Por Julio Semmoloni

En política es más fácil prometer, entusiasmar, proponer que, simplemente, explicar. Se da todo por sabido como punto de partida. De ahí en más viene el relato para atraer y persuadir con el objeto de construir poder. Ese poder se empleará en mejorar las cosas para la gente. Pero difícilmente el presunto anhelo abarque a todxs. Se plantea una diversidad ideológica que discrimina intereses en la pluralidad democrática, determinante esta del funcionamiento normado del modelo liberal conservador conocido y vigente.

La Argentina no escapa a este esquema, y puestas las tendencias a competir es evidente que la centroderecha cuenta con la ventaja de lidiar dentro de un sistema hecho a su medida. No necesita explicar nada porque trabaja con el sentido común imperante, en el que la realidad aparece sobreentendida según el inveterado criterio instalado por el establishment. Vale decir, nunca le urge cambiarla en un sentido transformador estructural. A su colonizada visión le sobra con el estilo formal y restaurador de costumbres arraigadas.

Por eso, al comenzar el gobierno de la alianza Cambiemos se repetía en sorna: “a esta película ya la vimos”. El cambio naturalizado por el típico votante del oficialismo actual era desechar por completo la saga populista hasta 2015, para reincidir en hábitos muy parecidos de los noventa. De ese modo la gente creyó rencontrarse “con el país de siempre”. Cambiemos es volver a cierta normalidad alterada por un proyecto político esencialmente anómalo a los convencionalismos inicuos del statu quo liberal conservador.

El populismo kirchnerista se movió incómodo y refrenado en este modelo. Su praxis implicó espabilar, desentumecer e instar a las mayorías postergadas a la participación y esclarecimiento. Aunque no rechace demasiado los desmanes capitalistas ni aspire a poner patas para arriba el predominio cultural burgués, puja contra ese orden muy desigual y excluyente con el propósito primordial de transformar la realidad en lo que sea posible para superar la cronicidad del subdesarrollo, el atraso y la dependencia.

En el siglo XIX el capitalismo logró hegemonía planetaria. El modo burgués de vida social se universalizó paulatinamente como pauta cultural referente. Con la división internacional del trabajo, la Argentina quedó en la categoría de proveedora de materias primas, sujeta al predominio de países industrializados que impusieron su mayor desarrollo económico. Aquel añoso y brutal reparto de la riqueza se mantiene en líneas generales, provocando en el interior de cada país una equivalencia de desigualdad en la distribución de los ingresos: muy pocos se adueñan de la parte del león. Pero el padecimiento de los sectores vulnerables es mucho más grave en países subdesarrollados y dependientes.

En América Latina los sistemas democráticos basados en disputas electorales entre partidos liberal conservadores han naturalizado el ordenamiento secular, de modo que en la práctica no se cuestiona la perduración inconcebible de tantas situaciones de ignominia en materia de derechos elementales. Salvo el caso único de Chile tras el triunfo republicano de Allende (cuyo gobierno declaradamente marxista fue derrocado por una atroz dictadura cipaya), los populismos han sido los que plantearon la urgencia de revisar este modelo aburguesado impuesto a sangre y fuego. El primer y único populismo en dejar una impronta todavía vigente ha sido el peronismo de los años cuarenta.

Por ese antecedente, el kirchnerismo pudo ser la praxis populista que llegó más lejos en la región en materia de reconquista y ampliación de derechos, y en especial dar máxima fecundidad a la Memoria para juzgar y condenar con garantías procesales el terrorismo de Estado. A medida que avanzó su objetivo transformador, sin embargo, en menos tiempo de lo esperado el antagonismo reaccionario neutralizó y luego desbarató la continuidad de un proyecto que antes de ser interrumpido parecía estar languideciendo.

¡Basta de dar todo por sabido! Hay que explicar, esclarecer, comprometer. Es difícil, puede que abrume, pero no hacerlo fomenta una apatía conformista y resignada, conveniente a los intereses acechantes de la derecha. Esta columna se adecua a las exigencias de extensión y llaneza periodísticas habituales en un medio digital como EL OTRO. Aquí debe irse rápidamente al punto y hacerlo con la mayor elocuencia posible. A las pruebas se remite.

