Hoy: Sancho y su amor amarillo

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Solo decime lo que tenés que decir, he esperado mucho para oír la verdad, no será sorpresa como podrás ver. Así que dejate de joder y decime lo que está pasando. Ahora conozco tu corazón y tu mente, ni siquiera te das cuenta de que sos poco amable, demasiado para tu intelecto marxista…. Bueno, creo que lo que decís es cierto, nunca podría ser la chica correcta para vos. Nunca podría ser tu mujer.”

White Town

 

Abrí los ojos que ya hay sol, pronuncia mi hijo que se encuentra parado al lado de mi cama, mientras Sancho me pasa la lengua por la cara y de esa encantadora manera abandono el sueño que me encontraba habitando. Es sábado y no sé por qué estos dos seres comienzan el día tan temprano. Quien sí emprende el día mucho más temprano es Clara, que se dirigió a sus actividades sabatinas y no regresará hasta pasado el mediodía. El rostro legañoso de Sancho y la cabellera revuelta de Max, que se encuentran frente al TV mirando cómo Scooby – Doo y sus amigos resuelven un misterioso caso, esperan el desayuno. Soñaba con la voz de Hope Sandoval cantando Fade into you, le digo al perro quien me contesta raudamente que los sueños son parte del destino, mientras pienso en echar la primera bocanada de humo de la mañana. Sancho recuerda un texto ficcional escrito por un amigo mío que se fue a vivir a otro país en el que narra una siestita con esa cantautora del este de Los Ángeles, y lo define como una genialidad. Si para vos todos son unos genios, qué queda para Miguel Ángel, le respondo, y me voy a fumar al patio antes del desayuno. La tradición de los brujos, los chamanes y otros visionarios que han perfeccionado el arte de apreciar los sueños nos permite entender cosas que no podemos cuando estamos despiertos, pienso. Los sueños son reales mientras duran, me dice Sancho acercándose, y yo le respondo que los sueños se confunden con la realidad, y que sus posibilidades son infinitas si se dan en el momento sagrado. Vamos a desayunar afuera, dictamino, y a los diez minutos de convivir al aire libre sugiero que mejor vayamos a sentarnos bajo la sombra de la Bougainvillea para evitar la heliosis. ¿Qué?, pregunta Sancho. Bueno, intento utilizar terminología ligada a tu amor amarillo, quiero decir que si nos quedamos en este sitio nos vamos a insolar. Heliosis, repite Max. Ah, balbucea el perro, y no sé por qué pienso en que el mundo es un lugar raro y hermoso. Tu astro de luz incandescente me fastidia cuando me quema, sino preguntale a Ícaro, que por volar tan alto tuvo por final esa zambullida intempestiva que lo ahogó en el mar. Por eso siempre hay que volar de noche, me apunta Sancho. El Sol es esa estrella central que sale para todos, acá o en Burkina Faso, le digo al canino quien nunca puede dejar de reírse al oír el nombre de esa república del África Occidental, donde el jefe de Estado es denominado presidente del Faso. Una bocanada de humo persigue la cabezota de Sancho, y éste comienza a toser estrambóticamente. Fumar es una actividad socialmente cada vez más condenada y que ya ha sido prohibida en los cafés y que en algún momento va a ser prohibida dentro de las letras, tené paciencia muchacho, le digo, y agrego que Stanley Kubrick podría haber filmado la llegada del hombre al Sol. El perro se ríe y añade que tanto el Sol como la Luna han sido testigos de las revoluciones agrícola, científica e industrial, y también de esas manifestaciones de la evolución humana como la verdad, la lealtad, la justicia, la libertad, la frustración, el enojo o el amor. Pero el Sol es el monarca de un sistema del cual no podemos escapar, donde no hay libre albedrío, le apunto, por eso distintas culturas lo han elevado a la categoría de dios, de hecho un juerguista extravagante y de una belleza imponente que gobernó Roma durante la crisis del siglo III, Marco Aurelio Antonino Augusto, mejor conocido como Heliogábalo, fue uno de los responsables. Comienza así la producción de bostezos en serie que recurrentemente sufre Sancho al momento que me vuelvo pedagógico en lo discursivo. Emperador a los catorce años, continúo, excéntrico y respetuoso de las tradiciones religiosas, sacerdote del dios El Gabal, una deidad oriental asociada al sol. La guardia pretoriana lo asesinó a los dieciocho años de edad, asfixiándolo con la esponja que se limpiaba luego de defecar. El senado romano lo condenó a la damnatio memoriae, o sea al olvido de la memoria y las autoridades lo borraron de los documentos públicos y de los edificios, y sin embargo la Tierra siguió y sigue girando en torno al Sol, porque sencillamente es un dios, porque por más furia o misericordia que muestre va a seguir siendo un dios, y nunca va a necesitar ni de adoradores ni de detractores que amparen su accionar. Esa gran bola de fuego que se encuentra sobre nuestras cabezas es el centro de un sistema planetario que tiene más de cuatro mil quinientos años desde que un colapso gravitatorio de una nube molecular lo formó, y que cuando todo el hidrógeno que hay en su núcleo colapse, ese gigante amarillo se expandirá y como consecuencia vaporizará la Tierra, dejándola inhabitable. El suelo que pisamos es un planeta secundario que orbita a un planeta principal, al menos durante aproximadamente cinco mil millones de años. Sancho vuelve a bostezar y se va al interior de la casa, donde el niño lo espera mirando más aventuras de perro Gran Danés. Enciendo otro cigarrillo y mis sienes comienzan a poblarse de gotas de sudor. Pienso en la bondad y en la cólera de un dios que marca la piel. Al rato intento en vano recordar el nombre del primer astrónomo que midió la distancia a la luna, y mientras apago el cigarrillo seguimos dando vueltas, orbitando, moviéndonos encadenados a un sistema.

 

+Sancho y todo lo demás