OPINIÓN | Por Liliana Barg. Área Infanto-Juvenil. Dirección de Salud Mental y Adicciones, provincia de Mendoza.

Foto de archivo: Seba Heras

En esta hora de sufrimiento social en momentos de emergencia sanitaria, el escenario de la disciplina se ha modificado. El entusiasmo por las teorías sociales que nos acompañan en la formación desde hace mucho tiempo resulta insuficiente para adecuar las respuestas que se necesitan para trabajar en estos tiempos de aislamiento e incertidumbres.

Los países más desarrollados que optaron por recetas neoliberales, que desprecian el papel del Estado y las políticas públicas, explotan con la aparición del coronavirus y la situación se vuelve incontrolable. Vemos que países al servicio del establishment, como Inglaterra, España, Italia, no pueden contener la pandemia y se amontonan los cadáveres en camiones frigoríficos, en la manzana del mundo, Nueva York, en el Central Park.

Los equipos de salud y desarrollo social y los municipios que están trabajando en la primera línea en nuestro país se enfrentan con un enemigo invisible llamado virus que ataca sin piedad. Lo hacen desde un sistema de salud pública y de ciencia y técnica deteriorado y desvalorizado en los cuatro años del macrismo, con políticas sociales fragmentadas, con protocolos que tienen que irse reformulando a medida que avanza la pandemia. El miedo, el temor, el dolor, la impotencia se instalan y quiebran hasta al más fuerte en estos grupos.

Foto de archivo: Cristian Martínez

A los profesionales de Trabajo Social nos cuesta pensarnos en tareas que hemos criticado desde la academia por considerarlas actividades voluntarias, actividades solidarias, actividades asistenciales o ligadas a la filantropía. El cambio de paradigma en esta etapa produce desconcierto, atrapamiento y resistencia para continuar con formas de prácticas que hoy no son posibles ni adecuadas.

Las nuevas formas de intervención en lo social deben tener presente el concepto de desastre: «Interacción entre una amenaza y una población vulnerable. Por su magnitud, crea una interrupción en el funcionamiento de una sociedad o sistema a partir de una desproporción entre los medios necesarios para superarla y los disponibles en la comunidad afectada» (Bentolila y otros. Prácticas de Salud Mental y apoyo psicosocial en emergencias y desastres. Dirección Nacional de Salud Mental y adicciones. Ministerio de Salud de la Nación. Abril de 2020).

Foto de archivo: Cristian Martínez

El apoyo psicosocial ante el riesgo de desastre es fundamental e interpela y convoca a rescatar los principios bioéticos esenciales:

Principio de beneficencia, que refiere al hecho de hacer el bien y no solo desear hacerlo, no desde una mirada caritativa o paternalista sino poniendo el máximo empeño para la recuperación de la salud integral de los sujetos.

Principio de no maleficencia, relacionado al concepto de no hacer daño, de no causar dolor.

Principio de autonomía: refiere al respeto de la decisión que toma una persona una vez que ha sido informada del tratamiento o las alternativas que tiene para curar su enfermedad.

Principio de Justicia: es lo que respecta al papel del Estado como garante de accesibilidad a los derechos a la salud, al cuidado, al acceso a los servicios médicos adecuados dignos y básicos.

Foto de archivo: UNCuyo.

El enfoque comunitario y psicosocial debe tener un eje transversal y el Trabajo Social tiene un papel fundamental en este enfoque, porque debe ocuparse de buscar los recursos para la protección y la promoción de la salud. Es la tarea que hay que proponerse para encontrar respuestas en relación con los temas fundamentales que nos interpelan, como las violencias en situación de aislamiento, la pobreza, las políticas públicas con incidencia en la salud y el acceso de los sectores vulnerables a esas políticas.

