Entrevista con Silvia Ontivero, protagonista fundamental de la lucha por los derechos humanos en Mendoza. A días de la sentencia de la Megacausa, la ex presa política destacó los aspectos más trascendentes del fallo histórico, y no ahorró definiciones sobre la actualidad de la provincia: “Pudimos sacar perpetuas para jueces de hace cuarenta años, y hoy hay jueces que mantienen a Nélida Rojas como presa política en democracia”.

Fotos: Coco Yañez

Estamos en la casa mendocina de Silvia Ontivero. Vive en Chile desde hace años, pero constantemente cruza la cordillera. A veces, para reencontrase con amigos, con viejos compañeras y compañeros. Otras, la mayoría, por la necesidad vital de estar cerca de su hijo, o por la responsabilidad, también esencial, de seguir luchando por la defensa de los derechos humanos.

Es viernes 28 de julio, dos días pasaron desde que el Tribunal Oral Federal N° 1 de Mendoza dictó la sentencia histórica condenando a veinticinco genocidas. En la última audiencia del juicio estuvo Silvia, una de las sobrevivientes del terrorismo de Estado, esa misma mujer amorosa que ahora acomoda los individuales sobre la mesa y nos sirve café, mientras desbordan sus ojos limpios con la emoción de un recuerdo.

“Ayer me fui a verlo al Alejo (la voz se le entrecorta), yo no creo en nada pero siempre voy y le cuento. No creo que me esté escuchando ni nada, pero no sé cómo es. Yo le cuento y me alivia contarle, llevarle claveles rojos… Yo voy siempre apenas llego, pero ahora esperé para ir después de la sentencia. Yo, que nunca he ido a ver a mis padres, al Alejo voy. Un hijo es algo distinto”.

Alejo Hunau fue asesinado en el año 2004. En el esclarecimiento del homicidio, el entonces juez penal José Valerio tuvo un deplorable papel y su posición homofóbica permitió la impunidad temporal del principal acusado.

En noviembre del año pasado, cuando el gobernador de Mendoza Alfredo Cornejo propuso a Valerio para ocupar una vacante en la Suprema Corte de Justicia, Silvia Ontivero vino a la provincia para manifestar su repudio. “No me parece probo ni ético que (Valerio) pueda estar acá. Señor Valerio: mi hijo tenía una opción sexual distinta a la suya y a la mía, pero no merecía morir”, dijo, impugnando al candidato oficial, frente a un Senado que se negó a escucharla y dio bolillas blancas al magistrado.

Casi siete meses después, Silvia nos dice que el “no a Valerio” es una exigencia que sostendrá por siempre, aunque reconoce que esta nueva visita a Mendoza la reconcilió con parte de la Justicia.

Nos habla de “sorpresa y satisfacción” por la sentencia del último miércoles, resalta la importancia de las condenas a prisión perpetua de los cuatro ex jueces federales (Romano, Miret, Carrizo y Petra), pero pide que no se pierda de vista la relevancia de las veintiuna condenas restantes a actores claves del genocidio en Mendoza, quienes secuestraron, torturaron, violaron, y asesinaron a sus compañeras y compañeros.

“Lo que más me emocionó de la lectura de la sentencia fue la mención final de las víctimas. Tengo como el ´certificado´ de esta Justicia que soy una víctima, aunque esa palabra no sea la que más me guste, yo prefiero que se me reconozca como sobreviviente”, afirma Silvia, y muestra su ansiedad por tener el veredicto en sus manos para buscar en el texto su nombre, entre 168, y decir “acá estoy”, “soy una sobreviviente del terrorismo de Estado, no una loquita, terrorista ni subversiva”.

Para Silvia esta es una derivación fundamental del fallo. La otra: la continuidad del pacto de silencio de los genocidas: “Si ellos también sufrieron, como dicen, tuvieron 35 años para hablar y no lo hicieron”, plantea.

¿Qué sensaciones te despiertan las dos Mendoza, aquella que designa a Valerio y esta que condena a criminales de lesa humanidad?

Yo creo que nosotros vivimos siempre en contradicción. A veces pienso que los argentinos vivimos en una situación como de “guerra civil” permanente. Me acuerdo de que en mi familia estaba prohibido hablar de política, estaba prohibido hablar de religión. Esto no es de ahora. Estamos divididos.

A mí me parece que en los últimos años hay dos Argentina, hay dos Mendoza, porque también los medios de comunicación están formando a la gente, forman a los jóvenes, a los viejos, a la gente que no quiere enterarse cómo son las cosas.

