Por Julio Semmoloni

Si el kirchnerismo “ya fue” quiere decir que no puede haber suficiente oposición activa que se contraponga al modelo vigente, que no es otro que la reciclada variante local impuesta por el FMI en el mundo, con antecedentes netos en el país durante el terrorismo de Estado (1976-1983), el posterior menemismo y su continuidad aliancista (1989-2001).

Este modelo sólo cierra en la medida que no emerja la oposición o si ésta se encuentra inerte en la disputa de poder político y social, que es lo mismo. En la práctica siempre ha sido así: el neoconservadurismo reocupa espacios que deja el desplazamiento del eventual e hipotético antagonista. Por eso aquella dictadura aniquiló la temeraria oposición, mientras el derrumbe alfonsinista dio lugar a un peronismo contagiado de neoliberalismo, en el poder durante una década con políticas económicas contrarias a su histórico derrotero (ni la dictadura se había atrevido a “vender las joyas de la abuela”). Con De la Rúa el modelo continuó recargado hasta la cesación de pagos, pues tampoco hubo oposición activa hasta el colapso de finales de 2001.

Es menos complicado entender que el kirchnerismo “ya fue” porque dejó de ser gobierno, que internarse en los meandros ideológicos heterogéneos que hoy expresa el peronismo, aunque implícitos desde su mismo origen. Esto sí que es peliagudo. Es un galimatías. Por ahora parece manifestarse de forma dispersa, mucho más como un abatido observador del oficialismo que siquiera como un opositor precavido.

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Foto: Adrian Gustavo Barabino

 

No se equivocó Máximo Kirchner pese a su nerviosismo de debutante, cuando ante una multitud eufórica en el estadio de Argentinos Juniors, adelantó que el modelo anti-K no cierra sin represión y con la gente adentro. Aunque no pudo calcular la complicidad peronista para menguar el malestar general devenido de la paulatina exclusión. Si pasa lo que viene pasando desde hace más de diez meses, es porque la oposición no homologa en la actual correlación de fuerzas. El peronismo parece neutralizado y el kirchnerismo no tiene entidad como opositor activo: se concibe a sí mismo en función de gobierno. Completa la grilla la izquierda anacrónica, que es irrelevante.

El kirchnerismo en su concepción más acendrada nunca tuvo partido ni procuró tenerlo. Construyó el poder político que ejerció con prodigalidad a través de (o mediante) un gobierno legítimo. Se lo puede considerar la versión más progresista del peronismo, pero es tanto o más diferente por izquierda al peronismo clásico que como lo fuera por derecha el menemismo.

El kirchnerismo utilizó el Frente para la Victoria como herramienta electoral, no como partido. Tenía derechos de autor sobre esa franquicia política: había sido el lema partidario que llevó a Kirchner a la gobernación de su provincia, en tiempos que Kirchner no era todavía kirchnerista.

Sólo se puede ser kirchnerista desde el gobierno nacional, porque cuando el kirchnerismo se inventa a sí mismo como la transición, la coyuntura oportuna, el puente a la trascendencia desarrollada en plenitud del inveterado proyecto nacional y popular, necesitó precisamente hacerlo en el marco de la ejecución de políticas para todo el país y la región, aplicadas desde la Casa Rosada. Pero a diferencia del peronismo, que “siguió siendo tal” aun después de 1955, no perdura mediante el anquilosamiento partidario que ataca y daña la lozanía de su audaz impulso transformador. El peronismo, al revés, cancela su expansión dinámica de gran movimiento, por encapsularse en la adocenada inmovilidad del partido que engendra la reaccionaria nomenclatura ortodoxa o “pejotista”.

 

Un dato de la realidad que explica el acceso legítimo al poder político es que sin el peronismo o con el peronismo en contra no se puede ganar elecciones en la Argentina. Las victorias de los radicales Alfonsín y De la Rúa contaron en su momento con una decisiva cantidad de votos peronistas. El alfonsinismo no  rivalizó indiscriminadamente con todo el peronismo, y la Alianza recibió el numeroso aporte del sector progresista o menos retrógrado del peronismo.

Hagamos memoria. Poco antes de la segunda vuelta electoral, tal vez como táctica persuasiva desesperada de campaña, se batió el parche agorero que desde 1983 ningún presidente no peronista había completado mandato (excluyendo a Duhalde, que no surgió en comicios). Han transcurrido diez meses de un gobierno que está arriando con deliberación y torpeza las banderas que izó el peronismo clásico, y pese a que casi todo el arco opositor está integrado por versiones del peronismo, el actual presidente no peronista mantiene indemne su capacidad de gobernabilidad, sin duda porque cuenta con la claudicación de una dirigencia que antepone su rechazo a cualquier vestigio de kirchnerismo en aras de no intimidar la fiereza de este oficialismo revanchista.

Una explicación sensata partiría del hecho que el gobierno aún atraviesa los comienzos de su mandato, y hace a la responsabilidad republicana la cautela en apretar el torniquete del disenso antes de tiempo. Pero la oposición falaz de todo el peronismo “no kirchnerista” ni siquiera justifica su declinación con ese argumento, que podría atenderse con calma de no mediar la catástrofe social y económica ya ocasionada y en aumento. Por ejemplo, el desempleo volvió a ser de dos dígitos después de una década en la que fue descendiendo hasta 5,9 y el endeudamiento incentivado por Prat Gay trepó en los últimos dos meses en más de 260 mil millones de pesos.

Provoca creciente indignación tanta indolencia antidemocrática por parte de las fuerzas elegidas para ser oposición, y que en cambio consienten esta vengativa depredación oficialista.

Que un modelo cierre o no cierre parece una frase hecha. Tratemos de cargarla de significación. En los casos antitéticos que nos ocupa podría sintetizarse con la comparación entre dos ecuaciones que expresan el terrible antagonismo en el reparto de los recursos (incluyendo Derechos) entre el empresariado y los trabajadores. La aspiración del kirchnerismo fue acercarse o superar el 50/50, en beneficio de los trabajadores. La ambición del macrismo, a la inversa: 70/30 en favor de los empresarios. Una correlación de fuerzas en disputa hasta 2015 que podría resumirse así:

Macrismo: ajustar-decaer-depender = más desigualdad y subdesarrollo

Kirchnerismo: recuperar-crecer-transformar = más inclusión y desarrollo

Macri ganó la segunda vuelta por un pelo porque una parte del peronismo no quiso votarle en contra. Esto se corroboró pronto, cuando empezó a funcionar el renovado Congreso, cuya composición presumía ser desfavorable. Con el imprevisto apoyo de legisladores de origen peronista, el oficialismo salió airoso en ambas cámaras al sancionarse leyes que buscaron el deterioro de la obra anterior. Se difamó al populismo por supuestos ataques a la pluralidad, pero a juzgar por las maniobras extorsivas del macrismo, este modelo ya asumió que su afianzamiento depende de poder implantar el discurso único.