Para una atención oportuna y eficaz, es necesario intervenir con los y las trabajadoras que están en la primera línea de respuesta: personal de salud, educación, fuerzas de seguridad, voluntarios, grupos que sostienen la alimentación de quienes no pueden procurárselas por sí mismos, dando apoyo emocional y práctico, entendiendo las reacciones esperables frente a situaciones extremas y amenazantes, evitando caer en diagnósticos patologizantes que no se adaptan al momento agudo actual.

¿Cómo intervenir en tiempos de pandemia con nuevas respuestas frente a diagnósticos sociales que hacíamos recurriendo a la teoría social cuando hoy se están cambiando todas las preguntas? ¿Cómo darnos cuenta de que cierta teoría social no nos alcanza para darles sentido a las prácticas de hoy? ¿Cómo dar una nueva interpretación en el marco de una pandemia a lo que tanto hemos cuestionado respecto de prácticas asistenciales cuando hoy son imprescindibles en la emergencia? ¿Cómo ponerse, como profesionales de Trabajo Social y también como estudiantes, aunque las instituciones a las que pertenezcamos estén cerradas, a disposición, en forma solidaria y activa con los y las colegas que están en la primera línea de atención?

Foto de archivo: Coco Yañez

¿Cuáles son los desafíos para pensar la violencia de género en período de aislamiento? ¿Cómo pensar las estrategias en las situaciones de maltrato intrafamiliar ante la emergencia?

¿Cómo acompañar y garantizar la vida de los adultos mayores que están solos y sin red familiar de sostén?

¿De qué manera las formas de atención remota y la virtualidad adquieren valor para darle una nueva significación a la palabra, a la comunicación, a la llegada a la comunidad? ¿Como frenar o al menos ayudar a procesar las noticias falsas que circulan en la virtualidad y que generan tanto sufrimiento y pánico al contagio y a la enfermedad?

Foto de archivo: Coco Yañez

Entiendo que la forma de atender estas situaciones es tratarlas como incidentes críticos, como respuestas esperables, que irrumpen de un modo impensado y que generan reacciones impredecibles. Con la atención temprana podremos evitar que se cronifiquen y se transformen en padecimientos permanentes. Podemos pensar que estamos también en tiempos de nuevos aprendizajes.

La violencia de género no se puede pensar hoy igual que hace dos meses. Las situaciones de violencia hacia los niños, niñas y adolescentes, tampoco.

Faltan las respuestas de las instituciones, porque la situación ha cambiado. Hoy no alcanza con un llamado al 911 o al 144.

Foto de archivo: Cristian Martínez

¿O acaso la agresividad, la intolerancia, la hostilidad no son expresiones esperables por el impacto social que genera la pandemia? ¿O solo se pueden identificar situaciones de violencia extrema y no somos capaces de reconocer otras situaciones que deben ser atendidas precozmente para evitar que se cronifiquen? ¿Qué respuestas creativas somos capaces de generar para acompañar estas situaciones familiares? ¿Cómo cuidar a tantas familias cuyos datos los tenemos en fichas, informes, historias sociales, cuadernos de campo, agendas, montones de registros que hacemos en las oficinas y que hoy nos permitirían localizarlas y llamarlas para escucharlas y contenerlas con lo importante que es hoy la atención remota?

Los trabajadores sociales tenemos que construir respuestas dinámicas en el manejo de la crisis, para reducir el impacto psicosocial y las situaciones de estrés colectivo que se están viviendo a nivel individual, familiar y comunitario. Brindar ayuda no invasiva, respetando la privacidad, escuchando y evaluando necesidades y preocupaciones para identificar respuestas antes no pensadas, ayudando a atender las necesidades básicas de sobrevivencia y de relaciones con los otros, actuando con calma sin prometer cosas que no se puedan cumplir. Esto es posible, a veces, sin salir de la casa, tan solo con el teléfono que tenemos al alcance y los vínculos que hemos ido construyendo en nuestras trayectorias sociales, académicas y profesionales.

 

La Vendimia del descarte