Hoy: Sancho y los himnos urbanos

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“En los tiempos de los dorados y de los volantes en la ropa, los marqueses frívolos y las marquesas de cutis fresco esbozaban tres pasitos de un tímido minué. Gracias a que volaron viejos aires del pasado, frágil clavecín de resonancias pasadas, un muchacho con peluca blanca hizo que toda esta gente danzara. Cha cha cha, cha cha cha, vos no existías todavía. Cha cha cha. Cha cha cha, Brasil no estaba donde está. Cha cha cha, cha cha cha pequeño invento este invento. Cha cha cha, cha cha cha, ah no, verdaderamente no somos muy buenos. Cha cha cha, cha cha cha, Mozart no se merecía esto, pero de algo hay que vivir…”

Boris Vian

 

Domingo por la mañana y todos duermen en casa. Bebo café y fumo abstraído en el patio reconciliándome con el séptimo día. Leo del cuaderno de comunicaciones de Max una nota que en su inicio informa que la semana próxima los Ositos de la Salita Azul deberán asistir caracterizados de gauchos con motivo de los festejos del Día de la Tradición, y que al final invita a las madres y a los padres a concurrir de la misma manera para realizar bailes típicos. Al rato Sancho se acerca hacia mí torpemente, y en lugar de desearme una buena jornada, me dice que tengo cara de depresivo. No es mi culpa, le digo dejando el cuaderno sobre la mesa del patio, transcurrí mi adolescencia escuchando Nirvana y toda clase de himnos urbanos. El perro no entiende lo que le digo y me pregunta por qué nunca escuchamos música folklórica. Porque en un Festival del Tomate y las Artesanías en Cuero me embriagué con melón con vino mientras Cacho Buenaventura contaba chistes al auditorio, le respondo sonriendo. El can me mira y agrego que ese es uno de los últimos recuerdos que tengo de música folklórica en vivo, además de alguna que otra doma a la que he asistido, donde los payadores que recitan sus cantos avezados a los valientes jinetes siempre me sorprenden y me recuerdan a los poemas laudatorios de Píndaro. Los himnos urbanos creados por lxs músicxs de rock transmiten un paisaje de nervios con una poética que en la mayoría de los casos me interpela, le apunto. Vos te preguntarás por qué prefiero escuchar la banda de sonido de la película Pulp Fiction a un disco del Dúo Coplanacu. No, para nada, me responde. Pero recién me preguntaste por qué no escuchábamos música folklórica. Recién, ahora no, me expresa el canino. Está bien, le digo a Sancho, el rock es lo más estúpido que puedo oír, sin embargo voy a seguir haciéndolo. Durante los siguientes minutos Sancho indaga acerca de cómo una manifestación artística foránea puede tener sus referentes en un país periférico y rebautizar esa forma como nacional o con el gentilicio que se le asigne según la ubicación geográfica. Le respondo afectuosamente que el Rock and Roll no tiene barreras, burla todas las fronteras y salta las aduanas de todos los países, en especial de los periféricos, donde penetra con sus estrepitosos acordes para copar un mercado cultural que es rápidamente consumido por las multitudes. Un buen ejemplo, le digo a Sancho moviendo el dedo índice de mi mano derecha, se produjo en el año 2006 en Brasil, cuando The Rolling Stones brindaron un legendario show gratuito en la playa de Copacabana que hizo vibrar la arena y aumentar el calor carioca con más de diez mil policías custodiando una muchedumbre de alrededor de un millón y medio de personas. Ahora bien, continúo, siete años después, y en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, un evento organizado por la Iglesia Católica para revitalizar su credo, durante la ceremonia de bienvenida, el Sumo Pontífice fue recibido por más de un millón de personas en esa misma playa, y en el cierre del encuentro se reunieron más de dos millones de personas, según informó la prefectura de Río de Janeiro. ¿Y eso qué tiene que ver?, pregunta Sancho, agregando que el Papa no toca ningún instrumento musical y sin embargo fue más gente a verlo. La tradición es un modelo mental heredable que se transmite de forma individual o colectiva, le digo, y por lo tanto interpela a distintos grupos de diferentes maneras. Yo no poseo la tradición de asomarme a la ventana de la cocina con un mate en la mano para chistarle a mi caballo que pronto vamos a comenzar las labores de la mañana, agrego, mi cotidianidad exige que utilice un medio de locomoción motor para cruzar como un insecto enardecido la ciudad y llegar a mi puesto de trabajo. El alma humana, le digo a Sancho, es un ente metafísico en el que todos los dogmas aspiran influir, desde la religión, pasando por la filosofía y el rock, hasta llegar a los remedios florales de Bach, por eso los grandes artistas no hacen homenajes, simplemente roban, sino observá el caso de la banda británica The Verve, que en su canción Bitter Sweet Simphony utiliza un sample de la versión de Last Time de The Rolling Stones y en consecuencia Jagger y Richards aparecen añadidos como creadores de la canción. Mientras preparo el desayuno para Clara y Max, noto que Sancho mueve su rabito de un lado a otro ansioso por salir a dar su paseo. Pienso en ir más tarde a comprar un melón maduro, ese que exige vino puro, para rememorar de alguna manera ese episodio en el festival folklórico, que no sé si sucedió o fue una burda invención para ofrecerle una respuesta rápida al animal. Enciendo la TV y Jorge Mario Bergoglio en su rezo del Ángelus alerta desde el Vaticano sobre el maquillaje del alma que impide la coherencia en la vida y aleja a la familia de la tradición. Giro la cabeza y observo la montaña de ropa que hay para planchar, rumiando si alguna prenda podrá hacerme parecer un hombre de campo. Demasiada información para un día domingo que se supone ha sido designado para el descanso, le digo a Sancho al momento que presto atención a la hora que marca mi reloj para sintonizar Por los Senderos de la Patria, programa radial de música folklórica que se emite de once a quince horas en forma ininterrumpida desde principios de la década del sesenta.