Entrevista con Darío Manfredi, autor del libro “Siesta (y otros relatos así de cortos)”.

Foto: Seba Heras

El cuento es un género perfecto. Pocas experiencias artísticas resultan tan atractivas como unas cuantas páginas que terminan en un hachazo, en ese “cross a la mandíbula” que precede de inmediato al punto final, o a los dos puntos desangrantes de Alicia en el “Almohadón de plumas” del genial Horacio Quiroga.

Somos de los aprendices que queremos escribir “para que bufen los eunucos”. Envidiamos a los escritores de cuentos que lo logran, a quienes son capaces de compilar narrativa breve con esa magia. Y, cuando damos con ellos, los bebemos a sorbos, no vaya a ser cuestión de andar bancando sin respiro la sucesión de cachetazos.

Leímos con muy espaciadas pausas “Siesta (y otros relatos así de cortos)” de Darío Manfredi y sucumbimos, de extremo a extremo, en la conjetura permanente del relato, esa yesca esencial de un buen narrador.

“El Pela” exhibe el oficio incendiario. Su prosa no es lineal, la incitación a la construcción de finales se ondula en las descripciones de lugares vividos, sus personajes dan asco y dulzura, y el punto final llega con dolor o alivio en historias que se abren, cierran, y vuelven a abrir, con la poética justa.

Esta siesta cuyana de Manfredi nos sacudió. Se lo hicimos saber, tirándole por elevación un posteo de Facebook donde lo amenazamos con entrevistarlo. Una par de semanas más tarde entramos a su casa, un ambiente de libros, música, familia, y el aroma de carne y papas que el propio Darío nos cocinó y sirvió al terminar esta charla.

Hay quienes sentimos cierta ambivalencia con la poesía. Una cosa es escribirla, otra muy distinta su lectura, un mundo aparte es escucharla. ¿Cómo te llevás con ella?

No soy de leer mucha poesía. Aunque fue lo primero que empecé a escribir en la adolescencia. De hecho, publiqué un par de poemas en el suplemento Zapping del diario Uno, que salía durante la nefasta década de los 90. Después como que me dejó de seducir escribir poesía, luego perdí el placer de leerla, pero sí flasheo cuando la escucho.

Me siento mucho más cómodo leyendo novelas o cuentos. Y ahora me encuentro con que me siento muy cómodo escribiéndolos. En realidad, “Siesta” es como una decantación.

Yo escribí antes “Redención”, una novela que publiqué en el 2016, después de 10 años de laburo. Es una historia que pasa en Aspen, un pueblo de España. Estuve allí, lo conocí, me pareció muy loca la devoción que la gente tenía con una virgen, y se me ocurrió la idea de escribir una historia de cuatro argentinos que quieren robar su corona para pedir una recompensa al ayuntamiento.

Me enrosqué mucho con ese libro, me gustó como quedó, me encantó que tuviera la aceptación que tuvo y que se vendiera en España. Me entusiasmé con la novela y empecé a pensar una próxima. Tengo bocetadas algunas ideas, entre ellas una historia de una pareja que sucede entre el 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero, de puro enroscado, se me ocurrió que debía ser publicada en el 2021.

Entonces, me pregunté: “¿Qué hago mientras tanto?”. El 2017 fue un año peor que el 2016, en cuestiones sociales y políticas que me afectaron un montón y necesitaba hacer algo que me hiciera feliz, que me salvara el año de alguna manera. De ahí salió esto de escribir cuentos. “Siesta”, que es el que le da el nombre al libro, era el único cuento que ya tenía escrito desde hace mil años. Lo encontré en un mail viejo y me di cuenta de que podía ser el cierre de historias que venía escribiendo durante el año pasado.

Abandonaste la poesía en ese sentido estricto, pero ¿seguís sintiendo la búsqueda poética?

Quizá abandoné esa poesía, digamos, de escuela, eso de que los versos rimen o que se respete una métrica. Pero es obvio que no abandoné la poesía.

La poesía está en todos lados. Siempre está. Supongo que está presente en los cuentos, en la novela, y seguramente no hubiera podido escribir nada si no seguía estando. He abandonado la poesía como género literario estricto.

