Hoy: Sancho y todos los carteles

Por Manuel García
Foto: Ser Shanti

“Mi alma y mi cigarrillo estaban firmando una tregua, y me hizo sentir por un momento o dos como un peregrino en Tierra Santa. Lengua perdida, ¿sabés dónde ha estado? Degustación de veneno y carne.”

Daniele Luppi & Parquet Courts

Seis y media de la tarde y muchísimo frío en la calle. Mientras vamos transitando con Sancho nuestro paseo cotidiano y reconfortante hablamos del sagrado acto de robar libros. Le pregunto si tiene frío. Para nada, me responde ataviado con un chaleco de lo más bonito que le ha comprado Clara en una tienda de mascotas. A los pocos pasos respondo al estímulo de mi teléfono que suena desde el bolsillo. Me detengo y atiendo. Como respuesta, se produce una seguidilla de actos de habla que van y vienen. Finalizo la comunicación echando humo por la boca sin ningún cigarrillo encendido. Giro la cabeza y veo a Sancho sentado frente a dos carteles inmensos. ¿Publicidad o propaganda política? La una y la otra. Caliento mi mano en el bolsillo de la campera con la llama del encendedor. Desde nuestro punto de vista, se observa a la izquierda la imagen de una enorme hamburguesa con el logo de una App para pedirla desde casa, y a la derecha, la imagen de dos sonrientes candidatos a cargos electivos. Hace meses que el paisaje exterior se ve alterado por estos gigantes alegres y pantagruélicos que conviven a diario con nosotros observándonos y saludándonos desde los carteles. Los bustos no tienen brazos, dice Sancho mirando el cartel de la derecha. Así es, le respondo, a menos que los tengan cruzados, pero esa no es una buena imagen, ya que tiene un valor simbólico altamente negativo para el inconsciente colectivo. Sancho continúa petrificado frente a los carteles y me dice que tiene ganas de comer una hamburguesa triple con papas fritas. A mí también se me antoja comida chatarra, asimismo me tomaría una bebida de alto volumen alcohólico para pasar este frío, pero no hay ningún cartel persuasivo al alcance de mi vista que me envíe directamente al estímulo publicitario. El perro me pregunta por qué no hablan esas enormes caras. Sonrío levemente con una mueca. Esas caras silenciosas, le contesto al animal, tienen tras de sí una batería de trabajo empeñoso para captar los distintos códigos de la masa social por medio de recetas universales disfrazadas de slogans enmarcados en los tópicos de siempre: por el bien público, por el bien común, por el bien nuestro y por el bien de ellos. Siempre hacés lo mismo, das ejemplos para no llegar a ninguna teoría, balbucea el canino que continúa alternando la vista entre ambos carteles. La propaganda y la publicidad se entremezclan utilizando las mismas técnicas donde el miedo es el movilizador más contundente como método persuasivo, le digo al canino, pero no se trata de vender sencillamente miedo, sino de ofrecer la habilidad de sortearlo. Los héroes no tienen miedo, dice el perro como si fuera el mejor alumno en la clase de comics. Lo que estás viendo, le respondo, no son héroes, sino la representación de arquetipos políticamente correctos que va quedando en la memoria de la gente y que puede cubrir esa situación mediática del miedo con palabras clave como: cambio, desafío, estabilidad, responsabilidad, progreso, herencia, esperanza, trabajo, alegría; y así es querida bestia cómo en nuestras ficciones políticas un nuevo gobierno nace de las urnas. Ahora bien, le digo al can que parece como congelado por el frío frente a los carteles, en las campañas que se llevan a cabo en las redes sociales el mensaje es finamente teledirigido, ya que apunta hacia donde se mueve conceptualmente el votante en la red y de esa manera logra establecer ciertas características con ayuda de la policía digital que detecta las subjetividades que permiten a estos candidatos de los carteles metamorfosearse de acuerdo a los gustos y preferencias de un universo determinado de electores. Seguimos caminando en medio del frío y Sancho queda frente a otro cartel que ofrece otro código simbólico. Ambos nos detenemos. En las redes sociales, le comento encendiendo con dificultad un cigarrillo, el lenguaje tiene un alcance generalizado, pero también puede apelar a la segmentación, es decir que a través de distintas entonaciones discursivas, los candidatos pueden interactuar con los posibles votantes en medio de numerosas fotografías digitales en las que aparecen comiendo, jugando, bailando, conversando y abrazados con distintos tipos de personas. No es más ni menos que el acto fiel de quien llega a fumar la pipa de la paz a una tribu, a una familia o a una comunidad, y de ese modo, la ficción política es presentada en un supuesto tiempo real de los medios de comunicación, donde siempre hay caras alegres, colores vivos, jingles pegadizos, estandartes longevos y logos nuevos; y todo eso cohabita entre el fluir del éter que hay entre el potencial votante y la promesa del candidato envuelto en un lenguaje corporal complementado por verbos de acción que proponen el ascenso constante hacia el bienestar, como son: ganar, lograr, cambiar, trabajar, mejorar, transformar, estudiar, y el elector sigue ahí en el medio. Bueno, pero por quién vas a votar, me pregunta Sancho. Si has podido analizar y decodificar estos carteles a nuestro alcance ocular, le respondo, no te va a resultar difícil saber por quiénes lo voy a hacer… vení, vamos a casa que me estoy congelando. Entonces las elecciones se ganan con goles, dice Sancho sentado en la cocina, ya sin chaleco y esperando su cena. Detesto terriblemente esa comparación pero es así, le respondo. El pitido del microondas hace salivar a Sancho. Me detengo unos segundos a mirarlo y pienso en el perro de Iván Pavlov, somos ese perro que todavía no puede escapar de la ley del reflejo condicionado. Somos en última instancia ese ensayo de la vieja Fisiología dentro de esta broma infinita que nos demuestra empíricamente que cuando dos cosas se acostumbran a ocurrir juntas, la aparición de una trae la otra a la mente. Estímulo y respuesta. Elecciones y voto, como sucede en casi todas las cosas. Por fortuna, constantemente han de habitar estas manzanas de Cézanne sobre la mesa del comedor,  iluminadas por la tenue luz de una luna lorquiana que siempre se cuela por la ventana de la cocina en las madrugadas frías cuando todos dormimos, mientras la ficción política sigue su rutina caracol, lenta y aburrida, en un largo proceso sin sujeto.

 

Sancho y todo lo demás #25

 

El aire que envuelve a los astros