Hoy: Sancho y los posibles acercamientos a un concepto del arte

Por Manuel García | Foto: Ser Shanti

Bueno, no sé por qué he venido esta noche. Tengo la sensación de que algo no está bien. Tengo tanto miedo de caerme de esta silla, y me pregunto cómo voy a bajar por esas escaleras. Payasos a mi derecha, bromistas a mi izquierda. Y aquí estoy, atrapado en el medio con vos.”

Stealers Wheel

¿Dónde estuviste ayer por la noche?, me pregunta autoritariamente Sancho mientras voy entrando a casa. Fui invitado a ver una exposición de arte, le respondo, una instalación vanguardista que sinceramente no entendí, por lo tanto no puedo explicártela. Ah, balbucea, y se va al patio. Qué te pasa che, le pregunto encendiendo un cigarrillo, hace varias jornadas que no querés salir a la calle y estás todo el día panza arriba calentándote al sol; eso sin hablar del hedor que emana de tu pelaje, agrego, porque no sé si querés transformarte en un vagabundo manicomial hijo de una poética surrealista o en el mismísimo Diógenes, el Cínico. Sancho se limita a observarme con un solo ojo y no se mueve de su posición. Vamos, le digo, un poco de agua tibia y de químicos no le van a caer mal a tu pelambre. Decime qué querés, le pregunto algo exasperado. Que no me tapes el sol, me contesta desde el suelo con toda su ironía. Luego de una serie de argumentos y contraargumentos, y de un acuerdo tácito comienza el baño del canino. Me parece muy bien que anoche no hayas entendido la obra artística, expresa el can con tono cansino mientras los primeros chorros de agua mojan su lomo, porque el arte que nos tranquiliza y que nos crea una falsa ilusión puede ser peligroso, y añade que los libertarios del pasado, del presente y del futuro, siempre han optado por la grandilocuencia, por ello van a tener que hacer leyes cada vez más duras para callarlos. Pero de qué hablás, si vos no soportás ni un disco completo de Ornette Coleman, le indico pasándole shampoo sobre su espalda. El arte debe incomodarnos, me comenta, el dolor y el sufrimiento son el núcleo de fuerza desde donde se generan las grandes obras artísticas, porque la felicidad es una auténtica tontería, ¿vos pensás acaso que Fiódor Dostoyevski era feliz?, ¿o que Pablo Picasso lo era? ¿Vos pensás en verdad que Ernest Hemingway o Virginia Woolf eran felices?, ninguna manifestación artística valedera ha sido creada desde ese tonto paradigma de la felicidad. El delicado arte de ser pesimista, le contesto, pensando en la forma de encender un cigarrillo y no mojarlo en la labor que estoy llevando adelante. La felicidad no es más que ese momento entre el cese de un dolor y el comienzo de otro, donde no hay juez, ni árbitro, ni destino; y donde no habrá una justa proporción entre lo dado y lo recibido, sentencia el perro totalmente mojado. Desilusión en el arte, vuelvo a contestarle. Estás haciendo un análisis necio, le apunto, estás viendo todo con un caleidoscopio agrio, estás viendo todo de modo humano, demasiado humano. Siempre hay otro día. Siempre hay un después. Vivimos en sociedad por convenio o conveniencia, por lo tanto siempre habrá días de tiranía y días de anarquía. El perro se sacude enérgicamente y me salpica. Ya sé que no queremos volver a esa vida brutal, salvaje y breve que pintaban los habitantes de las cavernas en esas obras de arte rupestre. Cuando deseamos alguna cosa, un vez que la conseguimos, esa sed que nos impulsó a saciar nuestro deseo no se extingue, sino que busca un nuevo objeto de deseo. Sancho me mira y me pregunta para qué seguir creyendo que un objetivo nos hará felices si somos meros juguetes del destino, y a veces nos equivocamos, y a veces acertamos, y a veces simplemente creemos vivir en el marco de la neutralidad. Estás hablando desde un punto de vista donde tu pesimismo termina siendo un conformismo oculto, un espacio de confort, le señalo. Y vos hablás con tu optimismo como un escudo emocional que niega el carácter negativo de la vida, objeta la mascota. Ambos nos quedamos en silencio durante unos segundos. ¿Qué hace que cualquier fenómeno sea artístico? ¿Qué hace que una experiencia sea estética? ¿La belleza se vuelve cada vez más relativa y subjetiva? ¿El arte es un objeto más del mercado capitalista atravesado por la lógica de la mercancía? ¿Cuáles son las motivaciones del artista que lo llevan a expresarse? ¿Tiene futuro el arte?, pregunta Sancho a modo de enumeración mientras bosteza un tanto fatigado al momento que lo seco. El futuro de nuestras creaciones, le respondo, los grandes desgastes del paso del tiempo y todo lo edificado es efímero en un tiempo infinito, por lo cual no vamos a ser testigos de lo inapelable de la decadencia. El arte es un acto de resistencia, un acto de rebelión. El arte está afuera. Entonces vamos afuera, me dice el can convencido y con buen ánimo. Las obras de arte no siempre están dentro de los museos, no existen para ser comprendidas, sino para provocar una disonancia, un escándalo, una incomodidad. No sé si el arte pueda cambiar un ápice del mundo que nos rodea, no sé si el arte sirva para algo, pero al menos puede poner entre paréntesis algún aspecto de lo que deseamos cambiar, luchando contra las tradiciones con audacia y libertad. Puede ser acaso la ausencia de definición la única definición posible para el arte, le digo finalmente a Sancho al momento que contemplo su pelaje reluciente y lo invito a salir a la calle. Todo es una obra de arte. El arte está afuera. Ahora voy a tener que demostrarle empíricamente que la belleza en la simetría geométrica de un pino adulto en el espacio verde de Godoy Cruz o un viejo graffiti en una pared vecina que reza la frase “muerte a la yuta” son manifestaciones artísticas en el marco de una obra abierta, constante y cambiante. Pero no voy a desesperar, tengo más de mil ejemplos y mil argumentos y toda la tarde para llevar a cabo mi exposición.