Sobre la base de un anuncio oportunista puede verificarse cómo el actual oficialismo liberal conservador refuerza su campaña política con el aumento de setiembre a jubilados y beneficiarios de la AUH. Cambiemos se apropia del avance social realizado por el populismo, y al cual denostó cuanto pudo en su momento, a fin de seducir a millones de familias que ocupan los peldaños inferiores en la escala de ingresos. No vacila en sacar provecho del número acrecentado por el kirchnerismo de jubilaciones y pensiones no contributivas, utilizando el mecanismo de la movilidad para incrementar los haberes, que se aplica desde 2009. Llevará más agua para su ocasional y efímero molino de engaños. De no ser derrotado claramente en octubre, el macrismo mostrará el año próximo su real e íntimo desdén hacia esta ampliación de derechos.

Por estos días se ha ido gestando todo un combo alegórico del perverso trato a las garantías constitucionales que dispensa el régimen de las corporaciones. Se abre un interrogante sobre el adocenamiento de tantos sectores nuevamente golpeados. Parecen no haber reaccionado lo suficiente mediante el voto en las PASO. Por ejemplo, puede enumerarse la vejación inédita en democracia a Milagro Sala, la ilegal evasiva de la ministra Bullrich por la desaparición de Santiago Maldonado, la necia argumentación de Peña Braun y Frigerio para justificar la manipulación fraudulenta del escrutinio, o la aborrecible suspensión del camarista Eduardo Freiler por el colonizado Consejo de la Magistratura. Un abanico siniestro de atropellos impunes hasta ahora.

¡Basta de dar todo por sabido! Si el populismo en el gobierno no explica que el nuestro es un país comparativamente pobre porque su PIB per cápita es muy inferior al de países desarrollados y ricos, es muy difícil que la población entienda que doce años no alcanzan para terminar con la indigencia, el cuantioso déficit habitacional y la carencia masiva de infraestructura básica de servicios. Por más que se publicitara la incomparable realización de obra pública del gobierno anterior, como la pobreza estructural siguió siendo enorme, la derecha tuvo espacio para difamar (y ser creíble) que por la corrupción “no se hizo nada porque se robaron todo”.

Al no explicarse a fondo mil veces si es necesario que la economía argentina es reducida, inestable y dependiente, con exigua manufactura de productos de alto valor agregado y cuyo comercio exterior debería triplicarse por lo menos, es imposible comprender que los recursos que cuenta el presupuesto nacional presentan una insuficiencia crónica, típica de país subdesarrollado. Para poder modificar tal situación, es preciso alterar la anacrónica estructura productiva desequilibrada (que privilegia el agro en detrimento de la industria), lo cual conlleva a reorientar la voluntad del Estado a contramano de los intereses de la oligarquía económica y financiera.

Si no se explica a diario casa por casa que para tener un Estado activo, fuerte y autónomo que fije políticas nacionales de largo plazo, es imperioso desarrollar todo el potencial económico y aplicar medidas tributarias que aporten no menos del doble de la recaudación actual, tampoco la población beneficiada por el populismo tomará conciencia de la magnitud del arduo compromiso asumido por ese gobierno. Y como reaseguro ideológico, también deberá advertir sobre la irritación causada a las poderosas elites contribuyentes, dada la forzosa redistribución del ingreso en favor de las postergadas mayorías restantes.

¡Basta de dar todo por sabido! Claro que explicar, esclarecer y comprometer todo el tiempo implica una tarea titánica que hay que aprender a hacerla bien para no meter la pata como tantas veces. Ni el academicismo endogámico de Carta Abierta ni la demagogia exultante de algunos referentes complacidos. Por culpa de darlo todo por sabido, en 2011 aduladores de Cristina creyeron que 54 por ciento era el piso de la imparable expansión del relato hegemónico.

La peor herencia recibida por el gobierno kirchnerista fue la terrible exacción de la deuda externa contraída desde mucho antes. Debió lidiar contra ese flagelo del ya exangüe presupuesto, y cuando empezaba a aliviarse de la peor sobrecarga histórica, los fondos buitre que hicieron posible la victoria macrista dieron su golpe financiero de gracia. Casi nadie pudo o quiso comprender las incidencias y el resultado de semejante forcejeo internacional. Y el asombroso desendeudamiento kirchnerista terminó siendo, irónicamente, el facilitador de la entrega venal perpetrada por el actual gobierno a las exacciones futuras de la banca global.