Hoy: Sancho y mis ojos de videotape

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Recuerdo cuando era joven la sensación de malestar del domingo por la mañana. No quiero volver a hacerlo. Parado en una fila con la mente sucia que hay que limpiar el domingo por la mañana. No quiero volver a hacerlo. Un día a la semana hay que poner la mejilla. Oh cómo nos arrodillábamos. Oh, éramos tan tranquilos. No existe ninguna luz, no me importa, no es ahí.”

The Bolshoi

 

Despierto perturbado, y durante las últimas hilachas del sueño se entremezclan imágenes surrealistas con sonidos extraños que aún se resisten a marcharse. Tengo un empleo, pienso, y en la nada oscura se expande la domesticación mientras miro hacia el techo. Clara insufla su pecho acompasadamente con un leve ronquido y las agujas fluorescentes de mi reloj marcan las tres y cuarto. Me levanto de manera parsimoniosa, voy a la habitación de Max y luego al patio a fumar. En medio de la opacidad de una luna cubierta esporádicamente por nubes, el cuerpo negro de Sancho exhibe su espalda y es como una luz al final de un túnel. ¿Tampoco podés dormir?, le pregunto echando una bocanada. Duermo poco de noche, el silencio y la oscuridad me ayudan a pensar, me contesta. Dicen que Dios descansó el séptimo día, me imagino que se habrá encerrado en su habitación a dormir todo el domingo, le comento. Tenés algo raro en los ojos, indica sin mirarme. Puede ser, le contesto. ¿Qué te preocupa?, me pregunta el perro, ¿la crisis económica? o ¿la rima que no rima? La decrepitud, le expreso. Tranquilo, ustedes son dioses protésicos, son cyborg en un interregno de la Historia, sencillamente estás experimentando desconfianza en tu proceso de crecimiento, me expone. Pero de qué crecimiento me hablás che, si ya hace casi cuatro décadas que se me asignó un número de DNI. El perro continúa de espaldas. Me recuesto en el pasto, alejado del temor a los primeros insectos de la estación y a los brotes alérgicos. Del techo de la habitación, le digo, caían termitas, entonces yo me subía para exterminarlas, pero el mismo estaba ocupado por una bandada de pájaros azules que no me dejaba hacer el trabajo, y tras una palabra mágica las aves se marchaban, haciendo del techo una cama elástica que me expulsaba hacia la calle y me invitaba a caminar por los suburbios de una ciudad industrial en decadencia donde la lluvia nunca se detenía y era acompañada por la música del vacío del Universo. Mientras intento acceder a un orden cronológico de mi desconexión de la realidad, el animal se encuentra sentado en la reposera, viste un traje gris, tiene una barba cana y crecida, un sombrero, y fuma en pipa. En todo ese paisaje gris, continúo, una hilera interminable de fábricas echaban humo negro al cielo, yo tenía mucho frío, y un camino ondulado me llevaba directamente a un departamento pequeño. De tanto en tanto, la pipa freudiana de Sancho arde y me permite vislumbrar aspectos jamás antes observados. ¿Qué hacías en ese sitio claustrofóbico?, interroga. Esperaba algo que nunca iba a llegar, mientras en la cama de ese diminuto lugar una rata dormía sobre la almohada y yo la observaba con asco y ternura. ¿Qué más había?, averigua. Un lápiz hambriento que hacía garabatos en medio de un baile frenético sobre un papel amarillo en un escritorio viejo. ¿Y vos qué hacías?, pregunta. Bueno, al no tolerar la densidad del lugar volvía a salir a la calle pero el paisaje era otro, colmado de risas y aplausos, una especie de alharaca sin testigos, como en esos programas televisivos lineales y previsibles, que me hacía entender la mímesis de todos los personajes combinados con animales antropomórficos. Luego un conejo me invitaba al velorio de un nacimiento en una cueva, donde una horda primitiva me señalaba como el elegido entre un clan de diez hermanos para matar a nuestro protopadre en una cena totémica. ¿Y lograbas el cometido?, inquiere. No, porque llegaba demasiado tarde y el progenitor ya había muerto, entonces no podía derrocar la autoridad de su ley ni canibalizarlo. Repentinamente Sancho cambia de aspecto, se baja de la reposera y comienza a caminar mansamente en derredor, dejando entrever por momentos el hipnótico movimiento de unos bigotes niestzscheanos. El camello, me explica, es la carga voluntaria en los hombros; en tanto que el león transita sin reglas y sin carga, abandonando todo para seguir su propio camino, su propia moral; y finalmente el niño, superara sus valores y destruye sus creencias en una etapa en la que todo vuelve a construirse con un propósito más claro. Por lo tanto, es necesario darle la espalda al creador para seguir un camino propio, añade, ordenándome luego que regrese a mi cama y que me deje caer en los brazos de Morfeo. AVISO, si Usted ha llegado hasta aquí, es que muestra cierto interés por la lectura, ¿no tiene acaso otras cosas de qué ocuparse?, ¿es Usted una persona sediciosa u obediente a la autoridad autoral?, ¿lee todo lo que quiere leer o lee lo que le ordenan?, ¿le teme a la autoridad?, ¿piensa todo lo que quiere pensar?, ¿no considera que está perdiendo el tiempo con estas palabras amalgamadas de manera aleatoria? No voy a decirle qué es lo que debe hacer, así es que puede optar por continuar con la lectura o volver a lo que estaba haciendo anteriormente o quedarse pensando unos instantes en esta irrupción del relato, porque al fin y al cabo la cultura nos invita a vivir en sociedad, nos protege con sus lazos de fraternidad y nos permite sobrevivir, reduciendo en la medida de lo posible las pulsiones de agresividad y de muerte para admitir que se manifiesten las pulsiones eróticas y/o de vida, pero eso a la vez genera incomodidad. Antes que suene la alarma amanezco con los primeros débiles rayos de sol que sellan otro sueño. Tomo el teléfono y desactivo la melodía, dentro de diez minutos Foxy Lady de Jimi Hendrix no será agradable para Clara que no tiene que trabajar por la mañana, y que me mira y me dice que tengo algo raro en los ojos, y yo beso su mejilla derecha y ella sonríe levemente y luego se da vuelta y continúa durmiendo. ¿Merecemos todo lo que soñamos, incluidas nuestras pesadillas? ¿Qué quiere decirnos esa imaginación sensomotora en la que se entrecruzan distintas reacciones cerebrales como el miedo, la ira, los recuerdos, la vergüenza, los anhelos o la culpa? ¿Acaso las estructuras de los mapas cognitivos nos exhiben en cuentagotas toda la información que poseemos de años y años como premoniciones para nuestras acciones futuras? Mientras abrocho mi camisa miro por la ventana que da al patio, y un gesto cómplice y afable del canino me devuelve a eso que tímidamente me atrevo a llamar realidad. Espero que durante algunas horas nadie me pregunte en el trabajo qué le ocurre a mis ojos. Temo insinuar algún aspecto onírico proveniente de los dos niveles del sueño que tuve anoche en lugar de aburrir a mi potencial interlocutor con las causas de mi conjuntivitis alérgica que oculto tras unas gafas oscuras y que no me pienso quitar hasta que pase por una farmacia o hasta que regrese la luna.

+Sancho y todo lo demás