Foto: Seba Heras

Aparece, por ejemplo, en tus descripciones precisas, que narran con lenguaje cotidiano…

Alguien me dijo que el libro tiene mucho de cultura pop, por esto de nombrar marcas, figuras o ídolos. Me parece que describís un montón diciendo, por ejemplo: “el tipo tenía una remera Lacoste”. Listo, no hace falta decir nada más. El cuento te obliga a recurrir a eso, pero me encanta que el género te ponga juegos en ese punto.

Esa precisión también se observa en la construcción del perfil psicológico de un personaje. Don Agüero, el protagonista de “Palomas”, por ejemplo, es un tipo despreciable. En el cuento tenés pocas páginas para construirlo y lo armaste.

Un conocido me dijo que, en un principio, se llegó a encariñar con ese personaje y, de repente, se dio cuenta que era un tremendo hijo de puta. “Me sentí un pelotudo”, me dijo.

Creo que fue clave a la hora de ponerme a escribir estos cuentos las cosas que pasan en las redes sociales. Cuando sucedió lo de Santiago Maldonado, vi comentarios de gente que conozco que decían cosas monstruosas, y entonces me preguntaba: “¿Qué pasa si el vecino que saludás todos los días con buena onda piensa de esa manera?”. Y ahí nacieron muchos personajes. Me parece que no conocemos a la gente con la que convivimos.

Ilustración de tapa: Mariano Mari

 

Liliana Bodoc, en el prólogo del libro, destaca el tema de las máscaras. Algo esencial en el juego literario: la máscara que te ponés como escritor, las máscaras que le ponés a los personajes. Cuando vos planteás una redacción en primera persona, podés asumir el rol de un abyecto…

Sí, pasa por ejemplo en el primer cuento de un escritor que vive en la Quinta Sección, nada más que en la otra calle… (se ríe) Y sí, uno se siente reflejado o usa cuestiones que tienen que ver con uno, lo que no significa obviamente que sea estrictamente así mi vida. Está bueno disfrazarse para poder escribir. Es genial.

Otra cuestión que plantea Liliana en el prólogo, algo que cruza todo el libro, es la presencia de la “música argumental”.

Cuando leí el prólogo… Puta… (se detiene, respira profundo unos segundos, toma un sorbo de vino) ¡Cómo se extraña a la Liliana! Me pegó refuerte… (Continúa) Cuando leí el prólogo y vi el título “Música, Maestro” me pareció mucho, hasta dudé en dejarlo. Qué loco que lo titule por el lado de la música. Cada cuento tiene una cita de una canción, pero no pensé que ella iba a encontrar en la sucesión de los cuentos esa musicalidad.

Uno escribe con dudas. Si yo le mando los cuentos a Bodoc es para tener la voz de alguien que me parece muy atinada, con más experiencia, a quien admiro, y porque tengo dudas. Uno nunca está seguro si lo que está haciendo lo está haciendo bien. Que ella encontrara eso de la música en la narración me pareció genial. Era por ahí lo que yo quería expresar también.

Esos conceptos de “música argumental” y “prosa musical” tienen que ver con un metrónomo interno cultivado durante años.

Vos leés las novelas del músico Nick Cave y tal vez ni te nombra una canción en ningún momento pero es música, es tremendo. Hay una cuestión de métrica, de tiempos, de pausas, es maravilloso.

Con el cuento se puede hacer también un paralelismo con la música, cuando componés un tema tenés unos tres minutos para resolver…

En “Siesta” hay algunos cuentos que duran lo que dura la canción de la cita. Nunca he sido fan de la numerología, pero sí me encanta encontrar cuestiones que se vinculen entre sí. Me gusta el concepto. Por eso también los personajes se mezclan entre los cuentos. Esto tiene que ver con dos cosas: primero, con que yo quería que todo pasara en el mismo universo para reforzar la idea de que uno de estos personajes puede ser nuestro vecino o quien nos cruzamos en el micro todas las mañanas y, aparte, porque me gusta esto de lo conceptual.

Como un buen disco…

Claro. Hay discos conceptuales, ya sea por el estilo, por el sonido o por las letras.

Siempre un buen disco es una obra completa.

 


 

“Siesta (y otros relatos así de cortos)” se puede conseguir en:

García Santos (San Martín 921, Mendoza).
Payana (Alameda, Mendoza).
Centro Internacional del Libro (Lavalle 14, Mendoza).
Sudeste Libros (Corrientes 1773, Buenos Aires).