Hoy: Sancho y lo vintage dentro de la lógica de alfa y omega

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Todos los hijos de Dios necesitan zapatos para viajar, y quitarse los problemas de encima. La gente buena lee buenos libros, y así su conciencia se aclara. Ya te he oído hablar niña, ahora tu conciencia está clara. Por la mañana limpio mis cejas, y así limpio los kilómetros recorridos. Me gusta pensar que puedo ser tan deseada, y nunca hacer los que decís; nunca escucharte y nunca hacer los que decís. Mirá mis ojos, son hologramas. Mirá…, tu amor ha puesto rojas mis manos. De mis manos, sabés que nunca vas a obtener más que sacudidas en mi sobriedad”.

 Tanita Tikaram

¿Qué estás haciendo?, me pregunta Sancho mientras me observa haciendo equilibrio sobre una banqueta en el patio de casa. Estoy colgando un cartel vintage de un viejo modelo de automóvil, le respondo como puedo con un tornillo entre los dientes. ¿Vintage? ¿Y eso qué es?, indaga el perro con un tono extraño. Es un término foráneo que se utiliza para hacer referencia a algunos objetos con cierto tiempo desde su creación y que todavía no pueden catalogarse como antiguos, le respondo al momento que me quito el tornillo de entre los labios. Sancho mira en derredor y se echa en el pasto. Entonces vos sos muy vintage, enuncia, porque tenés un auto viejo, y un reloj viejo y una cigarrera vieja; y tu cinturón es viejo como el cenicero del comedor, y tu máquina de escribir también es vieja. A esta edad del tiempo, todas las máquinas de escribir son vintage, mi querida bestia parlante, le recuso, añadiendo que también hay perros vintage para que no se afane de su supuesta modernidad ¿Y para qué colgás ese cartel viejo? Porque lo compré hace unos días y este es un buen sitio donde colocarlo. ¡Tengo que explicarte cada cosa que hago!, agrego un poco fastidiado, porque encargarse del jardín no es solamente cortar el pasto, regar y podar las plantas, me gusta darle otro toque a este espacio que en muchas ocasiones utilizás como baño. Ok, ok, responde el perro haciendo un inaudito ademán con su cabezota. ¿Y por qué te gusta lo vintage?, pregunta. Es que nunca he sido bueno para despedirme de lo que más quiero, o puede ser que esté atravesando esa terrible necesidad de congelar un espacio de tiempo determinado para acceder a la engañosa sensación de que las cosas no pasan, le manifiesto. Pero para eso existen las fotografías, me dice mientras me bajo del banquillo y admiro la imagen en medio del muro como una obra de arte camp. Entonces, para remarcar el eclecticismo en el jardín, decido colocar justo en la pared opuesta un cuadro que encierra un simbolismo que todavía no comprendo, pero que quiero entender a fuerza de mirarlo y mirarlo; es un cuadrado pequeño y de madera que me ha regalado un amigo y que contiene cinco palabras en latín que forman un  multipalíndromo. Al momento de buscar el objeto en el depósito, me doy cuenta que ha sido ferozmente destruido por Sancho, como también un par de patines y las ruedas de una bicicleta en desuso. ¿Por qué destruiste todo esto?, le grito, y él me responde que no ha sido. No le mientas a un mentiroso le apunto con encono, al momento que intenta esconder sus genitales con su rabito. Ese cuadro de madera ha estado guardado durante dos semanas en el depósito, me lo regaló un amigo, le digo en tono admonitorio. No te miento, me dice Sancho, añadiendo que tampoco es para tanto. ¿Te parece poco?, estos patines los usaba cuando era niño, y esta bicicleta era de mi tío abuelo, le señalo. Bueno, eso te pasa por juntar cosas viejas y no usarlas, me dice, todo tiene un principio y un final, no podés seguir viviendo en blanco y negro, y luego se marcha al interior de la casa. Enciendo un cigarrillo y pienso en que muchos tienen una versión unívoca de la idea de verdad, pero no se puede hablar de una verdad aislada y plena, porque no es medible ni calculable, la verdad es algo que se construye. Anidamos en la subjetividad, por tanto las mentiras nunca son meros errores, simplemente son decisiones con intenciones subyacentes. Sancho regresa al patio y le digo que la mentira es una droga para acceder a la paz, aunque siempre esté encadenada a una serie de hechos que en última instancia terminan siendo desafortunados para una de las partes, por eso para acceder a la paz hay que prepararse para la guerra. Él me pregunta si se me pasó el enfado. Intento contestarle de forma verídica y le digo que no. ¿Por qué?, indaga. Porque en mi pérdida de fe en el progreso, esos objetos aportaban estéticamente algo que no era solo su vejez, sino su diseño artístico y su buena calidad. Hablame de ese cuadro que ya no está más, me propone Sancho. Era un objeto con un efecto apotropaico, una explicación mágica para alejar el mal, le digo pretendiendo restarle importancia. ¿Y vos creés en ese efecto?, me pregunta. Para nada, le respondo inmediatamente, pero sí creo en la buena intención de mi amigo místico y eso me basta. Dibujo el cuadrado sator en una hoja cuadriculada y se lo muestro a Sancho.

Yo me inclino a pensar que es un símbolo secreto de los cristianos cuando eran mártires, en él se puede interpretar que todo tiene un principio y un final, le comento a Sancho. Si existe un principio, hay un final, me dice el animal, como les sucedió a tus objetos vintage en el depósito. Miro detenidamente al perro y pienso en que no hay condena para la nobleza de sus palabras, mientras marco el número de mi amigo místico para decirle la verdad acerca de la mala fortuna de su obsequio: la última lluvia ingresó al depósito y pudrió la madera del cuadro. Quédate tranquilo, contesta mi amigo, ya te he preparado otro, aunque hace meses que no llueve en esta provincia.

 

+Sancho y todo lo demás