Susana Velázquez es una de esas mujeres que sostienen la Provincia. Una maestra extraordinaria que, a pesar de los muchos pesares, trabaja todos los días por los más vulnerables. En Luján de Cuyo, conduce -llena de futuro- un centro educativo de gestión social, como un bastión de lucha contra la exclusión.

No es fácil para ajenos llegar hasta la Cooperadora Comedor “La Morada del Rinconcito”, un Servicio Educativo de Origen Social (SEOS) que dirige Susana Velázquez. No es cuestión de lejanía geográfica, sino más bien de barreras sociales. Es que ese lugar, donde se educa en libertad a niños y niñas, está en una “villa” (dicho en lenguaje popular) o barrio “marginal” (si seguimos las denominaciones institucionales).

Susana, nuestra entrevistada, prefiere llamarle barrio –a secas- sin ninguna carga peyorativa y aclara que lo del “bajo” no es sólo una metáfora: “Esta depresión geográfica importante sirve para ocultar los barrios (ayudado por grandes árboles que impiden la visión) y para deprimir el ´concepto´ de la barriada”.

“El Bajo” son en realidad cinco barrios diferentes que, desde hace más de 30 años, se fueron construyendo en el gran pozo que tiene como márgenes la Ruta 15 y el Acceso Sur. La comunidad la integran los barrios San Cayetano, Patrón Santiago, Juan XXIII, Costanera Sur y Jardín Costero.

En éste último, en diciembre de 2011, Susana encabezó a un grupo de madres y docentes que comenzaron a construir una esperanza con forma de centro de actividades educativas para los más chicos. Por entonces trabajaba en un programa oficial de orquestas infantiles, cuando apareció la propuesta de conducir uno de los 300 SEOS de Mendoza. No conocía el barrio, lo vio, le gustó, y se mandó de una.

De un cuartito prestado a la Casa propia

Primero funcionaron en una piecita que les prestó una familia. Allí, siete docentes (a quienes les paga el Estado provincial) comenzaron a asistir a 28 niños y niñas. De aquella pieza pasaron al patio de una casa que les prestó una mamá que tiene 11 hijos. Les dieron una parte del techo de una cochera y le fueron agregando chapa, madera, media sombra y un baño. El año pasado consiguieron un subsidio del Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (RENATEA) de $ 290.000. El Organismo depositó en el 2015 el 50% para la construcción pero cuando cambió el gobierno, la otra mitad quedó pendiente. Recientemente, han logrado que les otorguen $ 50 mil y esperan que pronto se destrabe lo que falta, aunque ya saben que con el aumento de los precios de los materiales de construcción, se van a quedar cortos.

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Foto: Coco Yañez

“Educar en valores, compartir, ser solidarios, ser respetuosos, ser atentos, son otros aspectos de la educación que no se aprenden solamente en un aula. Aquí estamos muy lejos de los horarios, de la rigidez, pretendemos educar en libertad. El pibe hace tareas y de repente elige ir a jugar y nosotras no somos la figura de la maestra que vigila en el recreo y ellos se divierten”, nos dice Susana y lo corroboramos in situ. Mientras hablamos, un pibe le golpea el hombro y ella estalla de risa, “pues hombre que estás lindo”, le dice al niño que solo decidió disfrazarse de bailarín español y ahora levanta las manos improvisando una danza.

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Foto: Coco Yañez

La solidaridad es la regla que ordena el resto de las cosas. “Aquí cuando se puede se comparte, un desayuno, una merienda, siempre entendido como un momento educativo en el cual está integrada una mamá, que puede ser la de sangre, una tía, una abuela, junto con las maestras en condiciones de igual, sin la verticalidad de la educación tradicional”, aclara Susana y propone siempre ir para adelante.

