EL OTRO recorrió varios distritos del departamento de Luján de Cuyo y dialogó con trabajadoras y trabajadores. Clara ausencia de controles estatales respecto de la pandemia. Aumento de prevención por parte de la propia población que ha restringido sus salidas ante el crecimiento de casos positivos de Covid-19.

Texto: Luciano Viard
Fotos: Seba Heras

La epidemia mundial del Covid-19 ha dejado numerosas enseñanzas y conclusiones. Ninguna es definitiva pero, como pocas veces, interpelan la conciencia colectiva de una población que siente en carne propia los condicionamientos económicos y sociales.

Algún científico -en off–  se ha atrevido a aventurar que el manejo de la pandemia por parte del Estado argentino, en sus versiones nacional, provincial y municipal, ha tenido que ver con que el doloroso número de fatalidades no escale vertiginosamente, poniendo como variable de ajuste a los siempre vilipendiados cuerpos trabajadores.

Rara vez se encuentran en los medios de comunicación las voces de las personas que trabajan todos los días para llevar el pan al hogar y en esta crónica es ese el intento.

El recorrido comienza en la casa del fotógrafo lujanino Seba Heras, que comenta que la tarde está particularmente cálida. Solo un rato después las bicisendas de Luján de Cuyo reafirman la observación del fotorreportero: corredores y ciclistas colman las carpetas deportivas con tapabocas y a distancia.

En ningún momento las autoridades nos pidieron el certificado de circulación que, como periodistas, nos habilita a desarrollar la actividad esencial, porque no vimos -ni veremos en el resto de la tarde- ninguna autoridad que controle documentación, temperatura o que exija medidas de prevención.

Andrés tiene la suerte de estar sano y, también, la de no haber parado de trabajar en la construcción. Comenta que en la obra hay controles para que el barbijo se use en todo momento y tienen a disposición alcohol en gel.

Si bien no saben aún cómo impactará el lanzamiento del Procrear, espera que tenga una proyección positiva en el ámbito que le compete. Agracemos al cansado albañil que, además de cumplir con su jornada laboral, nos dedica unos minutos y seguimos.

A unos minutos en auto, la parada se hace obligada en un establecimiento de venta y reparación de neumáticos.

A Lucas su patrón “lo puso” en la gomería junto al hijo del dueño y afirma que ha mejorado un poco la situación laboral en estas últimas semanas. Sin embargo la facturación se ha visto reducida un 70%.

“Espero que la gente no sea tan ignorante”, sentencia el gomero, quien explica que desde su vivienda en Blanco Encalada ve cómo el turismo interno ha tenido pocos controles y aumenta en número cada fin de semana.

Más adelante en el recorrido, tres ciclistas capturan la atención del cronista y el auto se detiene arbitrariamente.

Gastón maneja un Uber, Ricardo trabaja en la obra pública y Jonathan lleva sus tareas laborales en el aeropuerto de Mendoza. Los tres han visto diferencias en sus trabajos en pandemia, pero Gastón remarca que esta última semana ha verificado una caída muy marcada en la actividad.

Ricardo, jugador de básquet, tuvo que migrar al ciclismo sin problemas laborales. En el caso de Jonathan la situación sigue complicada ya que solo hay vuelos privados en el aeropuerto, aunque esperan que en septiembre vuelvan algunos viajes regulares. Siguen su camino los muchachos que pedalean las rutas lujaninas y maipucinas en los días permitidos y con tapaboca.

Las calles del centro de Luján también sienten la disminución del movimiento en los últimos 8 o 9 días según observa Laura, encargada de verificar el estacionamiento medido desde hace cuatro años.

“Cuando salió en las noticias el tema de que en Luján había muchos infectados la semana pasada se notó mucho en la calle”.

Laura mantiene la distancia y rocía alcohol en sus manos y en los billetes de manera constante. Tiene un hijo pequeño y padres en riesgo.

A tres cuadras del lugar en el que Laura sitúa la tarjeta del estacionamiento medido, cronista y fotógrafo se topan con una remisería en pleno momento de charla de los conductores que esperan que el teléfono empiece a sonar.

 

Jonathan, el remisero, no el que trabaja en el aeropuerto, recuerda rápidamente que por el mes de abril su recaudación diaria no superaba los 50 pesos. Hoy ese número no está mucho mejor pero “sirve para sobrevivir”.

Las personas que utilizan este medio de transporte “tienen miedo de viajar en micro”, afirma el joven trabajador del volante. Además aclara que la desinfección constante de los automóviles y la oferta permanente de alcohol en gel tranquiliza a los clientes.

 

La recorrida tiene gusto a poco pero la obligación es, también, no circular más de la cuenta. Quizá sea el factor común de las charlas con trabajadoras y trabajadores lujaninos el que traiga la conciencia: “tenemos que cuidarnos y no salir si no es necesario”, es la frase que repiten quienes, por obligación deben exponerse a la enfermedad que condiciona los movimientos desde marzo.

Quizá la ausencia de controles tenga un sentido desconocido por parte de las personas consultadas, pero sin dudas contrasta con la responsabilidad y el compromiso con la salud social de las y los trabajadores entrevistados.

 


 

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