Por Julio Semmoloni

Así como las rachas deportivas son una concatenación de resultados propios y del contexto competidor que determinan el mejor o el peor desempeño de un equipo de fútbol, por ejemplo, lo mismo ocurre con las tendencias electorales en un país o una región. En este caso, el clima de época sería una transitoria o aleatoria combinación de sucesos culturales, sociales, económicos y políticos, que determinan una inclinación masiva a la que se adhiere más por contagio que por reflexión.

Desde 2013 en adelante, podría decirse que el clima de época empezó a serle adverso al kirchnerismo, en el país como en el exterior. Lo peor de dicha modificación de contextos fue que la situación económica de los argentinos se mantuvo y de ningún modo influyó en ese cambio de tendencia, lo cual revela que el gobierno anterior no desistía de su proyecto transformador. Por si falta una demostración cabal del aserto, todavía palpita en la memoria la inédita y multitudinaria despedida aprobatoria del doble mandato cumplido de Cristina.

La transitoriedad de los climas de época que se sucedieron en la historia de los pueblos no tiene una prolongación preestablecida y durante su curso es posible creerla un período indefinido, sin final de ciclo aparente. Marx comprendió la dificultad de vencer el clima de época favorable a la tradición burguesa. Por eso calculó que el socialismo solo podría ser hegemónico en la medida en que la gran mayoría de los países lo adoptasen como sistema político y económico. De lo contrario, coexistiendo con el capitalismo arraigado en los países más industrializados y poderosos, sería vano disputar el predominio a la extendida naturalización de la matriz clasista de las sociedades avanzadas, con el objeto ulterior de alcanzar la etapa comunista.

A primera vista el concepto “clima de época” parece connotar con una cierta mirada frívola, superficial de los hechos. Pero la propia elocuencia en el tiempo y la forma del fenómeno, a veces difícil de explicar, hace tomar con sumo respeto la influencia que tiene en el comportamiento voluble de la gente. Nadie puede ignorar que la derrota del populismo en 2015 estuvo vinculada a la paulatina instalación regional de un clima de época notoriamente adverso. Si el revés electoral fue exiguo, se debe a que el proyecto kirchnerista permitió el ascenso de las grandes mayorías a una situación de bonanza como no ocurría desde hacía décadas, primera consecuencia de la rápida superación de la peor crisis socioeconómica de la historia.

Pero las cartas estaban echadas en un electorado ya cautivo de la posverdad infame que aún persiste en la resignificación del vilmente alterado sentido común. A poco que se repase el historial de protestas populares semejantes a contextos sociales que provocaron las crisis de gobernabilidad de 1989 y 2001, puede advertirse que en la actualidad, de no mediar un clima de época que sostiene la vigencia del macrismo, hay motivos sociales y económicos suficientes para provocar una reacción organizada contra el gobierno que está pauperizando y quitándole derechos a los asalariados.

El comportamiento dócil y estérilmente dialoguista de las centrales cegetistas es hoy, ante Macri, la evidente secuela de aquella retrógrada metamorfosis anti K iniciada con una serie de paros generales contra el gobierno de Cristina (por el tributo a los altos ingresos que pagaba solo el diez por ciento de los trabajadores). Parecían entonces los enardecidos enemigos del gobierno que redujo fuertemente el desempleo, bajó la informalidad laboral, incrementó como nunca el poder adquisitivo de los salarios y permitió que sectores postergados se incorporasen al creciente mercado del consumo de bienes y servicios.

La arremetida conjunta de Cambiemos y el opoficialismo contra De Vido en el Congreso ratifica que la campaña electoral está dirigida a estropear cualquier posible restitución kirchnerista como única opción capaz de enmendar la reiterada debacle ocasionada por el modelo liberal conservador. Confundidos en la mezcolanza parlamentaria permisiva de las tropelías macristas, vemos a otras expresiones del peronismo que seguramente retacearon su apoyo a la continuidad del gobierno anterior.

El oficialismo nacional no se inquieta demasiado ante el probable revés en la provincia de Buenos Aires. En cambio, sí se afana porque se mantenga bajo el techo electoral de Cristina, quien sigue siendo favorita en las encuestas. Desde luego, Cambiemos preferiría ser segundo del massismo en provincia, pues la experiencia en el Congreso resultó fructífera, dada la disposición renovadora a premiar la alianza que pudo desalojar al kirchnerismo del poder formal. Pero esto último parece imposible, lo cual abre una alternativa preocupante para Macri y Vidal: que el precandidato Bullrich termine en tercer lugar.

El clima de época, más que favorecer toda impunidad social aprovechada por el macrismo, en rigor lo que produce es un arrinconamiento de las tendencias populistas. Los sondeos confirman que el oficialismo no logra incrementar su caudal electoral propio. La opinión de muchos que lo apoyaron en la segunda vuelta por aversión al populismo, considera que la gestión resultó un fiasco. Pero aun desde esa inconformidad modera su rechazo al gobierno por temor a beneficiar al que sabe único opositor genuino, capaz de vencerlo en las urnas.

El clima de época parece exigirle a Cristina que gane obteniendo una ventaja holgada, si quiere legitimarse entre sus potenciales seguidores, mientras al presidente le tolera una derrota en la medida que no pierda por gran diferencia. Aunque trató de enmascararse, Randazzo no pudo ocultar que el mayor escollo a sus imprudentes pretensiones es Cristina, no Macri Vidal o Massa. La grieta confirma que de un lado está el kirchnerismo, y del otro el resto incluyendo la diminuta izquierda anacrónica.

La situación política relativamente tranquila pese a los datos escandalosos de la economía persiste gracias a la autoimpuesta mansedumbre del peronismo ortodoxo, marcadamente anti K. Esto explica la descarada verborragia de un estratega poco cauteloso como Durán Barba. Macri tampoco ha escatimado en esta campaña gestos arrogantes y frases injuriosas. Ambos apelan sin reservas al irrefrenable odio antipopulista que enceguece a su núcleo derechoso de votantes, el cual también clama por una pronta venganza punitiva judicial.

En 2005 Kirchner necesitó ganar las legislativas para pasar de la recuperación económica al crecimiento sostenido. En 2009 la derrota de Cristina no impidió el afianzamiento de la hegemonía populista, consumado luego en 2010 con los vientos a favor de aquel clima de época. Lejos de una comparación directa con el ciclo kirchnerista, parece que estas legislativas de octubre serían similares a las elecciones de 2009, en cuanto al contexto que preserva el oficialismo de turno.