Hoy: Sancho y los noventa

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

“Y ahora que incendiaste todo, y le encontraste el gusto al odio, y te ganaste el espacio para ser mejor”. Tobogán Andaluz.

El domingo por la tarde, mientras mi hijo escuchaba y bailaba canciones infantiles frente a la pantalla de TV, Sancho iba y venía un tanto aburrido y aturdido. Le pregunté si quería escuchar la música que yo oía de adolescente, pero él no entiende que pueda haber una música de joven o de viejo, para él la música es un conjunto de sonidos ordenados de tal forma que desembocan en un disco que gira, y que no hay que poner a alto volumen porque casi siempre le molesta. Fui al viejo anaquel de mi habitación. Busqué discos. Seleccioné discos, y finalmente puse discos. Me invadió la anacronía ¿Vintage? No, no tanto. Babasónicos, Illya Kuriaky And The Valderramas, Juana La Loca, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, Massacre, Martes Menta, Los Caballeros De La Quema, Demonios De Tazmania, El Otro Yo, Suárez, Fun People, Los Visitantes, Todos Tus Muertos. Todas bandas del denominado Nuevo Rock Argentino y lejos de vomitarle un análisis reduccionista del Neoliberalismo como trasfondo del fenómeno, solamente me limité a poner y sacar discos, a bailar con mi hijo y con Sancho que no manifestó en ningún momento interés por lo que escuchaba, porque el nacimiento de aquella explosión cultural tenía que ver con la paridad del dólar y el peso, con la enorme posibilidad de comprar instrumentos, y así surgían las bandas de garaje, y los sellos discográficos veían un gran negocio con el CD como soporte.

Por la noche vinieron unos amigos a cenar. Preparamos el convite con mi mujer. Al rato llegaron los hijos adolescentes de nuestros invitados. Estábamos extasiados escuchando música de los noventa que encerraba en sí misma el apetito por la autodestrucción, el tabaco y el alcohol, el exceso y la novedad de la comida chatarra, atentados con explosiones, Soda Stereo y el último concierto, el vino en caja en la calle sin ninguna restricción de horario ni lugar, el sexo desenfadado en el Parque Cívico o en los recovecos de la explanada de la Biblioteca San Martín. Sancho no soportaba tanta grandilocuencia de un período vencido. Tampoco soportaba tanta gente en casa. Simplemente se echó a los pies del corro de adolescentes y encontró calma. De un momento a otro les pregunté a los más jóvenes qué pensaban de los noventa, a lo que Amparo me respondió que ese decenio era como una enorme cancha de paddle abandonada, una década frívola sin pena ni gloria de la cual no deberíamos estar tan orgullosos. Callé y miré a Sancho. Él bufó desparramado en el pasto. La reunión poco a poco se fue desinflando, nos fuimos cansando de tanto parloteo y cuando todos se hubieron ido, me tiré en el pasto a fumar. Sancho comenzaba a dar vueltas en círculos y finalmente me preguntó con sorna qué era una cancha de paddle. Le repliqué que se trataba de algo pasado de moda y de lo que no me importaba hablar. No sé por qué me enojé con Sancho, será que su irónica pregunta me hizo sentir viejo y deleznable por vanagloriar una época ajada. En fin, somos nietos de la amenaza del hongo nuclear, somos víctimas de víctimas, víctimas del vaciamiento, pero eso Sancho no lo entiende, y me parece bien. También me parece adecuado que mañana escuchemos música clásica sin poesía para olvidar el mal trago. De momento necesito dormir esta leve borrachera.

 

+Sancho y todo lo demás