Hoy:  Sancho y una tarde de perros

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

 

“Hey kool thing, vení acá, sentate a mi lado que hay algo que quiero preguntarte. Solo quiero saber qué vas a hacer por mí. Quiero decir… ¿vas a liberarnos a las chicas de la blanca opresión corporativa masculina?  Decí las cosas como son. Eh. Sí. No seas tímido. Palabra. ¿Miedo de un planeta femenino? Mucho miedo cariño. Solo quiero saber si podemos seguir siendo amigos. Vamos, que todo el mundo lo sepa. Kool thing estás sentado como un gatito, ahora estás seguro de lo lindo que te ves. No quiero…no lo creo.”

 Sonic Youth

 

Clara toca bocina dos veces, y algo en ese momento me dice que no todo está bien, mientras agito mi mano derecha caigo en la cuenta que hemos quedado con Sancho en la calle y que no tenemos las llaves para entrar. No le digo nada al perro por temor a caer en las garras de sus más cruentos sarcasmos y le propongo así como así ir a vagabundear por el espacio verde, para saborear una verdadera tarde de perros. Sancho acepta como casi siempre lo hace, pero sospecha que algo no está en su lugar. Dónde estuviste el viernes pasado, me pregunta al momento que iniciamos la caminata. Ah, a veces me pierdo por ahí, le respondo de forma escueta para no entrar en detalles. No tengo ni cigarrillos ni encendedor, pero no desespero. Rutina, digo a media voz. ¿Qué?, pregunta Sancho. La marcha por el camino conocido, le contesto. ¿Qué?, vuelve a preguntarme Sancho. Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática, le digo, agregando que la rutina es una secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente. ¿Qué es lo que me querés decir?, finalmente me pregunta el animal con todo el fastidio en su rostro. Dejé las llaves dentro de casa y no vamos a poder entrar de la forma rutinaria que conocemos, le contesto con unas ganas enormes de fumar. Idiota, bufa el animal, y se aleja un poco de mí. Entretanto, me acerco a un corro de adolescentes y pido amablemente un cigarrillo. ¿Te das cuenta?, le digo a Sancho apurando el paso y saboreando la segunda o tercera pitada, el respeto a los mayores moldea la personalidad, algo que deberías aprender. Seguimos caminando. Sancho me pregunta cómo vamos a entrar a casa y le respondo que algo se nos va a ocurrir. Vamos conversando de las mismas pavadas de siempre, y entonces le digo al can que el poder es ubicuo, que está presente en cada intersticio del entramado social, y que tanto el Estado como los grupos más poderosos lo detentan, de lo que se deduce que donde hay poder siempre hay resistencia; por eso la prisión es un gran invento que se ha expandido rápidamente a todos los ámbitos, ya que su formato de encierro contiene en sí la regulación horaria, el rigor, la disciplina, la visualización de un sistema monolítico y jerárquico, la normatividad en la vestimenta, el modo de hablar y de dirigirse a los superiores, el modo de sentarse y de caminar, en fin la intrincada relojería interna de toda acción de control que se siente permanentemente acechada por la irrupción de un descontrol. ¿Quién controla a los controladores?, me pregunta el perro. Esa es una red de seguridad tan, pero tan densa, le respondo, que a veces se agrieta en algún resquicio y se produce el clinamen, o el milagro, de acuerdo al punto de vista con el que se lo mire. A los pocos minutos, mientras Sancho levanta la pata para orinar, los dos nos quedamos como congelados observando una pequeñísima planta de menta que crece entre una grieta. El perro aborta su acción y yo me transformo en un cuadrúpedo para mirar mejor. ¿Sabés lo que es una grieta?, le pregunto al animal. Claro, me responde, es una abertura alargada que se produce en un cuerpo sólido. Siempre hay una grieta en todas las cosas, le digo irguiéndome, es así como entra la luz. Deberíamos pensar en el proceso de crecimiento de esa planta para volver a entrar a la casa. ¿Acaso este insignificante vegetal con aroma sospecha que el planeta al que pertenece orbita en torno al sol?, pregunto de forma retórica. Las grietas, le digo a Sancho, por más pequeñas que parezcan, nos permiten acercarnos a la luz y advertir los mecanismos fallidos por los que podemos escapar al menos un momento del sistema. El perro no le presta atención a la grieta, sino a la pequeña planta que lo mantiene maravillado. Las grietas nos muestran esas casi imperceptibles líneas de fuga, continúo, por las que podemos hacer explotar aquello que deseamos cambiar para habitar dentro de discursos más valientes. Problematizar el tiempo fuera de las horas de la jornada laboral es una práctica de libertad, que permite acercarnos a conocer cómo funciona el poder, porque cuando una ley prohíbe alguna práctica o impone otra, existe resistencia. No podemos cambiar el mundo Sancho, pero sí al menos podemos, por intermedio de una entereza mínima y efectiva, torcer un dispositivo, o destronar una ley o un decreto, o sacar a la luz alguna práctica abusiva, para evitar por algún tiempo el consabido gatopardismo, que siempre está a nuestro acecho con todas sus excesivas promesas de felicidad a corto plazo. Sancho sale corriendo al pie del árbol más próximo y levanta su pata. Pienso que esta pequeña planta escapa a la normalización. Pienso también que hay momentos en la vida en que el mero acto de ser disímil, es imprescindible para seguir existiendo. El porvenir es largo querida bestia, el porvenir es largo, le grito al perro que se acerca a mí trotando. Los seres vivos siempre buscamos respuestas en los astros, mirando hacia el cielo, por eso le digo al animal que ya sé cómo vamos a ingresar a casa. Finalmente mi vecino permite que me suba a su techo, y como un doble de acción de película voy trepando y saltando obstáculos hasta llegar al interior del hogar. Home sweet home, le digo al canino abriendo la puerta de calle e invitándolo a pasar con una reverencia descomunal y ridícula. ¡Qué casa tan insegura!, le digo a Sancho al momento que le doy llave a la puerta. Obvio, me contesta, por eso decidiste vivir con un Rottweiler como mascota. Algo me dice que todavía Sancho no sospecha ni remotamente que él es una grieta por la que puedo volar sin la necesidad de las alas de un ángel o un ave, pero todo bien, tengo todo el tiempo del mundo para hacérselo saber.

 

Sancho y todo lo demás #35

Sancho y todo lo demás #34

Sancho y todo lo demás #33