Hoy: Sancho, el fútbol y otras miserias

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

Es sábado por la tarde. No trabajo ni pienso trabajar. Estoy solo en casa. Solo con Sancho. Hay latas de cerveza en la heladera que esperan mis labios. Hay fútbol para todos (para todos los que puedan solventarlo). Hay un televisor de muchas pulgadas que se paga a través de muchas cuotas. Hay creo suficiente maní. Hay dos paquetes de cigarrillos. Hay dos equipos que se enfrentan en medio de no sé qué campeonato. Nunca me gustó el futbol, pero lo intento y lo intento. Hay, eso es lo único que importa. Pero Sancho está empecinado en arruinar la tarde con su bombardeo de sonsacas. Su visión antifutbolística me recuerda a la de Juan José Sebrelli y no me ayuda para nada en mi intento de reconciliación con ese deporte. También tuve esa mirada hace tiempo, pero de momento pujo por captar esa pasión de multitudes desde otro lugar. No le hago caso al animal, o eso intento. Y entonces Sancho me pregunta qué es lo atractivo de ese juego en que dos equipos de once jugadores intentan durante noventa minutos introducir el balón en el arco contrario evitando de cualquier manera que suceda lo mismo en su propia valla. Suspiro. Enciendo un cigarrillo y vuelvo a suspirar. Por un momento recuerdo un viejo spot publicitario de MTV que rezaba el siguiente lema: “los libros tiran bombas”. Estoy siendo bombardeado por Sancho, por todos los flancos. Le señalo que no tengo ganas de teorizar acerca de ese evento deportivo, que quiero que el tiempo pase y ya. Sancho comienza a mover su rabito y a mirar su correa. Está bien, me convenciste, le susurro y acaricio su lomo. Han pasado apenas quince minutos del primer tiempo. Cero a cero y comienzo a irritarme. En el espacio verde de Godoy Cruz, un puñado de pibes de distintas clases sociales van corriendo detrás de una pelota en una tarde primaveral. Algunos con zapatillas deportivas, otros descalzos, otros en ojotas. Ninguna camiseta oficial, ninguna rodillera, ningún botín, solamente magia al momento de tocar el balón, de dar el pase, de hacer el gol en el arco formado con dos piedras; y el festejo, ese grito de guerra ante el gol, el choque de palmas, el reconocimiento ante una jugada que no salió pero que fue buena. Nos quedamos un largo período de tiempo alelados hasta que cae el sol, hasta que alguna madre se acerca a llevarse a su hijo, hasta que poco a poco los niños se van cansando. Durante la caminata de regreso Sancho me expresa como en una lección oral que la disciplina deportiva del fútbol tal cual la conocemos en la actualidad surge en los colleges ingleses, con el fin de que los pupilos tengan una actividad física y no se masturben ni copulen entre ellos. El deporte está lleno de reglas que a lo largo del tiempo se han ido modificando, y con Sancho siempre cuestionamos las reglas. Cuando llegamos a casa, mientras Sancho bebe agua de forma estrepitosa, subrepticiamente coloco el libro La Era Del Fútbol en lo más alto de la biblioteca y enciendo el televisor. Están dando otro partido de fútbol, pero apago el aparato y bebo la última cerveza. Demasiado fútbol por hoy, Sancho ha logrado moverme a mi lugar primigenio. Debo actuar rápidamente para comprar más cerveza antes de las once de la noche, para luego ver una pelea de box. Pero recuerdo que una vez le dije a Sancho que el boxeo es el circo romano del siglo veinte, y el canino tiene una memoria prodigiosa.

 

Sancho y todo lo demás #6