Hoy: Sancho, la libertad es a nafta

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Me duermo tarde otro día. Oh, qué maravilla. Oh, qué desperdicio. Es un lunes tan mundano. ¿Qué cosas emocionantes sucederán hoy? El jardín está lleno de basura, es un desastre y supongo que los vecinos creen que tenemos un laboratorio de metanfetamina. Deberíamos arreglar eso. Me quito las sábanas de encima. Estamos a cuarenta grados y siento como si muriera. La vida se está poniendo difícil aquí, así que haré algo de jardinería, algo que me ayude a pensar en otra cosa y no en lo que debería.”

Courtney Barnett

 

Desde hace algunos días los medios de comunicación vienen anunciando hasta el hartazgo un nuevo aumento en el combustible, y en la prolongadísima fila de automóviles para cargar nafta se percibe una tensa calma entre los consumidores. Saco la cabeza por la ventanilla e  invito a Sancho que haga lo mismo señalándole el cielo, y luego le pregunto si le gustaría ser como esa ave solitaria que vuela libre en medio del cielo límpido. Preferiría no hacerlo, me expresa la mascota, y su respuesta me envía directamente al cuento de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, en el que el personaje que le da título a la narración literaria experimenta una manifestación de inmovilismo extremo dentro del orden de un deseo insatisfecho que choca con el automatismo de la acción, en la que el amanuense simplemente disiente a lo largo del relato mediante tres simples palabras: “preferiría no hacerlo”. Las aves son seres libres que no utilizan combustible, le apunto intentando persuadirlo en cuanto a mi metáfora de la libertad. Pero también pueden caer y morir, me responde de forma inmediata. Coartar tu libertad también puede llevarte a la muerte, le digo, luego sonrío y le señalo la estación de servicio con tanques subterráneos llenos de litros de derivado de petróleo que pueden explotar en cualquier momento. Sancho también sonríe, y me dice que si la inminente posibilidad de encontrar la muerte a la vuelta de cualquier esquina es el discreto encanto de la libertad, él prefiere en cambio caminar seguro sobre sus cuatro patas almohadilladas. Luego agrega que la libertad es un concepto muy difícil de asir, y que las moscas también vuelan, propagando un zumbido grave y molesto de su aleteo en torno a la mierda y a la carne en descomposición. La fila se detiene por unos minutos y el tiempo aún mantiene su ritmo. Pero esto ya lo hicimos hace dos semanas, me dice el canino babeando el asiento trasero. Sí, tenés razón che, le contesto, le llaman gradualismo, es decir que los responsables de la decisión definen un aumento grosero y para demostrar sensibilidad con los consumidores van subiendo el precio en cómodas cuotas. ¿Y vos pertenecés a este conjunto idiota que se agolpa para comprar el producto antes que den las doce de la noche? Así es, asiento. ¿Pero el combustible de tu auto se va a terminar? Así es, vuelvo a asentir, como también se va a terminar el petróleo no renovable del mundo; este oro negro, continúo, es el responsable de distintas crisis políticas y económicas a nivel mundial, de invasiones vergonzosas y de guerras a gran escala. El conductor del coche que se encuentra detrás de nosotros comienza a tocar su bocina de manera indecente y escandalosa. Lo observo por el retrovisor y avanzamos unos metros. Le manifiesto a Sancho que sería feliz viviendo una temporada de vacaciones en Freedonia, rodeado de los hermanos Marx en una Duck Soup, pero ambos sabemos que eso es pura ficción. Sí, tenés razón, me dice, en este momento es cuestión de acostumbrarse a esta atmósfera de capitalismo dikensiano, claro está sin la bruma londinense del siglo XIX. Por eso a esta ciudad hay que amarla y odiarla en proporciones similares para no caer en la locura, le digo en medio de un efecto dominó de bocinas e insultos de personas que pretenden destilado de petróleo en el tanque de sus vehículos e irse. Si te incomoda el solo hecho de pensar en hacerlo, simplemente lo no hagas, me dice el animal, y luego añade que donde hay adoctrinamiento no hay libertad, y que si no proclamo de manera inmediata mi humanidad contra la autoridad sin ningún tipo de queja, voy a terminar convertido en un número estadístico más. Entonces, luego de rumiar unos segundos lo antes dicho por el can, florece en mí la posibilidad de ver con otro caleidoscopio para que mi mente sea un lugar menos aburrido y estructurado, y cuando nos toca el turno de carga y la expendedora de combustible, entre apurada y amable, me pregunta cuánto dinero deseo cargar en nafta, le respondo que preferiría no hacerlo, y así como llegamos, nos vamos del lugar, observando la imagen de la mujer con el surtidor en la mano como un acto y no como una cosa, porque de seguro no sé quién soy ni hacia dónde voy, pero sí sé de sobra lo que no quiero ser y los lugares hacia donde no deseo ir. De camino a casa, pienso en exponerle a Sancho la teoría del pico de Hubbert, también conocida como agotamiento del petróleo, o también podría explicarle la teoría de Olduvai, que sostiene que tras la falta de petróleo la humanidad iría poco a poco regresando a niveles de civilización de una cultura basada en la caza. Pero casi en el instante desisto y le pregunto al perro retóricamente si gracias a la siembra sistemática de la semilla subliminal de la necesidad que crea la angustia de la ausencia no habremos perdido la libertad que buscaba la humanidad durante la Modernidad, pero el perro no me contesta, ya que se encuentra entretenidísimo con el paisaje que pasa frente a sus ojos. Entonces pienso en contarle parte de lo que fue “La libertad es a nafta”, una conferencia narrativa acerca del análisis de la libertad humana en un mundo depravado, en el marco de una Feria del Libro en algún subsuelo, donde junto a Natalia y Claudio nos erigíamos como los profetas del fracaso y del alcohol frente a un auditorio que recibía la lectura de nuestros textos con aplausos que sonaban como la reverberación de una bobería. Pero preferiría no hacerlo, ya que a veces el silencio es el mejor viaje, en el que Sancho recorre el camino con su cabezota fuera del vehículo absorbiendo todo el viento de la libertad, y en lo alto las aves regresan en bandada a sus nidos, abandonando así su aparente estado de libertad, mientras transitamos a cincuenta kilómetros por hora, gastando el poco combustible que queda en el tanque.

 

+Sancho y todo lo demás