Me llegan las noticias de Mendoza a Chile, y EL OTRO es como una flor en el desierto. El resto de los medios, todos los medios, fogonean esta situación de división que tenemos los argentinos, entre los queremos ser independientes, independientes en lo económico -que eso define todo lo demás-, y quienes no les importa que le pongan la bandera que venga con tal de ir al mall y comprar mucho. Querer ser ciudadanos contra ser consumidores, que es lo que pretende este sistema de acumulación.

¿Cómo se explica entonces que una provincia conservadora condene a cuatro exjueces a perpetua?

Mi percepción, no sé si es así, es que el Tribunal tampoco podía hacer otra cosa. Había una fuerte presión de juristas, pero también de la calle. Ellos (por los jueces) lo tenían hace mucho tiempo definido, quizá pasaron mucho tiempo con el que no estaba del todo de acuerdo (NdR: alude al juez González Macías que votó con disidencias).

Cuando ellos (los condenados) dicen: “nosotros también sufrimos”, yo hasta se lo puedo comprar. Puedo pensar, por ejemplo, que Romano era un juez joven, en el medio de una dictadura que le daba terror, que tenía familia, niños chicos. Pero han pasado 35 años. Era su deber decir “esto viví”, abrirlo, y hacer un aporte a la lucha por los derechos humanos. Pero estuvieron 35 años callados.

A mí lo que más me complica es el pacto de silencio y que ellos también lo hayan asumido. Es mundial, los pactos de silencio existen en todas las dictaduras, solo que nosotros fuimos capaces de vencerlos, porque somos más locos, más convencidos, porque tuvimos treinta mil que los tenemos ahí todo el día en la oreja, en el alma, en el corazón, y dijimos: “los seguimos, los seguimos”.

Entre otros aberrantes delitos, en la sentencia se acreditan las violaciones. Vos cumpliste un rol fundamental, a lo largo de todo el proceso de Memoria, Verdad y Justicia, en denunciar públicamente las numerosas violaciones que sufriste mientras estuviste secuestrada…

Fui la primera que se animó y ese es otro avance importante que dio la Justicia, al reconocer a las violaciones como parte del plan sistemático de exterminio. Las violaciones siempre aparecían como parte de la tortura, pero ahora quedó claro que no fue lo mismo.

A mí, que me peguen mil veces. Que te violen es distinto por lo que te pasa como mujer. De hecho, los exámenes médicos dicen que eso provocó que yo no pudiera ser más mamá.

Esto del género había que debatirlo, y hoy creo que lo importante es que en esta sentencia se habla de las violaciones y se las condena, como una tortura más y no dentro de la tortura. Como mujer pagás dos veces: sos terrorista, o sos subversiva, o sos de izquierda y, además, “andás loqueando por la calle en vez de estar criando a tus hijos”. Sos una cosa, por lo tanto te puedo usar como yo quiero. Nos decían las cosas más tremendas: “Yo te hago esto para que comprendás, volvás a tu casa y dejés de joder en la calle…”

La dureza del relato y la conmoción en la charla se extienden, mientras esta vez somos nosotros quienes le servimos otro té a Silvia. Hablamos sobre la peligrosa tentación social de poner a los genocidas en el lugar del monstruo, del enfermo, y de las consecuencias negativas que esa falacia conllevaría para poder entender cómo se llega a construir un genocidio.

Vuelve al diálogo el tema de “las dos Mendoza”. “Tenemos las dos caras de la Justicia: pudimos sacar perpetuas para jueces de hace cuarenta años y hoy hay jueces que mantienen a Nélida Rojas como presa política en democracia. Nélida Rojas paga por ser negra, pobre y peronista”, se queja Silvia y responsabiliza al gobernador por sostener lo que califica como una “vergüenza”.

Sobre el final, nuestra entrevistada destaca, además del trabajo de la Fiscalía y los querellantes en los juicios, y de los organismos de derechos humanos en general, el trabajo particular del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, conducido por la fallecida Elba Morales. “Elba era una mujer con una cabeza única, con una profundidad única en su análisis. Ella es la causante de muchas de las vías de discusión, de análisis, que derivaron en los juicios. El aporte inmenso de Elba, que ya no pudo ver esto, me parece que tiene que estar presente”, subrayó Silvia, minutos antes de darnos un abrazo de despedida y obsequiarnos un pañuelo con la contundencia -escrita- de la verdad: “Son 30.000. Fue genocidio”.

 


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