Actualmente quienes asisten al centro participan de talleres de plástica, teatro, música y educación física, que se distribuyen entre la mañana y la tarde. Pero no hay espacios para que las niñas y niños puedan hacer actividades deportivas. “Se puede tirar una pelota y organizar un fulbito”, nos dice Susana, pero hace falta una canchita. Tienen un terreno pegado al jardín. Nos lo muestra con mucho orgullo y nos cuenta de las peleas que tuvieron que dar las madres con unos ocupantes –de las que salieron triunfantes, sin que nadie fuera dañado-. Hoy el lugar está listo para hacer un playón y poner unos arcos.  La maestra nos confiesa que ha mangueado sin éxito por todos lados, “hasta le mandé un messenger a Tévez”, se ríe.

Todas las niñas y niños en edad escolar que asisten al Centro van también a las escuelas comunes, aunque los establecimientos no están en la comunidad. Tienen que subir y recorrer caminando cerca de un kilómetro, todos los días.

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Foto: Coco Yañez
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Foto: Coco Yañez

Susana manguea a quien se le cruce, lo reconoce sin pudor y enumera: “ese container que tenemos afuera lo donó la “Central del Diezmo”, esos juegos donde están los chicos ahora, Farmacity, ayer me dieron unas pata-muslos para hacer un almuerzo ”.

Entre las misiones que se trazó el centro está la de ser el nexo entre el Estado y una comunidad a la que nadie quiere ingresar. Y cuando el gobierno no aparece, la directora pecha a las organizaciones de la sociedad civil. A tal punto que en enero de este año logró que el barrio fuese beneficiario de un megaoperativo sanitario en el que se involucraron 50 voluntarios del Hospital Austral de Buenos Aires, Fundación CONIN, Universidad de Mendoza, Fundación Zaldívar, Banco de Alimentos y Fundacer. Se atendieron cerca de 800 pibes y pibas menores de 12 años. Se le entregaron anteojos a 132. El Ejército los acompañó con hospitales de campaña y la Municipalidad de Luján controlando a los animales que conviven con las familias.

Una de las cosas más importante fue que las propias madres realizaron un gran trabajo de relevamiento de la población, previo al operativo sanitario, manzana por manzana, que facilitó la tarea de los profesionales de la salud. Algunas de esas mamás no saben leer ni escribir, otras se alfabetizaron con el Programa Yo sí puedo del RENATEA (que desarticuló el gobierno nacional actual) y otras madres certificaron séptimo grado con el Plan Fines (que se ha congelado). “No sabés lo que significa para la autoestima de una mujer de este barrio poder trabajar para su comunidad”, pondera Susana y se esperanza -¡otro sueño más!- con armar una cooperativa de trabajo para que las madres que no tienen posibilidades tengan laburo.

Espejitos 

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Foto: Coco Yañez

“Queremos que los padres tengan trabajo en este lugar, donde hay una identidad, que no es la misma que en otros lados, ni buena ni mala, diferente…, la de uno, esto es esto y hay que respetarlo y aceptarlo como tal”. Identidad, es una palabra constante en boca de Susana, sabe que sobre esas bases se construye la educación que ella propone y recuerda una anécdota conmovedora: “A mí me pasó que yo venía y sacaba fotos a los chicos y se las mostraba y les decía ´mirá qué lindo que estás´ y no reaccionaban, porque nunca se habían visto la cara, no se conocían el rostro y yo desde mi ignorancia no me daba cuenta de lo que estaba pasando. Entonces pusimos en el aula a la altura de ellos espejitos para que se vieran la cara y se reconocieran y eso fue para mí una cachetada. Yo que creía que me las sabía todas”.

Subimos desde la hondonada. Es imposible salir de aquí sin sentirse atravesado por el contraste entre la desolación y la esperanza de esa mujer que recién a las cinco de la tarde emprenderá, como todos los días, el largo retorno hasta su casa en el Challao.


Si querés ayudar a las/los pibes de “La Morada del Rinconcito” podés comunicarte con Susana Velázquez, por Whatsapp o teléfono, al 261 5444360.

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Foto: Coco Yañez