influencia de su estado sinestésico, que siempre aparece poco después de la media noche, y a veces se repite a mediodía, ya que indistintamente Sancho puede oler el sol o la luna.

 

+Sancho y todo lo demás